jueves, 30 de mayo de 2024
Santificar el Domingo
Sin los domingos la vida sería insoportable. Es el día en que los cristianos nos escapamos de la rueda en que gira la vida humana: trabajo-consumo-diversión. Son tres actividades buenas en sí mismas, pero que repetidas una y otra vez, nos colocan en un círculo aburridísimo y carente de sentido.
Quizá la mayoría de las personas viven atrapadas en ese círculo hasta el día de su muerte, y la vida se les escurre sin darse cuenta de que, más allá de ese mecánico círculo, existe un propósito sagrado que da sentido a todo nuestro quehacer cotidiano. Ese propósito está representado por el Domingo, el día del Señor.
El Domingo es regalo de Dios para su pueblo como día sagrado que nos libera de la rutina que nos abruma. No es casualidad que las grandes religiones tengan establecido su día sacro: el viernes para los musulmanes; el sábado para los judíos; y para los cristianos el domingo. Un día de la semana tiene la función de hacer que los hombres salgamos del círculo repetitivo del tiempo y nos coloquemos frente a la eternidad de Dios, último término de la vida.
Muchas personas hoy trabajan los domingos. La sociedad civil, a pesar de que se organiza sin tomar en cuenta la liturgia y los preceptos de la Iglesia referentes al trabajo y al descanso, sigue teniendo en gran aprecio por el Domingo como día de reposo familiar. Esto tiene raíces bíblicas. El libro del Génesis nos relata la creación en seis días; y el séptimo, como el día en que Dios descansó.
No se trata de un mensaje científico, pues sabemos que el universo se creó en millones de años. El mensaje es teológico: la vida del hombre depende de Dios; el hombre es vértice del mundo creado y trabaja como colaborador de Dios en la obra de la creación; el ser humano, para evitar perder el sentido de su vida, debe reservar un día para el descanso, y su mejor reposo lo encuentra en el Señor.
Sin embargo los cristianos no sólo heredamos el sentido judío de la semana de la creación y del descanso divino, sino que damos al tiempo un nuevo significado. No es la semana de la creación del Génesis la que da la última interpretación a nuestra vida, sino que es la Semana Santa en la que celebramos el Misterio Pascual de Cristo.
Jesús se entregó a la muerte y resucitó al tercer día. Esa semana ilumina el sentido del tiempo y la eternidad. En Cristo Jesús nos entregamos al Padre con el sacrificio de nuestros trabajos, alegrías y dolores, para morir y resucitar con Él. Por eso el domingo es el primer día de la semana, que señala la creación, y es también el octavo día, día que simboliza nuestra salida del tiempo para entrar, con Cristo resucitado, en la vida futura.
La Iglesia señala como precepto el reposo dominical. Sin embargo las circunstancias de la sociedad civil han cambiado y muchas personas trabajan los domingos. Para quienes se ven obligados a trabajar, el reposo no obliga, aunque sí la celebración de la Eucaristía; pero para quienes trabajan sin necesidad, el descanso dominical es inexcusable. El enemigo del domingo no es tanto el trabajo, sino la enajenación que producen los deportes o el malestar por la eventual diversión del fin de semana, lo que lleva muchas veces a olvidar el deber de alimentarnos con el pan de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.
Pidamos en nuestra oración redescubrir la belleza del Domingo como Día del Señor. Y no vayamos a la Eucaristía como obligados, sino como hombres hambrientos, necesitados del regalo que el Padre nos hace al darnos a su Hijo en el banquete eucarístico, para compartirnos su vida divina.
miércoles, 29 de mayo de 2024
Homosexualidad y seminarios
Esta semana una expresión espontánea del papa dio la vuelta al mundo. En la Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, Francisco, respondiendo a la pregunta de un obispo sobre la admisión de personas homosexuales en el Seminario, dijo que "ya hay mucho aire de mariconería" en algunos seminarios. Si bien muchos aplaudimos no tanto la expresión coloquial del pontífice, sino su sentido de que se debe evitar que la homosexualidad impregne los seminarios, el flanco progresista de la Iglesia se molestó calificando a Francisco de "homofóbico".
De inmediato el portavoz del papa, Matteo Bruni, emitió un comunicado en el que el papa pedía disculpas a quienes se sintieron ofendidos por el uso del término, y les recordó las palabras tantas veces afirmadas por Francisco: "En la Iglesia hay sitio para todos, ¡para todos! Nadie es inútil, nadie es superfluo, hay sitio para todos. Tal como somos, todos".
Las palabras del papa, aunque no del todo propias, son ciertas: las personas afeminadas y con tendencias homosexuales fuertemente arraigadas –no superadas–, así como quienes practican actos homosexuales o promueven la cultura gay, no tienen cabida en los seminarios ni deben llegar a las Órdenes sagradas. Estos criterios los estableció la Congregación para la Educación Católica en 2005 bajo el pontificado de Benedicto XVI.
Que haya clero que practique la homosexualidad no es algo nuevo en la historia de la Iglesia. San Pedro Damián, obispo, cardenal y doctor de la Iglesia, quien vivió en el siglo XI, época muy difícil para la Iglesia, se dio cuenta de los vicios que corrompían a los sacerdotes de la época y escribió su libro el Gomorrhianus, palabra que hace referencia a Gomorra, una de las ciudades pecadoras que fue destruida por la depravación de sus habitantes, junto con Sodoma, según narra el libro del Génesis.
En ese libro que aprobó el papa León IX, san Pedro Damián dice: "Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante. Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro, para la perdición de muchos".
La expresión "cólera divina" hemos de entenderla no como los sentimientos iracundos de un Dios lleno de deseos de venganza por la mala conducta de sus hijos, sino como las terribles consecuencias de los pecados que Dios permite que caigan sobre la misma humanidad pecadora. Pensemos, simplemente, en las trágicas consecuencias de los pecados de abusos sexuales de algunos sacerdotes, tales como los graves daños a las víctimas, el escándalo, la pérdida de la fe de muchos católicos y la bancarrota de algunas iglesias particulares.
El tiempo en que Pedro Damián vivió fueron los años posteriores a la caída del Imperio Romano, cuando los bárbaros se fueron apoderando de las tierras europeas. La Iglesia sobrevivió y muchos que vivían antes en aquella barbarie se bautizaron, y otros más se hicieron sacerdotes. Habituados a prácticas sexuales depravadas, estos bautizados provenientes del paganismo llevaron sus malas costumbres al ejercicio del ministerio. Fue cuando la Iglesia vivió los años más lascivos y oscuros de su historia.
Continúa san Pedro Damián diciendo: "El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes. Y, en ocasiones, como un bestia cruel introducida en el rebaño de Cristo, se desenvuelve con tanta astucia, que más les valdría, a muchísimos, ser apresados por los guardias que, amparados por su estado religioso, ser arrojados con tanta facilidad al férreo yugo de la tiranía del diablo, especialmente cuando media escándalo de tantas personas. La Verdad dijo: A quien escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen a lo profundo del mar (Mt 18). Y a no ser que la Santa Sede intervenga cuanto antes con contundencia, cuando queramos poner freno a esta lujuria desenfrenada, ya no habrá quien la detenga".
Son actuales las palabras de san Pedro Damián para nuestro siglo. El lobby LGBTQ+ ha logrado que los actos homosexuales se perciban, en la cultura, como prácticas socialmente aceptadas, equiparables a los actos heterosexuales. La Iglesia no es impermeable a ello y hoy, algunos obispos, sacerdotes y religiosos, influenciados por la ideología arcoíris, presionan contra la doctrina enseñada por la Biblia y la Tradición para que la práctica homosexual sea moralmente aceptada. A menos de que intervenga la Santa Sede cuanto antes y corrija al clero rebelde, se podrá evitar una situación peor de la que nos encontramos.
Creo que los eclesiásticos que quieren un cambio en la moral sexual de la Iglesia no han entendido el lenguaje de Jesucristo. Mientras que el Señor se ha despojado de su dignidad y de su misma vida para sufrir su Pasión y su muerte en Cruz, ellos sólo piensan en sus propios intereses mundanos. Mientras que Jesús pide a los sacerdotes que le acompañemos a Jerusalén, ciudad donde entregará su vida, muchos van a Jerusalén mirándola no como el lugar de la Cruz, sino como lugar de rapacidad y de codicia para hacerse dueños de todo, incluso cambiando el estilo de vida que Cristo enseñó a la Iglesia.
Vivimos tiempos difíciles, sin duda; pero no son tiempos para huir de nuestra fe católica, escandalizados. Si la Barca de Pedro ya navegó por las aguas turbulentas del "siglo de hierro" de san Pedro Damián, también podrá sobrepasar, con la gracia de Dios, esta tormenta del siglo XXI. Por eso oremos mucho y demos cara en la batalla a la que el Señor nos llama, predicando con valentía el Evangelio en su integridad, y enseñando el estilo de vida que Él nos mandó vivir y enseñar.
jueves, 23 de mayo de 2024
Trinidad y futuro de México
El domingo 2 de junio los mexicanos vamos a la urnas. Si queremos un buen futuro para México, no dejemos de contemplar a la Santísima Trinidad, solemnidad que hoy celebra la Iglesia. El apego a Dios en nuestras raíces católicas es necesario para forjar una Patria con un futuro promisorio, ya que el Evangelio es lo único que puede contribuir al auténtico progreso de los pueblos. Como Moisés subió al monte para contemplar al Señor y recibir las indicaciones fundamentales para ordenar la vida del pueblo elegido –las Tablas de la Ley– así los creyentes en Cristo encontramos en la Ley del Señor la guía para dirigir a nuestro país por caminos de paz, justicia y libertad.
Cuando nuestra fe católica está activa, descubrimos que Dios nos muestra su rostro, y en la contemplación del rostro del Padre nosotros nos descubrimos como hermanos. Nuestra vida, por lo tanto, está llamada a realizarse en el diálogo con Él y con los demás. Jesús nos enseñó que los seres humanos somos esencialmente "hijos" de un mismo Padre, y que hacemos visible ese amor divino en la relación con los hermanos.
Cuando la fe católica se apaga y nos apartamos del Señor, se secan nuestras raíces y, en el esfuerzo de construir el progreso de la nación, sólo damos palos de ciego. "Por sus frutos los conoceréis", –dijo el Señor– todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos" (Mt 7,16-17).
Hace unos días, uno de los periódicos más influyentes del mundo –The Financial Times– señaló en sus páginas que los últimos años han sido los mejores para el auge del narcotráfico en México. Incluso han señalado que una tercera parte de nuestro país está controlada por grupos delictivos. Es una realidad que la cifra de desaparecidos y asesinatos en México supera las cifras de años anteriores. Ante esas realidades tan crudas, los católicos nos descubrimos a muchos kilómetros de asemejarnos a la comunión trinitaria y más cerca de la anarquía.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen, en la tierra, su imagen más elocuente y luminosa en la Familia, compuesta de padre, de madre y abierta a la procreación y educación de los hijos. ¿Se asemejan nuestras familias a esa comunión de amor y de vida que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? Realmente no. Por el alto número de divorcios, por la creciente caída del índice de personas que contraen matrimonio, así como por el aumento del consumo de drogas entre los jóvenes, vemos que nuestro país se aleja cada vez más del modelo divino.
Y la educación actual, ¿contribuye a que los hijos vivan en armonía con sus padres, con su sexualidad de hombre y mujer, les ayuda a ser personas virtuosas?, ¿o es un modelo que confronta a los hijos con sus padres, que les empuja a vivir en la exigencia de sus derechos, a liberalizar su sexualidad hasta alterar su misma identidad de varón y de mujer? El rumbo que ha tomado hoy la educación, sin duda, se aleja más de la belleza y la armonía que contemplamos en las tres divinas Personas.
Estas difíciles realidades sociales y familiares no son para desanimarnos, sino para alentarnos a no bajar la guardia y darnos por vencidos. Nuestra misión como católicos es hacer que la vida social sea cada vez más espejo de la Trinidad, y a vivir en una sociedad ordenada, justa, solidaria que practique la caridad, y así construir la paz. Jamás perdamos de vista la luz del modelo divino; de lo contrario nos quedamos en tinieblas y nos perdemos. ¿Qué fuerza política puede lograr que más se respete la vida, la familia y el derecho de los padres a educar a sus hijos según los valores del Evangelio, que son valores innegociables para los católicos? Cada uno decídalo y expréselo el 2 de junio.
El próximo domingo 2 de junio tendremos la oportunidad única de decidir la dirección que debe tomar el país. ¡Participemos todos! Pidamos al Señor que nos conceda su gracia, su luz y su sabiduría para poder votar con responsabilidad. Ningún católico se quede sin votar, en conciencia, por la opción política que más nos acerque, o que menos nos aleje, de la comunión perfecta de la Santísima Trinidad que contempla nuestra fe.
jueves, 16 de mayo de 2024
Misterio del cuerpo
Las parejas casadas viven una vida sexual más plena y feliz que las personas solteras. Así lo indica un artículo de Michael Castleman en la revista Psychology Today. El autor cita varios estudios que algunas universidades de Estados Unidos han realizado sobre el tema. Otras investigaciones publicadas por Olga Khazan en la revista "The Atlantic" afirman que las personas que solamente tuvieron sexo con sus cónyuges tienen más probabilidades de tener un matrimonio "muy feliz".
En cambio las probabilidades más bajas de felicidad conyugal son para quienes han tenido más parejas sexuales antes de casarse. Es decir, mientras mayor es la promiscuidad prematrimonial mayores son los fracasos; y mientras las parejas llegan vírgenes al matrimonio, mayor es su dicha conyugal. Hay excepciones, por supuesto, pero la tendencia es generalizada, lo que no significa que quienes mantuvieron vida íntima durante su noviazgo no puedan tener una vida sexual satisfactoria en el matrimonio.
¿Por qué hay más satisfacción en el sexo reservado hasta el matrimonio? La razón es porque durante los años de noviazgo las parejas se dedicaron a conocer quién era realmente la otra persona. Su tiempo lo invirtieron en conocerse más el alma que el cuerpo, y por eso, cuando decidieron casarse, tomaron una buena decisión. En el sexo matrimonial nada hay qué temer: ni los embarazos inesperados, ni las enfermedades de transmisión sexual, ni el temor de ser abandonado por el cónyuge. Por el contrario, quienes mantienen vida sexual en el noviazgo tienen todos estos temores.
Los novios que guardan su castidad hasta el matrimonio comprenden mejor el significado del sexo; saben que la actividad sexual exige un alto grado de compromiso de ambas personas. Además logran crecer mucho en el dominio de sus pasiones, y por eso desarrollan más confianza con la otra persona. A un cónyuge así, es mucho más fácil entregarse. Luego los novios que esperan hasta el matrimonio, una vez casados, aprenden a tener sexo uno con el otro. No hay alguien más con quien compararse.
Hay personas que hacen mofa de estas ideas porque les parecen propias de una Iglesia de décadas atrás. Sin embargo la sexualidad encierra un misterio al que actualmente pocos tienen acceso. La palabra "misterio" no indica un rompecabezas difícil de resolver. Indica, más bien, el secreto de Dios desde la eternidad y que ha sido revelado a la humanidad a través de la Encarnación de Cristo Jesús y el envío del Espíritu Santo. ¿De qué secreto o misterio hablamos?
Ese secreto es que Dios no es un juez tirano e implacable, no es un Dios impersonal y sin rostro; tampoco Dios es un anciano que vive sentado solo en su trono en alguna región del cosmos. Ese secreto revelado es que Dios es amor, y que vive, infinita y eternamente, en un intercambio de amor en la comunión de tres Personas divinas. Y lo más increíble es que ese secreto lo ha revelado para introducirnos en su amor divino, para que aprendamos a amar como Él nos ama.
El misterio lo llevamos inscrito en nuestros cuerpos sexuados de hombre y mujer, llamados a ser "una sola carne": "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne" (Gen 2,24). Solamente el sexo vivido dentro del sacramento del matrimonio, y abierto a la posibilidad de la vida, es el que introduce a los esposos en este "gran Misterio" del amor Trinitario. Fuera del sacramento, la unión sexual carece de la gracia divina.
Volviendo al inicio, las parejas con menos promiscuidad prematrimonial, y quienes llegan vírgenes al matrimonio, tienen más posibilidades de felicidad en su hogar. La lógica es sencilla y profunda: los seres humanos llevamos el misterio de Dios inscrito en nuestra sexualidad de hombre y mujer, llamados a ser una sola carne y a amar al otro con el amor de Dios en nuestras almas. En ello se participa sólo por el sacramento del matrimonio. El sexo no es sólo una realidad biológica y emocional, sino teológica y espiritual.
jueves, 9 de mayo de 2024
Gloria del cuerpo y elecciones
Hace unos días pasaba por una tienda departamental donde mi padre trabajó cuando era joven. El edificio es el mismo y aún conserva su estilo arquitectónico de la primera mitad del siglo XX. Imaginé a mi papá que entraba y salía de aquel edificio; lo pensé caminando por esas calles con mi madre, como pareja de novios, luego como esposos. Mi padre ya no está con nosotros, y me quedé asombrado porque ahora soy yo –salido del cuerpo de mi padre y el de mi madre– quien camina por esos mismos lugares.
¡Qué misterio revela el cuerpo! San Juan Pablo II me ha hecho recuperar el asombro por la realidad de mi cuerpo y el de los demás. Él afirma que solamente el cuerpo humano es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. En su Teología del cuerpo enseña que nuestro cuerpo fue creado para traer a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad de Dios. Creado a imagen de Dios, el cuerpo es la creación más bella y significativa que Dios hizo en todo el universo.
En este día en que celebramos la Ascensión del Señor, valoramos nuestra corporeidad llamada a trascender las fronteras de este mundo para compartir la gloria de Jesús en el Cielo, donde Él está sentado a la derecha del Padre. Es increíble.
Por un momento podemos mirarnos cada uno en el espejo. La imagen que vemos no es un caparazón donde cada uno habita. No es sólo un cuerpo ni cualquier cuerpo. Eres tú. Soy yo. Tu cuerpo, mi cuerpo, hacen visible nuestras almas invisibles. No somos un alma en un cuerpo, sino que nuestros cuerpos somos nosotros mismos. Tu cuerpo y el mío son un signo que apunta a una realidad que trasciende el mundo. Son una señal del misterio de Dios. La Ascensión de Cristo nos lo recuerda.
Estas palabras, quizá, parezcan demasiado existenciales, pero es necesario que tomemos conciencia de la grandeza de nuestra realidad corpórea. Si no lo hacemos así, trataremos nuestro cuerpo con dejadez o con desprecio; y así también trataremos así el cuerpo de los demás.
La violencia, las drogas y el narcotráfico se han vuelto plagas que parecen ser irrefrenables. El tráfico humano y las migraciones masivas están triturando las vidas de miles de personas. El aborto, la miseria y el hambre; la eutanasia, los suicidios y la destrucción de la Familia; la ideología de género; el globalismo como proyecto político... son expresión de la mirada tan oscurecida que hoy tenemos sobre el cuerpo humano. Lo tratamos como cosa, como mercancía de compraventa o contenedor que se puede desechar. Nos hemos quedado ciegos para descubrir su dimensión espiritual y divina.
El cuerpo es tan digno y tan importante que lo que resulte de las elecciones del 2 de junio repercutirá para mejorar o para degradar las comunidades donde vivimos. En esas comunidades viven hoy nuestros cuerpos y los de los niños; y pronto estarán los cuerpos de los nietos y los bisnietos. Nuestros cuerpos desaparecerán y sólo nos llevaremos las buenas obras que hayamos hecho por dejar una mejor tierra para los demás. ¿Qué mundo les heredaremos?
No salir a votar el 2 de junio sólo por apatía es una falta de respeto al propio cuerpo y al cuerpo de la comunidad. Es no tomar en serio los intereses de Dios, que quiere la mejora de las condiciones para su pueblo. No votar es renunciar a un deber con el bien común y, por lo tanto, es un pecado de omisión grave que habría que expiar, avergonzados, en el confesionario. Por amor a nuestros cuerpos, que son signo de la presencia de Dios en el mundo, vayamos encarecidamente a votar el 2 de junio.
jueves, 2 de mayo de 2024
Iglesia: política sí, partidismos no
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La Iglesia Católica, en 1891, hace 133 años, con la publicación de la encíclica Rerum novarum por el papa León XIII, empezó a enseñar a sus hijos lo que hoy conocemos como la Doctrina Social de la Iglesia. El mundo había pasado de una economía agraria a una economía industrial, y los desequilibrios que trajo aquella revolución llevaron a la Iglesia a reflexionar sobre cómo el Evangelio tiene consecuencias en la gestión de los asuntos públicos.
Con el paso del tiempo la Doctrina Social de la Iglesia se ha ido ampliando, y cada uno de los papas, con diferentes reflexiones, han ido contribuyendo al desarrollo de esas enseñanzas sociales. Realidades como las migraciones, la educación, la familia, las turbulencias de la vida política, el trabajo, la economía, los derechos humanos, las redes sociales y la inteligencia artificial, entre otros, exigen discernimiento para todo católico.
Nadie debe de creer que la Iglesia hace mal en meterse en política, en el amplio sentido del término. El Evangelio tiene consecuencias en la vida social de una comunidad. Sin embargo la Iglesia no tiene ningún programa político ni se identifica con ningún partido o candidato. Cuando los políticos o los partidos quieren adueñarse de la Doctrina Social de la Iglesia, habrá siempre conflictos y las cosas acabarán mal.
Esto por la razón de que los partidos políticos quieren llegar al poder venciendo a su adversario y para ello se sirven de eslóganes de la Doctrina Social de la Iglesia. Es decir, parten de un principio de división social –ganadores y perdedores–, y la Iglesia tiene que ver por el bien del conjunto de la sociedad, y no por el bien de una fuerza política específica. Cuando la Iglesia apoya a un candidato o partido, pagará dolorosas consecuencias.
Lo que la Iglesia enseña en materia social no es independiente del conjunto del mensaje cristiano, el cual tiene como último fin la gloria de Dios y la salvación de las almas. La Doctrina Social no puede quedar desconectada del llamado a la santidad de todo bautizado, y de una permanente llamada a la conversión.
La conversión del corazón no les gusta a los partidos políticos porque, mientras que éstos llaman a los ciudadanos a una adhesión incondicional e inamovible a los ideales partidistas y a sus programas, la Iglesia llama a una conversión permanente del corazón hacia Cristo, dejando a un lado aquello que no es compatible con el Evangelio. A muchos católicos esto les cuesta mucho, y prefieren ser leales a su partido, aunque tenga posturas contrarias al Evangelio, que ser leales a Cristo y a la Iglesia.
Cuando la Iglesia predica sobre asuntos sociales, su gran propósito no es únicamente que la sociedad esté mejor organizada con mejores sistemas de producción, de transporte, de asuntos migratorios, de ayuda a los ancianos y de mejores sistemas de salud. La Iglesia va más allá de lograr una sociedad lo más organizada posible, y pretende que Jesucristo establezca su reinado en los corazones de todos en la comunidad.
Un católico no puede refugiarse en una espiritualidad individualista, en una relación con Dios tan personal y mística que viva aislado de la realidad social. La Doctrina Social de la Iglesia no es un cuerpo de enseñanzas agregado artificialmente a la doctrina perenne de la Iglesia. Es parte integral del mensaje cristiano y por ello todo católico debe estar comprometido en participar en los asuntos de la vida pública, especialmente en las elecciones. Es un derecho y un deber grave.
El próximo 2 de junio votemos en conciencia por aquella opción política que creemos traerá las mejores condiciones para el bien común de nuestra patria.
Lo que la Iglesia enseña en materia social no es independiente del conjunto del mensaje cristiano, el cual tiene como último fin la gloria de Dios y la salvación de las almas. La Doctrina Social no puede quedar desconectada del llamado a la santidad de todo bautizado, y de una permanente llamada a la conversión.
La conversión del corazón no les gusta a los partidos políticos porque, mientras que éstos llaman a los ciudadanos a una adhesión incondicional e inamovible a los ideales partidistas y a sus programas, la Iglesia llama a una conversión permanente del corazón hacia Cristo, dejando a un lado aquello que no es compatible con el Evangelio. A muchos católicos esto les cuesta mucho, y prefieren ser leales a su partido, aunque tenga posturas contrarias al Evangelio, que ser leales a Cristo y a la Iglesia.
Cuando la Iglesia predica sobre asuntos sociales, su gran propósito no es únicamente que la sociedad esté mejor organizada con mejores sistemas de producción, de transporte, de asuntos migratorios, de ayuda a los ancianos y de mejores sistemas de salud. La Iglesia va más allá de lograr una sociedad lo más organizada posible, y pretende que Jesucristo establezca su reinado en los corazones de todos en la comunidad.
Un católico no puede refugiarse en una espiritualidad individualista, en una relación con Dios tan personal y mística que viva aislado de la realidad social. La Doctrina Social de la Iglesia no es un cuerpo de enseñanzas agregado artificialmente a la doctrina perenne de la Iglesia. Es parte integral del mensaje cristiano y por ello todo católico debe estar comprometido en participar en los asuntos de la vida pública, especialmente en las elecciones. Es un derecho y un deber grave.
El próximo 2 de junio votemos en conciencia por aquella opción política que creemos traerá las mejores condiciones para el bien común de nuestra patria.
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