Estamos en plenas campañas políticas para elegir presidente de la república, alcaldes y diputados. Mientras las encuestas hacen sus pronósticos -fallidos tantas veces- las estrategias para ganar votos o para desacreditar a los adversarios están a la orden del día. Recientemente aparecieron 30 millones de panfletos firmados por una confraternidad de iglesias evangélicas en los que acusa a la Iglesia Católica de ser parte de “la mafia en el poder”. Esto no debe ser ofensivo para los católicos porque se trata de una mentira, producto además de mentes ignorantes.
Sin embargo las expresiones sobre la Virgen de Guadalupe que utilizaron en el panfleto han molestado a millones de católicos que tenemos a Nuestra Señora del Tepeyac como nuestra Madre y Reina. Ello hiere las normas básicas de la convivencia social porque hace burla de uno de los símbolos religiosos más importantes del pueblo católico de México, como es la Virgen de Guadalupe. Tan grave fue la osadía que los mismos obispos mexicanos han exigido públicamente el respeto a la sagrada imagen y a no utilizarla como instrumento de discordia. Han pedido a las autoridades competentes que no se permita ningún tipo de propaganda electoral con imágenes o símbolos religiosos venerados por gran parte del pueblo de México, ya que sólo se genera malestar entre muchos ciudadanos creyentes.
Sin embargo las expresiones sobre la Virgen de Guadalupe que utilizaron en el panfleto han molestado a millones de católicos que tenemos a Nuestra Señora del Tepeyac como nuestra Madre y Reina. Ello hiere las normas básicas de la convivencia social porque hace burla de uno de los símbolos religiosos más importantes del pueblo católico de México, como es la Virgen de Guadalupe. Tan grave fue la osadía que los mismos obispos mexicanos han exigido públicamente el respeto a la sagrada imagen y a no utilizarla como instrumento de discordia. Han pedido a las autoridades competentes que no se permita ningún tipo de propaganda electoral con imágenes o símbolos religiosos venerados por gran parte del pueblo de México, ya que sólo se genera malestar entre muchos ciudadanos creyentes.
Aquí en Ciudad Juárez uno de los candidatos a la alcaldía ha utilizado como imagen personal una fotografía en la que aparece junto al papa Francisco y con la frase “Paz para Juárez”. Ello ha provocado malestar en algunos partidos políticos que piden la destitución del candidato por promoverse fuera de los tiempos de campaña y con la imagen del pontífice, lo que además supondría una violación al estado laico.
La Diócesis de Ciudad Juárez se ha deslindado de estos hechos. La Iglesia local no tiene derechos sobre las fotografías del papa Francisco, ni considera que se trata de una falta de respeto a la imagen del Santo Padre. Son los partidos políticos y la ciudadanía a quienes corresponde protestar por este acontecimiento, no a la Iglesia.
Los políticos de muchas partes del mundo procuran posar junto a la figura del papa para dar una buena imagen delante de sus ciudadanos. Jefes de Estado, gobernadores y presidentes municipales no dudan en conseguir una audiencia con el Santo Padre en el Vaticano, o un saludo de mano después de las Audiencias generales de los miércoles. Así las cámaras pueden captar el momento, para luego hacer circular las fotos entre el pueblo y provocar una buena impresión en sus gobernados. Lo hicieron Evo Morales, Enrique Peña Nieto, Cristina Fernández de Kirchner y hasta César Duarte Jáquez. Muchos lo hacen y lo seguirán haciendo. En política una imagen puede valer más que mil palabras.
La Iglesia sigue muy de cerca el proceso político que vivimos hoy en México, en una prudente distancia para no apoyar ni descalificar a partido político alguno. Como institución nos corresponde solamente promover la participación ciudadana, ya que se está jugando el bien del hombre y de la sociedad. Ha habido épocas en las que la relación con el Estado ha sido de mucha hostilidad; basta recordar lo que sucedió en 1926, cuando se decretó la suspensión del culto público en el país y la guerra cristera que le siguió. Pero también en otras épocas la Iglesia ha vivido tan unida al Estado que casi eran una y la misma cosa, lo que también se ha pagado con un precio muy costoso. Ambos extremos han sido experiencias muy negativas.
La Iglesia católica y el Estado mexicano son independientes y autónomos. Cada una tiene su ámbito de competencia, aunque los dos están al servicio del bien personal y social del hombre. Por eso es necesaria una cooperación entre las dos instituciones, lo que no significa que se confundan. Ni el Estado debe identificarse con una religión concreta, ni la Iglesia debe tener preferencia por un partido político específico. Cada cristiano es libre de adherirse al partido que, en su conciencia, crea que es mejor. Esto no debe hacerse a la ligera, ya que la Iglesia nos dice que hay temas que son fundamentales para el bien personal, familiar y social, y que todo católico, en conciencia, debe apoyar: el respeto a la vida humana desde el vientre materno hasta su muerte natural, el matrimonio exclusivo entre el hombre y la mujer, y la libertad religiosa.
Por la armonía de estos tiempos electorales exhortamos, pues, a los candidatos a no confundir a la ciudadanía, respetando la saludable autonomía entre ellos y la Iglesia Católica, así como a los católicos a participar en la contienda electoral con responsabilidad y espíritu de cooperación para el buen funcionamiento de nuestra comunidad política.
La Iglesia sigue muy de cerca el proceso político que vivimos hoy en México, en una prudente distancia para no apoyar ni descalificar a partido político alguno. Como institución nos corresponde solamente promover la participación ciudadana, ya que se está jugando el bien del hombre y de la sociedad. Ha habido épocas en las que la relación con el Estado ha sido de mucha hostilidad; basta recordar lo que sucedió en 1926, cuando se decretó la suspensión del culto público en el país y la guerra cristera que le siguió. Pero también en otras épocas la Iglesia ha vivido tan unida al Estado que casi eran una y la misma cosa, lo que también se ha pagado con un precio muy costoso. Ambos extremos han sido experiencias muy negativas.
La Iglesia católica y el Estado mexicano son independientes y autónomos. Cada una tiene su ámbito de competencia, aunque los dos están al servicio del bien personal y social del hombre. Por eso es necesaria una cooperación entre las dos instituciones, lo que no significa que se confundan. Ni el Estado debe identificarse con una religión concreta, ni la Iglesia debe tener preferencia por un partido político específico. Cada cristiano es libre de adherirse al partido que, en su conciencia, crea que es mejor. Esto no debe hacerse a la ligera, ya que la Iglesia nos dice que hay temas que son fundamentales para el bien personal, familiar y social, y que todo católico, en conciencia, debe apoyar: el respeto a la vida humana desde el vientre materno hasta su muerte natural, el matrimonio exclusivo entre el hombre y la mujer, y la libertad religiosa.
Por la armonía de estos tiempos electorales exhortamos, pues, a los candidatos a no confundir a la ciudadanía, respetando la saludable autonomía entre ellos y la Iglesia Católica, así como a los católicos a participar en la contienda electoral con responsabilidad y espíritu de cooperación para el buen funcionamiento de nuestra comunidad política.
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