jueves, 12 de febrero de 2015

Ambrosio y Lucrecia: Hacer el amor

Lucrecia, ya viene el 14 de febrero, día del amor y de la amistad. Seguramente escucharás que algunas de tus amigas se irán con sus novios esa noche para ‘hacer el amor’. No sientas envidia por ellas. Más bien siente un poco de pena porque eso se llama ‘fornicación’ y daña las relaciones de los novios. Tú decidiste permanecer virgen hasta el matrimonio y eres una persona que busca a Dios con sinceridad de corazón. Ambas cosas son estupendas, pero déjame explicarte lo que es, en verdad, hacer el amor.

El sexo es algo maravilloso. No existe una relación física en el mundo comparable, en dignidad, a la unión sexual del hombre y de la mujer. Dios creó ese sistema para que la gente naciera en el mundo. La mayoría de los que poblamos este planeta hemos sido concebidos por la unión sexual de un hombre y una mujer. Sólo unos cuantos fueron concebidos en probetas de laboratorio, pero ellos también están llamados, al igual que todos, a compartir con Dios la vida eterna.

Dios se inventó un sistema llamado ‘familia’. En este sistema los miembros de una familia quieren, por lo general, pasar la vida juntos. Tú habrás seguramente pasado algunos días con tus amigas de vacaciones. ¿Sabes lo que significa pasar la vida junto a alguien? Se necesita mucho amor para eso. Prometer a la otra persona estar el resto de su vida junto a ella es algo para lo que se necesita mucho, pero mucho amor.

Cuando la mujer y el hombre se casan ante Dios sucede algo grandioso. Se trata de un sacramento en el que los dos unen sus vidas para convertirse en una sola carne. Al venir la luna de miel, ellos se entregan sus cuerpos mutuamente para expresar, de manera visible, el amor que se prometieron ante el altar. En la Iglesia se entregaron sus vidas, y en el lecho matrimonial se entregan sus cuerpos como expresión de que se están entregando la totalidad de su ser.

Se trata de un lenguaje de donación y compromiso del uno por el otro. No se entregan en el sexo para tratarse como instrumentos de placer, sino como expresión de genuina preocupación y cuidado por la otra persona, para toda la vida. Y claro, es una experiencia muy placentera. Las nuevas vidas provienen de ese acto de amor. Dios crea a un bebé a su imagen y semejanza a través del sexo, para que el resultado sea una familia.

¿Sueñas con tener una familia algún día, Lucrecia? Prepárate entonces y aprende a expresar tu amor a tu novio, por ahora no con sexo, sino con detalles, en las conversaciones que tengas con él y, sobre todo, con sacrificios que hagan uno por el otro. De esa manera estarás preparándote para donarte a tu esposo, para buscar el verdadero bien de él y de tus hijos.

Sigue cultivando tu relación con Dios y trata de que tu novio también lo haga. Porque el día en que se casen en el Señor, para toda la vida, entonces sí harán verdaderamente el amor. Y eso por la sencilla razón de que llevarán el amor de Dios en sus corazones y se estarán amando, uno al otro, con el mismo amor con que Dios los ama. Por eso para hacer el amor vale la pena esperar hasta el matrimonio, ¿no crees?

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