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Más grandes que Supermán


Está en la cartelera del cine la última película de Supermán. El más icónico de los superhéroes es un extraterrestre del planeta Krypton enviado a la tierra antes de la destrucción de su mundo. Habiendo adoptado una identidad humana, es criado en un pueblo de Kansas como Clark Kent y trabaja como periodista. Por sus poderes extraordinarios, fuerza sobrehumana, capacidad de volar, visión de rayos X, super oído y otras facultades, pero sobre todo porque representa los valores de la verdad, la justicia y la esperanza, Supermán es el superhéroe favorito de niños y adultos.

Quizá nos gustan las películas de superhéroes porque en el fondo del alma humana reposa el anhelo de conquistar la grandeza, de ser testigos del triunfo del bien sobre el mal, de que nuestras vidas no se diluyan entre la mediocridad y la bajeza. Llevamos en el corazón el deseo de dejar alguna huella en la vida.

Mis superhéroes favoritos son los santos. Cuando descubro vidas como la de san Junípero Serra, que para llevar el Evangelio caminó miles de kilómetros en México habiendo tenido una llaga en su pierna, y que después fundó varias misiones en la Alta California, que hoy son grandes ciudades; cuando imagino la vida de san Juan María Vianney, que pasaba hasta 18 horas en el confesionario y se azotaba su cuerpo para hacer penitencia por sus feligreses, y que tenía el don sobrenatural de leer el fondo de las conciencias de los penitentes; o cuando leo historias como la de san Francisco de Sales, quien fue enviado al Chablé, en Suiza, y logró la conversión al catolicismo de más de 70 mil agresivos calvinistas; cuando conozco tantas historias como estas, mi alma se emociona de verdad porque en ellos descubro la fuente de la santidad y el heroísmo que es Jesucristo. Él no es un personaje de ficción sino que está vivo y actúa en la vida de su Iglesia.

Lo más seguro es que yo no llegue jamás a ser uno de estos supermanes del Espíritu que son los santos. Seguramente mi nombre no se escribirá en el martirologio romano ni habré de pasar por el mundo habiendo dejado alguna gloria que valga la pena recordar. Lo más probable es que tampoco llegue al martirio. Sin embargo no por ello debo dejar de aspirar a ser más que Supermán, es decir, ser santo.

¿Qué tal si esa fuerza del entusiasmo interior que me suscitan las vidas de los grandes héroes del espíritu la aplico al sencillo cumplimiento de los deberes sacerdotales que tengo todos los días? No tendré enormes dotes pastoralistas o misioneras, pero puedo esmerarme en seguir rezando la Liturgia de las Horas cinco veces al día, celebrar con devoción la Misa diaria, atender a los enfermos de la parroquia, visitar a los grupos parroquiales, tender la mano a los pobres, ser puntual, esforzarme por ser amable, vivir sobriamente, trabajar en una conversión permanente, aceptar las cruces del día a día, ser más fraterno con mis hermanos sacerdotes, preparar mejor mi clase en el Seminario o pasar más tiempo a los pies del sagrario.

Estos actos son como las moneditas de cambio que se necesitan para viajar en un autobús donde no se aceptan grandes billetes. Sólo quien tiene monedas puede subir al autobús, viajar y llegar a su destino. Así que no son las grandes proezas las que nos hacen superhéroes para llegar al Cielo, sino el cumplimiento amoroso y esforzado de nuestros deberes de todos los días, por amor al Señor.

Dice Tihámer Tóth en su libro "El joven de carácter": "Se necesita mucho menos valor para bañarse en los meses de invierno entre los trozos de hielo que flotan en un río caudaloso, que para perseverar firmemente en los puros principios morales en medio de una sociedad frívola. ¡Es valor decir siempre la verdad! ¡Es valor mantenerse puro! ¡Es valor perseverar firmemente en nuestros principios! Y eso es lo que hacen las grandes almas".

Supermán 2025 está en cartelera. Es bueno que la trama de película nos entusiasme, pero lo mejor será que todos nos decidamos, con la gracia de Dios, a llegar a ser superhéroes del deber en la vida cotidiana.

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