martes, 5 de abril de 2016

Marchas por la vida

La asombrosa cantidad de 750 mil personas que marcharon el pasado 12 de marzo en Lima Perú pidiendo el no al aborto y el sí a la vida, es un signo muy elocuente del amor y del respeto que los latinoamericanos tenemos por la vida naciente. Estas marchas por la vida han ido cobrando popularidad y fuerza en diversas partes del mundo, incluso en Europa donde la población mayoritaria son los ancianos. En Washington ‘March for Life’ es todo un acontecimiento que ha ido creciendo en número de participantes. En 2015 desfilaron alrededor de 800 mil norteamericanos pidiendo la derogación de la ley del aborto.


El éxito de estas marchas obedecen a una razón antropológica. El hombre no nació para la muerte sino para la vida, y ante la realidad de la muerte el hombre se rebela ante la idea de la desaparición total de su existencia. Percibimos la vida como un don sagrado e inviolable, cimiento de todos los derechos del hombre y fundamento de todos los valores. En nuestra conciencia resuena el ‘no matarás’ como un imperativo de ley natural.

Pero también hay una razón religiosa. Es en los países de tradición cristiana donde se organizan las marchas por la vida. En el patrimonio espiritual de nuestros pueblos está la convicción de que somos hijos de Dios y que el Verbo se hizo embrión, revelando la dignidad que tiene toda vida humana, incluso la no nacida. Y aquella frase de Jesús en el Juicio Final: “lo que hiciste con uno de estos pequeños a mí me lo hiciste” (Mt 25,40), nos hace descubrir a Dios presente en los niños por nacer.

Las formas que va tomando la cultura de la muerte no solamente atentan contra la vida no nacida. También los jóvenes son sus víctimas. Cada vez es más fuerte la presión mundial para legalizar el uso recreativo de las drogas. En los debates públicos se invita a todo tipo de expertos, menos a los ex-toxicómanos y a las familias que tienen hijos que se drogan. Tampoco a las religiones nos dan vela en el entierro.

Quienes han vivido en el infierno de la toxicodependencia o en el dolor de tener un hijo que, por su adicción a las drogas se ha quedado sin alas para volar, son quienes deberían de tener la última palabra en estas discusiones. Pero no es así. Me queda claro que la legalización de la marihuana y cualquier otra droga es un golpe mortal para la Familia. A todas luces es evidente que hemos entrado en un ocaso cultural, en un oscurantismo obsesionado con la abolición de la humanidad.

¿Qué mentira es esta de la democracia –me pregunto– donde se supone que el pueblo es el que gobierna, cuando en realidad vivimos manipulados por fuerzas oscuras que pretenden establecer un imperio mundial sobre hombres viviendo bajo su control? En realidad nos dirigimos hacia una oligarquía –la élite de los más ricos del mundo– que dice quién debe nacer y quién debe morir.

Es tanta la obsesión que tienen los gobiernos orquestados por la ONU por legalizar el aborto y otras formas de anticoncepción –como es la homosexualidad– que no cabe la duda de que el último objetivo es reducir dramáticamente la población mundial. Algunos dicen que la meta es reducir la cifra de 6,500 millones de habitantes que somos, a sólo 500 millones de personas viviendo en el planeta (educate-yourself.org).

Las marchas por la vida son un signo para todos. Es el pueblo de la vida el que se rebela contra la amenaza de las fuerzas oscuras de la muerte. Es el pueblo que se manifiesta para proclamar que la vida humana es una aventura estupenda y una bendición de Dios, sin importar si es vida sana o enferma, nacida o no nacida, joven o vieja. De esa manera se va despertando una mayor conciencia de las atrocidades de las leyes del aborto, de la legalización de las drogas, de la eutanasia y de la necesidad de crear leyes que protejan a los niños, a los jóvenes y a las familias.

Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, Dios Padre puso su sello de garantía sobre él, acreditando su vida, su obra y sus palabras. Y así nos invita a promover una cultura para que toda vida humana pueda ser reconocida con el sello de Dios que dice: “sagrada”.

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