miércoles, 30 de marzo de 2016

Obama en Cuba

El padre Castor es un buen amigo cubano que me ha visitado dos veces en Ciudad Juárez. Hemos pasado muchas horas conversando, entre otras cosas, sobre la situación política de Cuba y sobre las penurias económicas, sociales y familiares en las que vive su pueblo. A pesar de los estragos que la imposición ideológica del socialismo ateo ha hecho en los isleños, me habla con esperanza cómo muchos están volviendo a Dios.

Un despertar espiritual se ha vivido en Cuba a raíz de la visita de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El adoctrinamiento en el ateísmo, la separación de los hijos de sus padres y la discriminación laboral a quienes se consideran creyentes, no ha logrado arrancar del todo la fe católica en el pueblo cubano. La presencia de la Virgen de la Caridad del Cobre y la labor heroica de un clero profundamente entregado que trabaja en situaciones muy precarias –prácticamente con las uñas–, ha avivado la llama de la fe en muchos hogares.

Para la recuperación de la fe católica, el padre Castor ha visto como providencial la situación tan adversa en la que vive su pueblo. Me dice que la gente se vuelca a Dios cuando pasa por tantas carencias y que teme, hasta cierto punto, una eventual apertura de Cuba hacia el capitalismo. Entonces sí la gente podría dejar de buscar a Dios para volcarse a adorar al becerro de oro del dinero.

La visita de Barack Obama a Cuba, hace unas semanas, seguramente ha suscitado esperanzas en los cubanoamericanos de Miami y otros empresarios para abrir paso a un sistema económico más libre, empezando por el levantamiento del embargo comercial que tanto ha perjudicado a los isleños. La caída de los precios del petróleo ha dejado a Venezuela –aliado de Cuba– prácticamente en la calle, y los cubanos no encuentran la manera de salir de la pobreza y del atraso. Con la presencia del presidente estadounidense se abre una luz de esperanza para que los cubanos tengan mejores condiciones de vida.

No debemos de pensar que una mayor apertura comercial con Cuba traerá necesariamente un cambio político en ese país. China es un ejemplo claro de cómo un gobierno que controla férreamente a sus ciudadanos –con graves violaciones de los derechos humanos– puede abrirse a una economía de libre mercado. Lo más seguro es que el gobierno cubano siga el mismo camino y que la Iglesia siga teniendo cierto control de parte del gobierno, sobre todo en la negación de visas de sacerdotes y religiosas extranjeros para trabajar en el país.

Recordemos que existe un odio de décadas de Fidel Castro hacia los Estados Unidos y que su gobierno es el símbolo de la resistencia contra Estados Unidos en el mundo. Si los agentes del FBI no hubieran desmantelado el atentado que el gobierno castrista planeaba en Manhattan en 1962, los hechos del 11 de septiembre de 2001 hubieran sido el segundo ataque terrorista más grave en territorio norteamericano. “Nosotros no estamos preparados para una reconciliación con Estados Unidos, ¡y yo no me voy a reconciliar con el sistema imperialista!”, despotricó Fidel en 2000 en una entrevista con CNN.

Quizá muchos cubanoamericanos que viven en Miami sueñan que llegará el día en que se plantarán McDonald’s, Burger King y Starbucks en La Habana; o que se escucharán conciertos de Madona y Lady Gaga en Camagüey; o que los cubanos podrán tener televisión por cable con HBO, teléfonos celulares Samsung o iPhone con acceso ilimitado a internet. Tal vez sueñen en que Nike, Coca Cola, Adidas, General Electric, Revlon, Sony y Kraft sean marcas vendidas en la isla. Dudo que llegue pronto ese día. Y si llega, entonces mi amigo el padre Castor y todo el clero cubano deberá hacer un esfuerzo enorme –más del que ya realizan en medio de la pobreza– para lograr que la presencia de Dios no se convierta en un vago recuerdo en las almas cubanas. ¡Azúcar!, decía la gran Celia Cruz.

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