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El Espíritu nos guía a las urnas


El Espíritu Santo derramado el domingo pasado en Pentecostés nos prepara para elegir el próximo domingo 6 de junio a nuestros próximos gobernantes en México. Hay una relación entre el Espíritu de Dios y las elecciones. Es el Espíritu el que nos hace conocer el proyecto de Dios y nos ayuda a amoldar a él nuestra vida; y nos lleva a discernir aquello que es conforme al plan divino y aquello que le es contrario, o menos conforme.

Los futuros gobernantes pueden o no colaborar con el Espíritu de Dios para hacer que la sociedad progrese, no sólo en el orden material sino, sobre todo, en el orden espiritual. Ahí radica la guía y el motor del verdadero desarrollo. Por eso es importante elegirlos bien en estas elecciones.

Hoy vivimos en México una lucha encarnizada contra los valores perennes del Evangelio. El respeto a la vida humana no nacida es amenazada por el aborto, y el cuidado de la vida nacida se ha vuelto muy vulnerable ante la presencia del crimen organizado y la legalización de las drogas. El llamado "matrimonio igualitario" intimida a la familia natural, y la moda transexual destruye la antropología cristiana.

También los creyentes vemos la libertad de conciencia y la libertad religiosa que están bajo fuego. Todos estos valores fundamentales los custodia la Iglesia Católica y sin ellos no puede existir un auténtico desarrollo social. El progreso material viene por añadidura. Votar por partidos políticos que ponen en peligro nuestros valores es desobedecer al Espíritu de Dios y obstaculizar su labor, y es contribuir para que la misma democracia se destruya.

El Espíritu Santo está al inicio de la vida humana porque es Dios quien insufla el alma inmortal en la concepción. Es el Espíritu quien creó al ser humano hombre y mujer, y quien los conduce a formar una familia. Es el mismo Espíritu quien nos habla en la conciencia y nos da una ley interna, fuente de verdad y no de mentira (1Jn 2,27). Es el Espíritu el que nos adhiere a Dios y nos da la libertad para vivir, en el ámbito público y privado, según los criterios de nuestra religión católica. Quienes en la política custodien mejor y promuevan estos derechos fundamentales son merecedores de nuestro voto.

San Pablo quería que sus fieles fueran "sagaces para el bien y trastienda para el mal" (Rom 16,19). Los exhortaba a examinarlo todo y a quedarse con lo bueno, de modo que supieran siempre distinguir lo que fuera más conveniente. En las elecciones se juega nuestro futuro como sociedad y como cristianos. No hay razones, entonces, para la apatía o la indiferencia. Razonemos bien y vayamos a dar nuestro voto el próximo 6 de junio al proyecto político que se acerque más a los valores del Evangelio.

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