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Consuelo de Seitz, desconsuelo de Trump

"Como ministro, estoy llamado a estar presente para todos los que sufrieron este ataque y a sus familias. Necesito hacerlo con un sentido de compostura. Pero cuando visité a las víctimas y a sus seres queridos mi corazón se quebraba dentro de mí. Sus preguntas también son las mías".


Estas son las palabras de un líder cercano a su pueblo. Monseñor Mark Seitz, obispo de El Paso, ha tenido que dar la cara y el corazón para consolar al pueblo devastado por la tragedia de Walmart. Es el pastor que en los momentos más difíciles debe de sostener la fe de su gente. Habrá muchas dudas en algunos, coraje y maldiciones contra Dios en otros, pero el obispo ha estado ahí para sanar y confortar los corazones heridos de sus hijos espirituales, incluso en una vigilia de oración que hicieron miembros de varias religiones el domingo 4 de agosto.

En las antípodas del liderazgo del obispo apareció Donald Trump, el máximo líder de Estados Unidos cuya visita a El Paso no trajo ni una sola palabra de aliento para la comunidad herida. Cuando más que nunca se necesitaban sus palabras, incluso para elevar la esperanza en Dios –los políticos norteamericanos suelen hablar de Dios en sus discursos– el presidentre sólo se limitó a visitar a los heridos y sus familias, y se fue. Lástima. Perdió una gran oportunidad para fortalecer a su pueblo.

La falta de presencia de los líderes espirituales ante su pueblo atrae el disgusto de Dios. Moisés y Aarón –nos narra el capítulo 20 del libro de los Números– recibieron una sanción de Dios. Por no haber reconocido la santidad del Señor en la presencia de los israelitas, a los líderes no les fue permitido entrar en la Tierra prometida junto con el pueblo. Los dirigentes, abrumados por la presión de los hebreos que renegaban contra Dios en el camino del desierto, no tuvieron la fortaleza para dar la cara por Dios y defender su santidad ni el plan divino.

La sanción era de lógica consecuencia. Si la fe de Moisés y de Aarón no era mayor que la fe del pueblo, en realidad no estaban a la altura de liderazgo que se esperaba de ellos y, por lo tanto, no eran buenos guías para introducirlos en la Tierra.

La lección es para los Obispos, sacerdotes, políticos incluso, padres de familia, maestros, catequistas y todos los que tenemos liderazgo en la comunidad. La fe de ellos debe ser capaz de reparar la fe fracturada de los demás. No basta indicarles que vayan a Dios a rezar, sino que ellos deben llevar consigo a Dios. Deben ellos ser un sagrario donde el pueblo perciba la presencia del Dios vivo.

"El Cristo que sufrió está entre nosotros –dijo el obispo Seitz a los paseños–. Es nuestro compañero. Confiamos en que levantará a los caídos, traerá sanación a las víctimas y consolará nuestra comunidad rota. Nuestra comunidad de El Paso se elevará por encima de este terrible día. Nuestro Dios es un Dios amoroso, más grande que el odio, más poderoso que el mal".

Pidamos a Dios que nos conceda líderes cercanos, sensibles, donde podamos encontrar esperanza en medio del dolor y la paz de Dios en la adversidad.

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