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Diócesis con olor a Pascua

Hicimos hace unos días en Catedral la ceremonia de los ritos de recepción en la Iglesia a los catecúmenos. Siete candidatos venidos del paganismo -entre ellos un ex mormón- tocaron a nuestras puertas pidiendo ser admitidos para formar parte de la comunidad católica. En diversas parroquias de la diócesis sucedió lo mismo: personas que naufragaban en las aguas de la muerte se bautizaron en la noche de la Pascua para subir a la barca de la Iglesia y navegar hacia la salvación traída por Jesucristo.

Los que tenemos el privilegio de haber sido bautizados jamás nos cansemos de dar gracias a Dios por pertenecer a esta Iglesia que Jesús compró a precio de su sangre. Jesús ha resucitado y ha abierto las puertas del cielo para aquellos que lo seguimos. En nuestro camino hacia la Pascua eterna del Cielo nos llena la esperanza de ser recibidos por los santos. ¿Y quiénes nos recibirán en la gloria? En primer lugar saldrán a nuestro encuentro aquellos que crucificaron a Jesús en el Calvario; nos dará la bienvenida el ladrón arrepentido y el centurión romano. Ellos, quienes crucificaron a Jesús, fueron los primeros en ser salvados, para que así permaneciera, por los siglos infinitos, el testimonio de la grandeza de la misericordia y la bondad del Señor.

En los días previos a la Pascua, en un conmovedor espectáculo de fe y conversión, miles de católicos de Ciudad Juárez acudieron a los confesionarios. El martes pasado los sacerdotes también tuvimos nuestra jornada penitencial donde nos escuchamos unos a otros para ser absueltos de nuestros pecados. “¿Acaso seré yo, maestro?” Ninguno de nosotros quiere ser un judas en la Iglesia.

¿Nos hemos puesto a pensar que todos los bautizados, especialmente quienes vivimos de la fe, somos el premio que el Padre Celestial otorgó a su Hijo Jesucristo como fruto de su Pasión y Muerte? Ni más ni menos dice Dios por boca de Isaías: “Le daré como premio una multitud... por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores” (Is 53,12). Somos nosotros, los hijos de Dios dispersos, que Dios Padre entrega a su Hijo como fruto precioso de la Pascua.

A partir de hoy, día de la Resurrección del Señor, más niños de Ciudad Juárez serán llevados a los bautisterios de las parroquias para ser bautizados; miles de niños en la diócesis recibirán a Jesús en la Eucaristía por primera vez. El obispo Guadalupe Torres confirmará a cientos de jóvenes y otras cientos de parejas contraerán matrimonio en el Señor. En Catedral este lunes de la octava pascual celebraremos el sacramento del Matrimonio para 33 parejas que decidieron dejar el pecado y vivir más cristianamente. Todos estos sacramentos tienen su origen en el costado abierto del Redentor, en la carne sagrada traspasada, de donde brotó sangre y agua. La diócesis aspira el perfume de la Pascua.

Movimientos diocesanos, iniciativas pastorales, fervor de las religiosas, grupos parroquiales, sacerdotes celosos por Dios, devoción en las familias, pequeñas comunidades cristianas... todo habla de aquel misterioso fuego que Jesús vino a traer sobre la tierra, de aquel bautismo que angustiaba al Redentor mientras no se cumplía (Lc 12,49-50); fuego del Espíritu que sigue sumergiendo en el amor divino a quienes se acercan a beber de las fuentes de la salvación.

Solamente quien tiene ojos mezquinos se repliega en su amargura, como Judas Iscariote, que al ver a María de Betania derramar el perfume de nardo sobre la cabeza y los pies de Jesús, criticó la aparente inutilidad del gesto. Abramos bien los ojos para captar cuánta gracia Dios derrama a nuestro alrededor, aquí en nuestra Diócesis de Ciudad Juárez, en tantas parroquias, familias y comunidades religiosas. “Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra” (Sal 2, 8). Gocémonos en la alegría de ser el premio del Padre a su Hijo, el fruto más precioso de la Pascua del Señor. ¡Felices fiestas de Resurrección!

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