No es que el famoso conejo en perfil con corbatín se haya vuelto pudoroso. La revista Playboy dejará de mostrar imágenes de mujeres desnudas a partir de marzo del año próximo sólo por motivos económicos. El fácil acceso a cualquiera de las cientos de millones de páginas pornográficas en Internet ha hecho que las conejitas de Hugh Hefner, fundador de la revista, estén pasadas de moda y atraigan a pocos.
Playboy nació antes de la revolución sexual de los años 60. En 1953 la revista publicó su primer número y desde entonces su tiraje fue en aumento hasta superar los 5 millones de ejemplares mensuales en los años 70. Hoy apenas tiene un tiraje de 800 mil. Para los que crecimos en aquellos años la revista solía ser prohibida y, por lo mismo, atractiva. Muchos, para no ser descubiertos, la hojeaban cubriéndola con una revista de Mecánica Popular.
Las conejitas de Playboy se convirtieron en un anzuelo para llevar a millones de personas hacia la adicción sexual, un problema que hoy tiene consecuencias personales, familiares y sociales trágicas. Sacerdotes y psicólogos hemos palpado el sufrimiento, la depresión y la ansiedad que genera la adicción sexual en muchas personas, sobre todo en varones. Algunos han sido despedidos de su trabajo por visitar páginas pornográficas en horas laborales. Pero la consecuencia más dramática se vive al interno del matrimonio y la familia donde las rupturas por este motivo se han multiplicado.
Uno de los mayores sufrimientos de la adicción al sexo es la pérdida de la intimidad. El sexo fue creado por Dios para ayudar a crear una comunión de personas, es decir, una verdadera intimidad de corazones. El adicto no puede lograrla porque en su obsesión no hay lugar para la otra persona. Sólo piensa en sí mismo y utiliza a su pareja para una mera autosatisfacción. Por eso la primera persona en vivir las consecuencias es, muchas veces, el propio cónyuge. Quizá en su infancia, un adicto al sexo nunca tuvo relaciones de verdadera comunión interpersonal, por lo que quiere, a través del sexo, colmar un vacío interior imposible de llenar.
Una persona que padecía de esta adicción me contaba que estaba llegando al punto de ver imágenes pornográficas frente a sus hijos, mientras éstos dormían. Es decir, la obsesión lo cegaba hasta el punto de no medir las consecuencias de que los niños pudieran ver a su padre, con el consecuente daño psicológico para ellos. Por eso los adictos necesitan ser ayudados, y evitar que dañen a terceras personas, sobre todo dentro de sus propios hogares.
Playboy, me atrevo a decirlo, ha traído una alegría efímera para muchos de sus aficionados, que luego se convirtió en tristeza, y hasta en angustia. Si la revista los fue llevando hacia la adicción sexual, entonces sus experiencias en este terreno muy probablemente les trajeron una sensación de culpabilidad y de vacío. Muchos adictos se han sentido abandonados por Dios; otros han querido salir de ese abismo pero no han podido ni saben cómo hacerlo, se sienten sucios y no saben a dónde recurrir. Su conducta incontrolable les está haciendo viviendo una desesperante experiencia de naufragio existencial.
En el nivel espiritual los daños son tremendos para las personas adictas al sexo. Ellos se sienten sucios ante la presencia de Dios y se creen indignos de recibir su perdón y su amor. Ni siquiera se atreven a ponerse a orar para pedir ayuda al Cielo. Están tan ensimismados en sus pecados que han perdido confianza en la misericordia del Señor. Lo más terrible es la pérdida de la esperanza en la salvación porque ello lleva considerar el suicidio como una puerta de escape.
A pesar de todo ese sufrimiento, para estas personas hay esperanza, mucha esperanza. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Mt 7,7). El rey David, luego de su pecado de obsesión sexual con Betsabé oró pidiendo la pureza del corazón: Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (Sal 51). Y si Jesucristo resucitó a Lázaro de entre los muertos, seguramente no dejará perecer en las aguas de la angustia a muchos que comenzaron a introducirse en el mar oscuro de la sexoadicción por hojear un día, posiblemente, una ejemplar de Playboy.
Playboy nació antes de la revolución sexual de los años 60. En 1953 la revista publicó su primer número y desde entonces su tiraje fue en aumento hasta superar los 5 millones de ejemplares mensuales en los años 70. Hoy apenas tiene un tiraje de 800 mil. Para los que crecimos en aquellos años la revista solía ser prohibida y, por lo mismo, atractiva. Muchos, para no ser descubiertos, la hojeaban cubriéndola con una revista de Mecánica Popular.
Las conejitas de Playboy se convirtieron en un anzuelo para llevar a millones de personas hacia la adicción sexual, un problema que hoy tiene consecuencias personales, familiares y sociales trágicas. Sacerdotes y psicólogos hemos palpado el sufrimiento, la depresión y la ansiedad que genera la adicción sexual en muchas personas, sobre todo en varones. Algunos han sido despedidos de su trabajo por visitar páginas pornográficas en horas laborales. Pero la consecuencia más dramática se vive al interno del matrimonio y la familia donde las rupturas por este motivo se han multiplicado.
Uno de los mayores sufrimientos de la adicción al sexo es la pérdida de la intimidad. El sexo fue creado por Dios para ayudar a crear una comunión de personas, es decir, una verdadera intimidad de corazones. El adicto no puede lograrla porque en su obsesión no hay lugar para la otra persona. Sólo piensa en sí mismo y utiliza a su pareja para una mera autosatisfacción. Por eso la primera persona en vivir las consecuencias es, muchas veces, el propio cónyuge. Quizá en su infancia, un adicto al sexo nunca tuvo relaciones de verdadera comunión interpersonal, por lo que quiere, a través del sexo, colmar un vacío interior imposible de llenar.
Una persona que padecía de esta adicción me contaba que estaba llegando al punto de ver imágenes pornográficas frente a sus hijos, mientras éstos dormían. Es decir, la obsesión lo cegaba hasta el punto de no medir las consecuencias de que los niños pudieran ver a su padre, con el consecuente daño psicológico para ellos. Por eso los adictos necesitan ser ayudados, y evitar que dañen a terceras personas, sobre todo dentro de sus propios hogares.
Playboy, me atrevo a decirlo, ha traído una alegría efímera para muchos de sus aficionados, que luego se convirtió en tristeza, y hasta en angustia. Si la revista los fue llevando hacia la adicción sexual, entonces sus experiencias en este terreno muy probablemente les trajeron una sensación de culpabilidad y de vacío. Muchos adictos se han sentido abandonados por Dios; otros han querido salir de ese abismo pero no han podido ni saben cómo hacerlo, se sienten sucios y no saben a dónde recurrir. Su conducta incontrolable les está haciendo viviendo una desesperante experiencia de naufragio existencial.
En el nivel espiritual los daños son tremendos para las personas adictas al sexo. Ellos se sienten sucios ante la presencia de Dios y se creen indignos de recibir su perdón y su amor. Ni siquiera se atreven a ponerse a orar para pedir ayuda al Cielo. Están tan ensimismados en sus pecados que han perdido confianza en la misericordia del Señor. Lo más terrible es la pérdida de la esperanza en la salvación porque ello lleva considerar el suicidio como una puerta de escape.
A pesar de todo ese sufrimiento, para estas personas hay esperanza, mucha esperanza. Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Mt 7,7). El rey David, luego de su pecado de obsesión sexual con Betsabé oró pidiendo la pureza del corazón: Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (Sal 51). Y si Jesucristo resucitó a Lázaro de entre los muertos, seguramente no dejará perecer en las aguas de la angustia a muchos que comenzaron a introducirse en el mar oscuro de la sexoadicción por hojear un día, posiblemente, una ejemplar de Playboy.
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