miércoles, 9 de mayo de 2018

Cultura del faje y su efecto en el varón

Esta semana estuvo en Ciudad Juárez María Judith Turriaga, experta en educación de la afectividad y la sexualidad. Su cátedra de 25 horas para instruir a maestros en el curso “Formando corazones” logró cautivarnos por su manejo de conceptos y ejemplos sobre antropología. María Judith demostró cómo a través de las ciencias se puede lograr una formación adecuada en la virtud de la castidad en las nuevas generaciones. Ahí donde “Formando corazones” se ha implementado, los embarazos de adolescentes y jóvenes casi ha desaparecido, así como la violencia y el bullying.

En una de sus charlas la señora Turriaga explicó cómo los varones hoy estamos pasando por una crisis sin precedentes en la historia de la humanidad. Engancharse con otras personas en eso que llamamos “ligue” (hook up), o “faje”, que desde hace 30 o 40 años está presente en nuestra cultura, sobre todo en círculos juveniles, y que son encuentros ocasionales de tipo sexual, ha convertido a los varones en seres más inmaduros y violentos.

María Judith tiene razón. Actualmente ha crecido mucho el número de blogs, programas de televisión, libros y artículos que hablan de la crisis del varón. Todos afirman que el hombre de hoy se parece más a Peter Pan que a un hombre verdadero. Es decir, nos hemos convertido en adolescentes permanentes. Hemos dejado de ser esposos, padres y guardianes de nuestras familias para convertirnos en hombres aniñados, adictos a los videojuegos y vestidos casi siempre con una cachucha hacia atrás.

En su libro “Adam and Eve after the pill” (Adán y Eva después de la píldora anticonceptiva), Mary Eberstadt sostiene que la causa principal de la atrofia de la madurez varonil se debe a la revolución sexual de los años 60. Ésta ha conducido a que el instinto protector del hombre no se desarrolle. Inmerso en el ambiente del “ligue” y del sexo casual, el hombre se queda sin nada qué proteger. El varón, creado por naturaleza para custodiar y brindar protección a una mujer y a sus hijos, se acostumbra a tener relaciones sexuales recreativas, lúdicas, sin compromiso; y así deja de tener relaciones sexuales sin el fin de procrear. Dice un dicho: “Los adultos no hacen a los bebés; los bebés hacen a los adultos”.

Otra razón por la que los varones hemos perdido madurez afectiva es porque el sexo y el romance los hemos convertido en objeto de consumo. El amor, el sexo y la transmisión de la vida son cosas que precisan de un elevado discernimiento, pues en ello nos jugamos la felicidad a largo plazo. En cambio cuando nos dejamos llevar por el sexo pasajero, motivo de cacería fugaz, de esa manera se deteriora nuestra capacidad de amar a por tiempo prolongado en el futuro.

María Judith Turriaga sostiene que esta cultura del ligue o del faje, afecta a la mujer a corto plazo, y al varón, a largo. Envuelta en relaciones pre-matrimoniales o precoces, la mujer pierde su autoestima, su fama, se siente utilizada como objeto de recreo, sufre depresiones. En cambio los efectos que estas conductas sexuales tendrán en el mundo varonil serán más atroces años más tarde. Muchas esposas terminan echando fuera de la casa a sus maridos por considerarlos no funcionales, insoportables, violentos o inmaduros. Fuera de su hogar, los hombres se van a vivir solos, o consiguen otra pareja o terminan viviendo en casa de sus papás. Muchos de ellos acaban siendo mendigos en las calles.

Hoy el feminismo radical presenta a la mujer como víctima de una cultura machista y patriarcal. Sin embargo quien está en verdadera crisis es el varón. Las mujeres tienen su derecho al voto, estudian carreras universitarias y tienen buenos puestos de trabajo. En caso de separación o divorcio el Estado las favorece y se han creado leyes que las protegen de la violencia. En cambio, al hombre no se le escucha. De esa manera el varón, habiendo perdido sus cualidades de líder, custodio, marido responsable, educador y protector de una familia se ha quedado fuera, propenso a las depresiones y a sentirse un inútil. Son las terribles consecuencias de una sexualidad desenfrenada, de vicios adquiridos desde la niñez o adolescencia como la pornografía, de esa ‘obesidad sexual’ de que está enferma nuestra cultura.

Es preciso regresar a recuperar lo que hemos perdido. Términos como ‘castidad’, ‘virginidad hasta el matrimonio’ o ‘fidelidad’ están fuera del léxico de nuestra cultura laicista. Sin embargo en ellos se esconde el camino que lleva a la alegría y al gozo verdadero de la vida.

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