lunes, 25 de noviembre de 2024

Maridos en la cárcel


Son muchos los hombres que se encuentran detrás de las rejas, pagando por una culpa que no cometieron. Sus esposas los acusaron de delitos sexuales supuestamente perpetrados contra ellas o contra alguno de sus hijos. Enardecidas por el odio y por deseos de venganza contra sus maridos, y muchas veces manipulando a sus propios hijos, las señoras solamente presentaron la denuncia en fiscalía y eso bastó para que la policía los arrestara y los encarcelara, sin prueba alguna. En las cárceles abundan, sin duda, hombres culpables de delitos lujuriosos, pero también hay muchos que son víctimas de mujeres vengativas protegidas por leyes de género favorables a ellas.

Los encarcelamientos conyugales injustos por odio y venganza son un ejemplo, entre muchos otros, de la distorsión que el poder de las tinieblas ha logrado hacer en la relación del hombre y la mujer. Es una de las tragedias en que se refleja la fuerza del pecado que inició desde la caída de la humanidad de aquel estado de santidad original en que Dios creó nuestra sexualidad.

Impresiona y duele ver a los cónyuges que hoy se odian y tratan de dañarse el uno al otro. Sus heridas no se reducen a su relación y a su entorno familiar, sino que también laceran a la humanidad porque el matrimonio es la imagen más elocuente del amor que Dios tiene al ser humano. Y más doloroso es cuando los esposos tienen el sacramento del matrimonio. Al decidir casarse en el Señor, ellos se convirtieron en un signo viviente del amor de Cristo por su Esposa la Iglesia (Ef 5, 31-32).

Entre todas las relaciones interpersonales que hay en la vida, la más importante es la relación del hombre y la mujer unidos en matrimonio celebrado y consumado en la unión sexual. Es la manera más elocuente en que Dios decidió revelar su vida y su amor en el mundo.

Aunque Jesucristo es la revelación absoluta y definitiva del amor de Dios en el mundo, sin embargo la relación conyugal entre marido y mujer es la que nos prepara para comprender el amor de Jesús. San Pablo llama a esta unión conyugal "un gran misterio" porque es un signo del amor de Cristo Esposo por su Iglesia Esposa. Por eso nuestra sexualidad es preciosa y gloriosa.

Dios puso en nosotros la atracción sexual como una fuerza muy poderosa que puede conducirnos a amar como Él nos ama, así poder participar en su misma vida divina y llenar de sentido y significado toda nuestra existencia. Pero cuando la sagrada unión del matrimonio se estropea hasta el punto del odio y de llevar al cónyuge a la cárcel por un delito no cometido, es el demonio quien ríe al desbaratar ese signo sagrado.

El poder de las tinieblas hoy altera nuestras relaciones entre los sexos. Son las mujeres quienes han manipulado más a los hombres –hoy los meten a la cárcel con mucha facilidad–, aunque también reconocemos que han sido los hombres quienes históricamente han abusado más a las mujeres. En este cuadro sombrío de relaciones interpersonales retorcidas están también las violaciones y otros delitos sexuales; el sida y todas las enfermedades de transmisión sexual; madres solteras e hijos sin padre; aborto; adulterio, un escandaloso índice de divorcios; la prostitución; tráfico sexual; la multimillonaria industria de la pornografía; la cultura del sexo casual; la confusión de género. Todas estas pústulas sociales están muy lejos del ideal que nos presenta san Pablo y la teología del cuerpo.

Esa es la realidad dramática que hoy estamos viviendo, pero no podemos continuar así. La destrucción de la sociedad desde su cimiento más profundo –la relación entre el hombre y la mujer– es obra del enemigo y hemos de combatirla. La predicación del evangelio de la sexualidad, del matrimonio y la familia, y la redención traída por Cristo es la medicina que sana, desde lo profundo nuestras heridas, y abre nuestras prisiones.

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