Hace unos días recibí como un regalo de monseñor Isidro Payán un cuadro con mi acta de bautismo estampada en una placa dorada. Me la entregó como signo de gratitud por la organización de los festejos de los 350 años de la Misión de Guadalupe, evento en el que él fue conferencista. El acta está firmada por él mismo, ya que fue quien me recibió en la pila bautismal de la Misión, hace más de 55 años, para derramar sobre mi cabeza el agua bendita y ungirme con el óleo perfumado. El detalle de monseñor Payán me ha conmovido y me ha hecho reflexionar. En mi vida he recibido certificados escolares y universitarios, nombramientos en cargos de la Iglesia y reconocimientos por participar en ciertos eventos. Sin embargo mi boleta de bautismo es el documento que supera a todos. Mi constancia de ordenación sacerdotal, aunque muy importante, es secundaria. Por ser mi pasaporte para ir al Cielo, he puesto la placa bautismal colgada en la pared de mi oficina, junto al cuadro de la Virgen. Obser...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos