Con frecuencia me encuentro con personas que, con cierta angustia, piden ayuda para superar una adicción sexual, generalmente la pornografía. Desde la creación de internet el consumo de material porno ha escalado a niveles altísimos, siendo Estados Unidos el primer consumidor mundial, y México el cuarto. Es un problema pastoral que roba la libertad y la alegría a millones de consumidores adictos.
Una persona se engancha, por lo general, a algún vicio sexual por motivos como el aburrimiento, la soledad, el aislamiento o algún dolor emocional. Muchas veces la única razón de la adicción es la búsqueda de placer. La dependencia puede ser tan fuerte como sucede con la adicción a las drogas, y aunque la sujeción a la porno proporciona un alivio temporal, el precio que se paga es físico y psicológico, y puede llegar, incluso, a destruir un proyecto de vida.
Algunos jóvenes me dicen, con mucho desconsuelo, que, por más que lo intentan, no pueden salir del vicio; que es algo que supera sus fuerzas. ¿Por qué sucede esto? La ciencia médica enseña que cuando alguien ve pornografía, su cerebro es sobreestimulado por un neurotrasmisor llamado dopamina, la cual destruye algunos receptores cerebrales de esta sustancia. Esto hace a la persona sentirse agotada. Al volver a la pornografía teniendo menos receptores de dopamina, necesitará más porno para conseguir el mismo placer de dopamina, lo que provoca que su cerebro destruya aún más receptores. Así tendrá más y más necesidad de seguir viendo porno. Dejar el vicio se convierte, entonces, en una ardua lucha.
La adicción puede tomar diversas formas y grados. Afecta a personas jóvenes solteras, a quienes van a la iglesia, a personas casadas, a empresarios y gente de clase obrera, incluso a sacerdotes, seminaristas y religiosas. Es una droga que, como un pulpo de mil tentáculos, se ha extendido de forma silenciosa por el mundo y destruye muchas vidas.
Hay esperanza. Abandonar este vicio y toda adicción sexual es posible. Las personas adictas pueden superar su problema. No se trata únicamente de ejercitarse en un rígido autocontrol, como si todo dependiera de la voluntad personal. Primero la persona debe estar convencida de que nuestra naturaleza humana fue creada para amar de verdad –con el amor de Dios–, y que la lujuria es como una pus que brota de una herida en el corazón del hombre. Se debe buscar, entonces, armonizar la conducta moral con lo que corresponde a naturaleza humana.
Muchos católicos son buenos padres de familia, son trabajadores responsables y van a misa a su parroquia cada semana; son deportistas y tienen buenas relaciones sociales. Sin embargo en esta área de su vida se sienten muy vulnerables, pero cuando logran armonizar su sexualidad con la naturaleza de su alma, pueden llegar a vivir un estilo de vida saludable y encontrar la paz interior para vivir una vida de alegría duradera.
En su teología del cuerpo, apoyado en santo Tomás de Aquino y Aristóteles, san Juan Pablo II enseña que para superar la lujuria, en vez de tratar de anular el apetito sexual hay que aprender a transformarlo. Para ello es necesario presentar a la mente, repetidamente, los valores que se obtendrán al vivir una vida casta. San Francisco de Sales recomendaba que mientras más se piense y se hable de las ventajas y excelencias que tiene la castidad, más deseos y fuerzas se conseguirán para conservarla.
A base de grabar a fuego en sus corazones las enormes ventajas que tiene vivir una vida sin lujuria y de transformar sus deseos sexuales, muchas personas están logrando superar la adicción a la pornografía. Ellas están redescubriendo su verdadera vocación al amor porque solamente una persona libre de esclavitudes tiene la capacidad de entregarse a los demás en el amor auténtico.

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