Un hospital de la ciudad ha colocado extensiones portátiles a sus instalaciones para alojar a los enfermos, y otro más ha instalado una morgue móvil para conservar los cadáveres. Familiares, amigos y conocidos han ido enfermando y varios han muerto. En estas circunstancias nadie está a salvo de contraer el coronavirus con la posibilidad de morir. La pandemia de Covid-19 nos ha puesto de cara a la muerte.
Atravesamos una situación absolutamente anómala que nos pone frente a nuestro destino eterno. La pregunta es: si Dios nos llamara a su presencia ¿estaríamos preparados? Aunque es casi seguro de que la mayoría no morirá por Covid, nadie puede asegurar que está libre de contagio y decir que todavía le falta mucho tiempo para su muerte. "Mors certa, hora incerta", dice un viejo proverbio latino. Viviendo en medio de una pandemia nadie que sea llamado a la presencia de Dios podría presentarse ante Él diciendo: "la muerte me tomó por sorpresa", "es que yo no lo sabía" o "no estaba listo". El coronavirus interpela nuestra responsabilidad para estar preparados para ir al encuentro del Esposo, si así Él lo dispone.
Es natural que muchas personas sintamos temor a morir. Ese miedo puede ser como un aguijón que oprima nuestro ser. Sin embargo san Pablo afirma que "La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¡Demos gracias a Dios que nos dio tal victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1Cor 15,54-57). Dios nos puede quitar el aguijón del miedo a la muerte si reflexionamos frecuentemente sobre el tema, si anhelamos la resurrección y si oramos conversando con nuestro Creador.
San Roberto Bellarmino fue un cardenal de la Iglesia que murió en 1621. Él escribió una obra llamada "Ars moriendi" o "El arte del buen morir". En su obra afirma que, aunque la muerte es considerada mala por todos, ya que nos priva de nuestro ser corporal, Dios ha sabido "arreglarla" para que de ella se deriven muchos bienes espirituales. El bien más grande que proviene de la muerte consiste en que nos libera de las miserias de la vida mundana y nos abre las puertas del Reino de los cielos. "Ars moriendi" nos recuerda que no somos exclusivamente materia ni cúmulo de instintos, sino que poseemos un componente espiritual que debe ser cultivado constantemente y alimentado con la meditación y la oración.
Los cristianos sabemos que con la muerte muere el cuerpo, pero no el alma. Si el alma está sana, el hombre se salva, y la clave para este cuidado personal del alma es emprender un camino de continua entrega hacia Aquel que nos ama, dice el Bellarmino. Hay que aprender entonces a separar el bien del mal. Es en esta lucha por mantenernos en el bien donde radica el optimismo cristiano y el arte del bien morir. De esa manera el momento de la muerte se convierte en un momento bueno en sí mismo, porque permite al hombre alcanzar la plenitud en la alegría eterna. Si bien es cierto que fallecer tiene sus raíces en el mal, también es el camino por el que, si hemos vivido bien en el tiempo, tenemos la oportunidad de reunirnos con nuestro Padre celestial. El arte del bien morir no es otra cosa que el intento repetido de buscar recursos útiles para vivir una vida santa.
¿Cómo podemos entonces tener una buena preparación para la muerte, para que si ésta llega de repente no provoque desesperación y terror? San Roberto Bellarmino nos invita a no enredarnos en el pecado, con la falsa ilusión de que aún nos queda mucho tiempo para morir. Es necesario hacer, además, un buen examen de conciencia y pedir al Señor tener una buena muerte, es decir, una muerte en la gracia y en amistad con Dios, negando la impiedad en todo momento. Hay personas sumergidas en la impiedad y en el vicio. Para salir de este estado la única solución está en la oración, así como en el pedir la gracia y el perdón de Dios.
Muchos jóvenes y no tan jóvenes hemos visto la muerte como un evento lejano y poco inquietante. Sin embargo hoy, en las actuales condiciones de pandemia, estamos comprendiendo que nuestra vida depende de un hilo que se ha hecho delgado, y que se puede romper en cualquier momento. Si Dios ha sido alguien lejano para nosotros y ha estado fuera del corazón, la muerte y la posibilidad de la condenación eterna podrían ser golpes muy duros hasta volverse insoportables y terribles. ¿Por qué, entonces, no acercarnos a Dios con la confianza de un hijo que necesita a su padre amoroso?
Los cristianos sensibles, por tanto, hemos ante todo de protegernos del pecado, pensar con frecuencia en nuestro fallecimiento y amar mucho a Dios y a los hermanos en la caridad. Es el secreto para vivir alegres, optimistas. Nunca sea nuestro principal objetivo vivir despreocupados y frívolos en esta vida, sino afrontar el "tiempo" de una buena muerte con serenidad, con la esperanza de la gloria eterna.
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