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Legalizar la mota


Hierba, mota, mariguana, cannabis... son algunos de las decenas de nombres que designan la droga que los honorables señores de la Cámara de Senadores aprobó para ampliar su comercialización, posesión y consumo personal. Aquí no hablamos del uso medicinal que pueda darse a la hierba, sino del uso recreativo. El asunto ahora se encamina hacia su discusión en la Cámara baja, pero todo apunta a que en México tendremos más consumo de drogas en un futuro inmediato, empezando por la mariguana; probablemente el consumo legal de otros estupefacientes se extienda en un futuro próximo. La mariguana, considerada droga blanda, es punto de partida para meterse con drogas más duras.

El Estado mexicano está dejando de tutelar por el bien común. Por querer dar gusto a grupos minoritarios que enarbolan la bandera de la libertad individual ilimitada y del libre desarrollo de la personalidad, muchos políticos están sacrificando la salud pública y el bienestar de las familias. El consumo de drogas hace crecer los problemas de la salud de una nación, especialmente en el campo de las enfermedades mentales. Su legalización disparará el consumo entre niños y jóvenes, por lo que esperamos nuevas generaciones menos sanas, más viciosas y con más problemas familiares.

Los senadores, que deberían de tener una profunda empatía con los padres y madres de familia para cuidar a la niñez y la juventud de su país y establecer las condiciones para su sano desarrollo, han actuado con absoluta irresponsabilidad. Movidos por intereses oscuros, ellos han dejado fuera de la discusión el establecimiento de centros de rehabilitación para drogadictos, de cómo brindar apoyo para las familias con hijos que se drogan; mucho menos han abordado el tema de las campañas para que niños y jóvenes rechacen la mariguana.

Durante muchos años quienes trabajamos cerca de las familias y de los jóvenes –sacerdotes, educadores, trabajadores sociales– sabemos el sufrimiento que implica para un hogar tener un hijo, un padre o una madre drogadicta. Un toxicodependiente es una persona que se vuelve incapaz de llevar responsablemente un matrimonio y una familia, es alguien cuya vida fácilmente se vuelve ingobernable. Los legisladores, sabiéndolo, votaron a favor de ampliar el consumo y, de esa manera, minan las bases de la vida familiar.

La decisión del Senado no terminará con el mercado negro de las drogas blandas, ni tampoco acabará con la violencia ni con los delitos. Al contrario, las mafias fácilmente se pueden incrementar para llevar a los niños y jóvenes mexicanos, debilitados en su voluntad por la marihuana, hacia el consumo de nuevas sustancias adictivas. Por eso "la droga no se vence con la droga –enseñaba san Juan Pablo II– La droga es un mal, y al mal no le van bien las cesiones. La legalización de la droga, incluso parcial, además de ser, por lo menos, discutible con relación a la índole de la ley, no produce los efectos que se habían prefijado. Lo confirma una experiencia que ya es común".

Como católicos no compartimos la visión del hombre que tienen los promotores del consumo de drogas. Ellos creen que el hombre debe ser libertad absoluta. La Iglesia nos enseña que la libertad, sin referencia a la verdad y a la responsabilidad con la comunidad, termina por volverse esclavitud que destruye la vida y el tejido social. Por eso no debemos resignarnos a ver surgir en México una clase de seres humanos subdesarrollados que dependan de la mariguana o de otras drogas para vivir.

La lucha por la dignidad de todos los mexicanos nos lleva a oponernos a que los jóvenes y los niños perciban que lo legal es normal y moralmente correcto. No podemos conformarnos con que se cometan más delitos, ni debemos quedar de brazos cruzados con el aumento de accidentes de circulación ni con que incrementen los problemas personales y familiares. Tampoco hemos de conformarnos con que crezcan los problemas de salud pública y que sea el pueblo el que deba cargar con ellos.

Preguntémonos, ¿por qué una persona utiliza la mariguana y otras drogas? No es el problema la droga, sino lo que origina su consumo: la pérdida de sentido de la vida y la búsqueda de paraísos artificiales como fugas de la realidad. Y en ese sentido los católicos tenemos la gran misión de mostrar a los jóvenes la grandeza de su dignidad, de su vocación humana y de su destino último en Cristo resucitado.

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