Este es un papa muy social, dicen las lenguas. Otros lo han acusado de comunista. Sus viajes a las regiones y ciudades periféricas del mundo, su amor desmedido a los pobres y desheredados, su fuerte denuncia a los sistemas económicos y políticos que descartan a las personas como si fueran productos de desecho; todo ello ha suscitado inquietudes en una parte del mundo católico que no acaba de entender al papa.
El periodista británico Austen Ivereigh, en su libro ‘El gran reformador’ sobre la vida del papa Francisco, nos ayuda a entender mejor el pensamiento y las actitudes de este pontífice. Para ello hemos de remontarnos al ambiente que respiró Jorge Mario Bergoglio durante su adolescencia en su natal Argentina; un ambiente de pasiones políticas y sociales que culminaron en el liderazgo nacional de Juan Domingo Perón, que fue presidente de aquel país durante tres períodos.
Durante los años 30 del siglo pasado en Argentina se respiraba un fuerte ambiente nacionalista. Había inversión extranjera apoyada por una pequeña oligarquía, pero la percepción general en el pueblo era de un esclavismo de las grandes masas dependientes de intereses que no eran los suyos. Muchos intelectuales argentinos rechazaban este liberalismo económico y político y comenzaron a ensalzar la herencia española y católica despreciada por los liberales.
A finales de aquella década Argentina estaba al borde de la revolución. Los militares liderados por Juan Domingo Perón tomaron el poder y, de esa manera, se fue consolidando una nueva política social y económica a favor de las grandes masas de pobres, más cercana a la enseñanza social de la Iglesia que al comunismo. Perón convocó a elecciones y pudo derrotar a los partidos políticos liberales. Fue presidente por tres períodos: el de 1946-1952, el de 1952-1958 y el de 1973-1974.
De Perón se dice que fue un genio político. Entendió las esperanzas de su pueblo, de sus inmigrantes y de sus hijos. Él y su señora, la famosa Evita Perón –quien pronunciaba acalorados discursos desde el balcón de la Casa Rosada estando enferma de cáncer– llegaron al poder abriéndose paso desde las clases pobres, lo que les ganó enorme popularidad. Pero lo grande de Perón fue la creación de un movimiento político superior a él. Ivereigh describe así el peronismo: “más que un partido político, un movimiento; más que un grupo de intereses, una cultura; un híbrido político tan popular y absorbente que, durante décadas, ha dominado la Argentina moderna”. Este fue el ambiente que vivió Jorge Mario Bergoglio, el futuro papa Francisco, durante su adolescencia.
En los primeros años de Perón en el poder, la Iglesia católica tuvo luna de miel con el mandatario. Pero el conflicto estalló cuando la Iglesia argentina empezó a volverse más hacia Roma y pidió que ya no fuera más el presidente quien nombrara a los obispos, sino el papa. Temeroso de tener obispos contrarios a sus ideales políticos, Perón persiguió a la Iglesia, hizo encarcelar a sacerdotes, saqueó e incendió templos y concedió facilidades a protestantes y a brujos. Años después, cuando estaba en el exilio, Perón hizo las paces con la Iglesia.
Jorge Mario Bergoglio nunca tuvo adhesión a los partidos políticos, pero tuvo una simpatía natural con esa tradición política nacionalista representada por el peronismo. Bergoglio se puso en contra del peronismo a raíz del conflicto de éste con la Iglesia, sin embargo respetó siempre este movimiento por considerarlo expresión de los intereses de la gente sencilla.
Entendamos mejor al papa Francisco. No tenemos un papa comunista, como las élites de Norteamérica lo acusan. Tenemos un papa que critica fuertemente el sistema de libre mercado, en el sentido de que trata a muchas personas como objetos de consumo y los desecha cuando dejan de producir. No es el mercado, en sí mismo, lo que el papa critica, sino su conversión en un ídolo; la desaparición del hombre como centro de desarrollo para que el consumo y el lucro se conviertan en becerros de oro.
La propuesta del papa Francisco es una moral social basada en políticas económicas y sociales en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia, y no con el liberalismo ni el socialismo totalitario. Una propuesta que tienda a hacer más corto el abismo entre ricos y pobres, como fue el sueño de la Argentina nacionalista que dio origen al peronismo.
El periodista británico Austen Ivereigh, en su libro ‘El gran reformador’ sobre la vida del papa Francisco, nos ayuda a entender mejor el pensamiento y las actitudes de este pontífice. Para ello hemos de remontarnos al ambiente que respiró Jorge Mario Bergoglio durante su adolescencia en su natal Argentina; un ambiente de pasiones políticas y sociales que culminaron en el liderazgo nacional de Juan Domingo Perón, que fue presidente de aquel país durante tres períodos.
Durante los años 30 del siglo pasado en Argentina se respiraba un fuerte ambiente nacionalista. Había inversión extranjera apoyada por una pequeña oligarquía, pero la percepción general en el pueblo era de un esclavismo de las grandes masas dependientes de intereses que no eran los suyos. Muchos intelectuales argentinos rechazaban este liberalismo económico y político y comenzaron a ensalzar la herencia española y católica despreciada por los liberales.
A finales de aquella década Argentina estaba al borde de la revolución. Los militares liderados por Juan Domingo Perón tomaron el poder y, de esa manera, se fue consolidando una nueva política social y económica a favor de las grandes masas de pobres, más cercana a la enseñanza social de la Iglesia que al comunismo. Perón convocó a elecciones y pudo derrotar a los partidos políticos liberales. Fue presidente por tres períodos: el de 1946-1952, el de 1952-1958 y el de 1973-1974.
De Perón se dice que fue un genio político. Entendió las esperanzas de su pueblo, de sus inmigrantes y de sus hijos. Él y su señora, la famosa Evita Perón –quien pronunciaba acalorados discursos desde el balcón de la Casa Rosada estando enferma de cáncer– llegaron al poder abriéndose paso desde las clases pobres, lo que les ganó enorme popularidad. Pero lo grande de Perón fue la creación de un movimiento político superior a él. Ivereigh describe así el peronismo: “más que un partido político, un movimiento; más que un grupo de intereses, una cultura; un híbrido político tan popular y absorbente que, durante décadas, ha dominado la Argentina moderna”. Este fue el ambiente que vivió Jorge Mario Bergoglio, el futuro papa Francisco, durante su adolescencia.
En los primeros años de Perón en el poder, la Iglesia católica tuvo luna de miel con el mandatario. Pero el conflicto estalló cuando la Iglesia argentina empezó a volverse más hacia Roma y pidió que ya no fuera más el presidente quien nombrara a los obispos, sino el papa. Temeroso de tener obispos contrarios a sus ideales políticos, Perón persiguió a la Iglesia, hizo encarcelar a sacerdotes, saqueó e incendió templos y concedió facilidades a protestantes y a brujos. Años después, cuando estaba en el exilio, Perón hizo las paces con la Iglesia.
Jorge Mario Bergoglio nunca tuvo adhesión a los partidos políticos, pero tuvo una simpatía natural con esa tradición política nacionalista representada por el peronismo. Bergoglio se puso en contra del peronismo a raíz del conflicto de éste con la Iglesia, sin embargo respetó siempre este movimiento por considerarlo expresión de los intereses de la gente sencilla.
Entendamos mejor al papa Francisco. No tenemos un papa comunista, como las élites de Norteamérica lo acusan. Tenemos un papa que critica fuertemente el sistema de libre mercado, en el sentido de que trata a muchas personas como objetos de consumo y los desecha cuando dejan de producir. No es el mercado, en sí mismo, lo que el papa critica, sino su conversión en un ídolo; la desaparición del hombre como centro de desarrollo para que el consumo y el lucro se conviertan en becerros de oro.
La propuesta del papa Francisco es una moral social basada en políticas económicas y sociales en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia, y no con el liberalismo ni el socialismo totalitario. Una propuesta que tienda a hacer más corto el abismo entre ricos y pobres, como fue el sueño de la Argentina nacionalista que dio origen al peronismo.
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