El presidente de la república Andrés Manuel López Obrador tiene un estilo muy particular de gobernar. Ha dejado claro que en la toma de decisiones para los asuntos públicos está dispuesto a consultar al pueblo. Decidió, por ejemplo, cancelar el proyecto del aeropuerto de la Ciudad de México preguntando su opinión a la gente. Otros proyectos del presidente también se someterán a consulta: la construcción del tren maya, refinerías, la creación de la Guardia Nacional y los juicios políticos a los expresidentes de México por actos de corrupción.
El presidente, sin duda, tiene muchos seguidores en México. Su rectitud de intención y su honestidad personal le han atraído gran popularidad. No obstante, su estilo de consultar al pueblo es inadecuado para un buen líder. El auténtico liderazgo es aquel que sabe vivir sin los aplausos del pueblo y aquel que no teme la crítica de su gente. Un buen líder sabe educar su conciencia delante de Dios y tener criterios más firmes que el simple entusiasmo de las multitudes. El liderazgo entendido hoy como el seguimiento de las corrientes de las opiniones de la gente es una de las fragilidades de la democracia. Consultar al pueblo creyendo que el pueblo es sabio, es la antítesis del liderazgo. De esa manera no se conduce al pueblo sino que se deja conducir por la opinión de la multitud. Las masas suelen ser altamente manipulables y los métodos de consulta, dolosos.
Este domingo dos líderes están en la Palabra de Dios: el profeta Jeremías y Jesucristo. Ellos no vinieron sólo a endulzar el oído a las muchedumbres. Cada uno en su época, ambos se colocaron al frente de Israel para convertirse en murallas. Fueron auténticos líderes porque tuvieron la capacidad de poner un freno, con su palabra y ejemplo, para que el pueblo no se descarriara. Fueron verdaderos líderes porque sabían cuál era el bien durable, estable y fructuoso para el pueblo de Dios. Esa es la clase de liderazgo que hemos de desear para el papa, los obispos, sacerdotes, padres de familia y también para los políticos. Es necesario que los líderes espirituales y padres digan a la gente aquello que no va con el plan de Dios, y que los políticos digan al pueblo lo que se opone al bien común. Si únicamente estamos al frente de una Iglesia, de una parroquia, de una familia o de un país para endulzar los oídos de la gente y para dejarnos endulzar por ellos, terminaremos por no conducir a ninguna parte.
Todo líder, además, debe ser una persona que necesita ejercitarse en el discernimiento. Discernir es reflexionar, distinguir el bien del mal, lo que construye a las familias y lo que las destruye, lo que edifica a una sociedad y lo que la lleva a su ruina. Discernir es saber cuáles son las causas por las que vale la pena luchar y sacrificarse.
Dice san Pablo: "Aunque yo entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve". Hay personas que atraen la atención de la prensa porque, en un acto suicida, rocían de gasolina sus cuerpos y se prenden fuego. Estos actos no siempre son buenos. Hay que discernir el motivo de ese sacrificio. De la misma manera puede ser que haya personas, instituciones, empresas y gobiernos que se llamen a sí mismos benefactores de la sociedad, y que aporten grandes sumas de dinero a objetivos que ellos consideran importantes. Sin embargo no todas las causas son necesariamente buenas.
Magnates como Bill Gates, que donan millones de dólares para promover el aborto en el mundo porque creen que con ello hacen un bien para la humanidad, están lejos de actuar según el querer de Dios. O bien, aquellas organizaciones internacionales que utilizan millonarios recursos para facilitar el trabajo de los lobbys y el soborno a los parlamentos de muchos países para aprobar legislaciones contra la familia y el orden establecido por Dios, están lejos de ser benefactoras de la humanidad. No basta la generosidad, enseña san Pablo. Hay que ser generosos sólo con aquello que lo merece.
Necesitamos líderes que sepan conducir y no consultar, y discernir antes de actuar. Estos líderes son los que necesita la Iglesia en sus obispos y sacerdotes, y las comunidades en sus políticos. Si eres líder de tu familia, tu deber reclama un gran discernimiento, y la seguridad del pastor que tiene claro hacia qué fuentes tranquilas debe conducir a las ovejas.
El presidente, sin duda, tiene muchos seguidores en México. Su rectitud de intención y su honestidad personal le han atraído gran popularidad. No obstante, su estilo de consultar al pueblo es inadecuado para un buen líder. El auténtico liderazgo es aquel que sabe vivir sin los aplausos del pueblo y aquel que no teme la crítica de su gente. Un buen líder sabe educar su conciencia delante de Dios y tener criterios más firmes que el simple entusiasmo de las multitudes. El liderazgo entendido hoy como el seguimiento de las corrientes de las opiniones de la gente es una de las fragilidades de la democracia. Consultar al pueblo creyendo que el pueblo es sabio, es la antítesis del liderazgo. De esa manera no se conduce al pueblo sino que se deja conducir por la opinión de la multitud. Las masas suelen ser altamente manipulables y los métodos de consulta, dolosos.
Este domingo dos líderes están en la Palabra de Dios: el profeta Jeremías y Jesucristo. Ellos no vinieron sólo a endulzar el oído a las muchedumbres. Cada uno en su época, ambos se colocaron al frente de Israel para convertirse en murallas. Fueron auténticos líderes porque tuvieron la capacidad de poner un freno, con su palabra y ejemplo, para que el pueblo no se descarriara. Fueron verdaderos líderes porque sabían cuál era el bien durable, estable y fructuoso para el pueblo de Dios. Esa es la clase de liderazgo que hemos de desear para el papa, los obispos, sacerdotes, padres de familia y también para los políticos. Es necesario que los líderes espirituales y padres digan a la gente aquello que no va con el plan de Dios, y que los políticos digan al pueblo lo que se opone al bien común. Si únicamente estamos al frente de una Iglesia, de una parroquia, de una familia o de un país para endulzar los oídos de la gente y para dejarnos endulzar por ellos, terminaremos por no conducir a ninguna parte.
Todo líder, además, debe ser una persona que necesita ejercitarse en el discernimiento. Discernir es reflexionar, distinguir el bien del mal, lo que construye a las familias y lo que las destruye, lo que edifica a una sociedad y lo que la lleva a su ruina. Discernir es saber cuáles son las causas por las que vale la pena luchar y sacrificarse.
Dice san Pablo: "Aunque yo entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve". Hay personas que atraen la atención de la prensa porque, en un acto suicida, rocían de gasolina sus cuerpos y se prenden fuego. Estos actos no siempre son buenos. Hay que discernir el motivo de ese sacrificio. De la misma manera puede ser que haya personas, instituciones, empresas y gobiernos que se llamen a sí mismos benefactores de la sociedad, y que aporten grandes sumas de dinero a objetivos que ellos consideran importantes. Sin embargo no todas las causas son necesariamente buenas.
Magnates como Bill Gates, que donan millones de dólares para promover el aborto en el mundo porque creen que con ello hacen un bien para la humanidad, están lejos de actuar según el querer de Dios. O bien, aquellas organizaciones internacionales que utilizan millonarios recursos para facilitar el trabajo de los lobbys y el soborno a los parlamentos de muchos países para aprobar legislaciones contra la familia y el orden establecido por Dios, están lejos de ser benefactoras de la humanidad. No basta la generosidad, enseña san Pablo. Hay que ser generosos sólo con aquello que lo merece.
Necesitamos líderes que sepan conducir y no consultar, y discernir antes de actuar. Estos líderes son los que necesita la Iglesia en sus obispos y sacerdotes, y las comunidades en sus políticos. Si eres líder de tu familia, tu deber reclama un gran discernimiento, y la seguridad del pastor que tiene claro hacia qué fuentes tranquilas debe conducir a las ovejas.
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