L a envidia dentro de nuestras comunidades parroquiales es uno de los obstáculos más serios que impiden a los nuevos conversos integrarse en el servicio de la comunidad. Un día un joven salido de la cárcel daba su testimonio de conversión a un grupo de personas en una parroquia; lo hizo con mucha convicción y con mucha humildad. Al final, una señora se acercó al párroco y le dijo: “¿Cómo es que ahora un delincuente viene a darnos lecciones a nosotros?” El sacerdote, recordando la parábola del publicano y el fariseo, le contestó: “Señora, usted olvida que en el cielo hay fiesta por un pecador que se arrepiente; usted olvida de que aquellos que están en la Iglesia tienen el deber de buscar y de acoger a aquellos que desean entrar movidos por la gracia de Dios”. Lo mismo suele ocurrir cuando una mujer tocada por el amor divino, pero que ha sido madre en su soltería o divorciada, y que ahora quiere integrarse a algún ministerio parroquial, recibe los dardos venenosos de la crítica de su...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos