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Iglesia: política sí, partidismos no

Se acercan las elecciones del 2 de junio, y algunos feligreses, con cierta curiosidad, nos preguntan a los sacerdotes por quién vamos a votar. Quizá habrá algunos párrocos que se atrevan a decir a sus parroquianos por quién hay que sufragar. Serán raros, desde luego, pero si así lo hacen, cometen un grave error.

La Iglesia Católica, en 1891, hace 133 años, con la publicación de la encíclica Rerum novarum por el papa León XIII, empezó a enseñar a sus hijos lo que hoy conocemos como la Doctrina Social de la Iglesia. El mundo había pasado de una economía agraria a una economía industrial, y los desequilibrios que trajo aquella revolución llevaron a la Iglesia a reflexionar sobre cómo el Evangelio tiene consecuencias en la gestión de los asuntos públicos.

Con el paso del tiempo la Doctrina Social de la Iglesia se ha ido ampliando, y cada uno de los papas, con diferentes reflexiones, han ido contribuyendo al desarrollo de esas enseñanzas sociales. Realidades como las migraciones, la educación, la familia, las turbulencias de la vida política, el trabajo, la economía, los derechos humanos, las redes sociales y la inteligencia artificial, entre otros, exigen discernimiento para todo católico.

Nadie debe de creer que la Iglesia hace mal en meterse en política, en el amplio sentido del término. El Evangelio tiene consecuencias en la vida social de una comunidad. Sin embargo la Iglesia no tiene ningún programa político ni se identifica con ningún partido o candidato. Cuando los políticos o los partidos quieren adueñarse de la Doctrina Social de la Iglesia, habrá siempre conflictos y las cosas acabarán mal. 

Esto por la razón de que los partidos políticos quieren llegar al poder venciendo a su adversario y para ello se sirven de eslóganes de la Doctrina Social de la Iglesia. Es decir, parten de un principio de división social –ganadores y perdedores–, y la Iglesia tiene que ver por el bien del conjunto de la sociedad, y no por el bien de una fuerza política específica. Cuando la Iglesia apoya a un candidato o partido, pagará dolorosas consecuencias.

Lo que la Iglesia enseña en materia social no es independiente del conjunto del mensaje cristiano, el cual tiene como último fin la gloria de Dios y la salvación de las almas. La Doctrina Social no puede quedar desconectada del llamado a la santidad de todo bautizado, y de una permanente llamada a la conversión.

La conversión del corazón no les gusta a los partidos políticos porque, mientras que éstos llaman a los ciudadanos a una adhesión incondicional e inamovible a los ideales partidistas y a sus programas, la Iglesia llama a una conversión permanente del corazón hacia Cristo, dejando a un lado aquello que no es compatible con el Evangelio. A muchos católicos esto les cuesta mucho, y prefieren ser leales a su partido, aunque tenga posturas contrarias al Evangelio, que ser leales a Cristo y a la Iglesia.

Cuando la Iglesia predica sobre asuntos sociales, su gran propósito no es únicamente que la sociedad esté mejor organizada con mejores sistemas de producción, de transporte, de asuntos migratorios, de ayuda a los ancianos y de mejores sistemas de salud. La Iglesia va más allá de lograr una sociedad lo más organizada posible, y pretende que Jesucristo establezca su reinado en los corazones de todos en la comunidad.

Un católico no puede refugiarse en una espiritualidad individualista, en una relación con Dios tan personal y mística que viva aislado de la realidad social. La Doctrina Social de la Iglesia no es un cuerpo de enseñanzas agregado artificialmente a la doctrina perenne de la Iglesia. Es parte integral del mensaje cristiano y por ello todo católico debe estar comprometido en participar en los asuntos de la vida pública, especialmente en las elecciones. Es un derecho y un deber grave.

El próximo 2 de junio votemos en conciencia por aquella opción política que creemos traerá las mejores condiciones para el bien común de nuestra patria.

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