Hace unos días un joven sevillano, de apenas 20 o 21 años, sin poder soportar el discurso de una Misa para el colectivo LGBTQ con la bandera arcoíris en el altar, increpó al sacerdote llamándolo "irresponsable" por traicionar las enseñanzas de la Iglesia y por no llamar a sus oyentes del colectivo al arrepentimiento y a la conversión.
Con más aplausos que críticas al chaval, el video se hizo viral en redes sociales, abriendo un gran debate sobre la pastoral de la Iglesia hacia las personas que tienen atracción al mismo sexo. Sin embargo ese no es el tema de este artículo. Más bien quiero referirme a una cualidad del muchacho andaluz, y que hoy es escasa en muchos de nuestros jóvenes católicos. Me refiero al carácter.
Cuando decimos que alguien tiene carácter nos referimos a que tiene principios nobles y que sabe mantenerse firme en ellos, aún cuando esto le traiga consecuencias desagradables y tenga que hacer sacrificios. Una persona a la que le falta carácter es aquella que actúa contra la voz de su propia conciencia y termina traicionando sus ideales por temor al sufrimiento.
"Te estamos grabando", dijeron al chico algunas personas ofendidas ante su atrevimiento de increparles en la iglesia. "Te acusaremos de discurso de odio". El huerco no se inmutó y siguió adelante: "Me da igual que me graben porque sois vosotros los que estáis desvirtuando el mensaje de Cristo". Más tarde él y otros miembros del grupo eclesial al que pertenecen, presentaron su queja, por escrito, a la autoridad de la Iglesia. Eso es tener carácter.
Una persona de carácter se ha forjado principios rectos para su alma. Se esmera para aplicar constantemente esos principios en las actividades que emprende: en el estudio, el trabajo, las redes sociales, la amistad, el descanso, la familia, la patria, Jesucristo y la Iglesia. Pero no sólo quien tiene carácter forja esos principios justos sino que los sigue y se empeña en vivirlos.
Atreverse a nadar contracorriente río arriba, cuando las verdades de la fe católica son ultrajadas; levantar la voz para defender las enseñanzas de Jesucristo y poner en evidencia los errores de quienes ejercen la autoridad, eso es tener carácter y puede ser, además, expresión de un corazón de bronce.
Ese corazón de bronce lo tuvieron los mártires, como los sacerdotes san Cristóbal Magallanes y su vicario parroquial san Agustín Caloca, cuando aquella mañana del 25 de mayo de 1927 fueron conducidos a la casa municipal de Colotlán, Jalisco, para ser ejecutados. El párroco se puso de rodillas ante su vicario para recibir la absolución sacramental por sus pecados, y el padre Caloca, a su vez, la recibió después de su párroco. Ante sus verdugos, el padre Cristóbal dijo en voz alta: "Soy y muero inocente; perdono de corazón a los autores de mi muerte y pido a Dios que mi sangre sirva para la paz de los mexicanos desunidos". Al ver al padre Caloca un poco turbado por la aflicción, le dijo: "Padre, es sólo un momento y estaremos en el Cielo". Semejante vigor de un mártir sólo lo pueden dar quienes han formado un gran carácter.
Es lamentable que muchos de nuestros jóvenes vivan sólo para cultivar su cuerpo; que millones pasen horas y horas absortos en las redes sociales; que otros sólo tengan como única meta la diversión o estén atrapados en vicios impuros y en drogas; que abandonen pronto la escuela o cambien de empleo frecuentemente. Falta a los adolescentes y jóvenes mucha formación en el carácter.
Ver al muchacho español, hace unos días, increpar al sacerdote, me provocó la emoción de saber que todavía hay jóvenes que tienen ideales nobles; jóvenes que llevan grabado en el corazón el amor a Jesús y a la Iglesia y que, por su fe en la Resurrección y en la vida eterna, están dispuestos a ser ultrajados y perseguidos, aún por gente de la misma Iglesia. Habrá quienes piensen que el chico fue grosero, que no debió interrumpir la misa, que faltó el respeto a lo sagrado, que le faltó humilad, que es un fanático y otras cosas. Yo no pienso así y sí aplaudo al joven por su carácter.
Ojalá que muchos de nosotros, los tibios, nos encendamos un poquito del celo y de la garra que tienen otros para defender lo que debe ser defendido. Dios nos conceda troquelar un corazón de bronce y un carácter férreo.

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