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Veo los cielos abiertos (homilía en el funeral de mi abuelo Pablo Cuarón)

Misa exequial concelebrada (Padres Eduardo Hayen, Alberto Castillo,
Oscar González, Salvador Magallanes y Juan Manuel Orona)
Ayer día de Navidad nuestra familia tuvo grandes contrastes. Celebramos la Nochebuena con cena y fiesta, dimos gracias a Dios por la unidad de nuestra familia y por tantas bendiciones derramadas. Hicimos una bella meditación sobre la importancia de Jesús como parteaguas de nuestra historia y de nuestras almas. Pocas horas después nos enterábamos de la muerte de nuestro abuelo que se despedía de este mundo para entrar en la eternidad.

Qué inmenso contraste. Celebrábamos en la noche de Navidad un nacimiento, y la mañana de Navidad estuvo marcada por la muerte de mi abuelo. Cánticos al niño Dios y después la Coronilla de la Misericordia por un difunto. Así de contrastante es la liturgia que hoy celebramos de san Esteban, primero de los mártires. Ayer la Iglesia proclamaba la paz y el amor con cánticos de ángeles del cielo; hoy parece que se proclama la persecución y la muerte en la tierra.

No obstante la muerte y la tristeza en nuestros corazones por la muerte de nuestro abuelo don Pablo, mi familia tiene la paz de la Navidad. Esta paz de Navidad no es la ausencia de problemas y acontecimientos difíciles, sino es la fuerza que emana del pesebre de Belén para superar el poder tiránico que la muerte y las batallas de la vida quieren tener sobre nosotros. La paz de la Navidad está en esta despedida de nuestro abuelo, así como también la paz de Esteban estaba en medio de los insultos y las piedras. Es el amor de Jesucristo el que vence en nosotros toda amenaza. Es su amor que trajo la Navidad y es su amor el que hizo que mi abuelo naciera ayer para la vida eterna.

En Navidad estamos celebrando que Jesús abrió los cielos para nosotros. En Adviento escuchábamos al profeta Isaías que decía: “Ojalá rasgaras el cielo y bajaras” (Is 64,1). Navidad es la gran respuesta a esta oración. Jesús que rasgó los cielos y bajó, es el mismo que subió, dice san Pablo (Ef 4,10). De modo que los cielos abiertos por su amor para que él bajara, quedaron abiertos por su amor para que nosotros subiéramos. Esteban fue, en cierto modo, el primero en subir.

Pablo Cuarón a caballo en la que fue su Granja Las Abejas,
donde pasé mucho tiempo de mi infancia.
Pienso que la vida de mi abuelo don Pablo, estuvo marcada por cielos abiertos. El nunca se cansó de contarnos a sus hijos y nietos la historia de Mr. Hore, un norteamericano que, habiendo creído en él, le dio la oportunidad de comprarle su negocio y de irlo pagando poco a poco. Ese hombre, de alguna manera abrió los cielos para mi abuelo y él, a base de trabajo duro y de responsabilidad perseverante, logró abrirse paso en la vida.

De esa manera mi abuelo descubrió que el sentido de la vida era abrir cielos para otras personas. Con ahorro y trabajo honesto pudo abrir cielos dando empleo a muchos trabajadores y personas que, quizá por vivir en ambientes sin muchas oportunidades, tenían cerrados sus horizontes. Mi abuelo fue una persona que se quitaba el pan de la boca para que los trabajadores comieran primero.

Lo importante en su vida no era acumular lujos y bienes materiales, como si eso fuera el cielo en la tierra –y sabemos que no lo es–. Su vida sobria y disciplinada nos mostró que la vida se convierte en fuente de paz y alegría cuando vivimos con orden y sabemos hacer de ella un don para los demás, es decir, abrir cielos para nuestros hermanos. Lo importante para él era abrir oportunidades de progreso para otras personas, para sus hijos, nietos, parientes y amigos.

Mi abuelo no era como san Esteban, que fue diácono y que tuvo instrucción religiosa. Esteban veía los cielos abiertos y en ellos al Hijo de Dios. Mi abuelo no tuvo mucha instrucción religiosa, pero fue un hombre de fe que amó al Señor y que, sobre todo, dio testimonio de él viviendo la caridad cristiana en la vida cotidiana. Acompañaba a su mamá, a esta misma parroquia del Sagrado Corazón, allá por los años 20, a limpiar el templo. Fueron sus primeras lecciones de servicio a la comunidad, servicio que años después se manifestó en el compromiso para apoyar a diversas instituciones sociales y educativas. Los últimos años de su vida, sobre todo cuando mi abuela vivía, estuvieron marcados por la oración y la recepción de la sagrada Comunión. A su manera mi abuelo veía cielos abiertos y abría cielos para otros.

Don Pablo se distinguió siempre por su caballerosidad;
era un auténtico gentleman
En este día de Navidad resplandece Jesús, la Virgen María que lo presenta al mundo y detrás de ellos, la figura humilde y discreta de san José, el padre virginal de Jesús. Su figura ilumina la despedida de mi abuelo. Pienso en san José y me parece que algunas de sus virtudes las reprodujo don Pablo. Como varón, san José fue hombre de familia y de trabajo; recibió la misión de cuidar, custodiar, proteger, acompañar, defender los dones de Dios. Mi abuelo fue hombre prudente, protector de su hogar. Aprendimos de él que la verdadera hombría es dar su vida por los demás y proteger. Lo conocimos protegiendo a su familia, a sus animales de la granja, a sus nogales, a los trabajadores de su empresa, a los colegios y a su ciudad.

Jesús en el Evangelio nos invita a perseverar hasta el final. Navidad es el comienzo de una vida y las palabras de Jesús nos invitan a mirar hacia el final. De poco sirve celebrar la Navidad si no acogemos a Jesús y lo dejamos crecer en nosotros. San Esteban recibió a Cristo y lo dejó crecer en él. Así también lo hicieron muchos hombres que hoy nos dejan grandes lecciones de vida. Celebremos al Niño de Belén y alimentémonos de su carne en la Eucaristía. Que contemplemos los cielos abiertos y pasemos por la vida abriendo cielos para los demás a fin de que vayamos alcanzando la estatura espiritual a la que el Señor nos llama.

Comentarios

  1. Un gran ejemplo de Fe en la vida, el trabajo, la familia y en la sociedad. Gracias por compartirlo Padre. Dios lo bendiga

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