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De viaje con amigos (artículo)

Como todos los años las fiestas de Pascua me dejaron una gran alegría espiritual en el corazón. Pero este año me sentí un poco más cansado que en años anteriores y por eso tomé unos días de descanso con un par de amigos en la montaña. Me siento relajado sólo con contemplar un escenario diverso al asfalto y cemento que tenemos en la ciudad; el verde del bosque y respirar el aire fresco me sientan muy bien, pero sobre todo me gusta descansar en compañía de buenos amigos.

En estos días pascuales algunos amigos sacerdotes hemos caminado y conversado mucho, hemos compartido el juego y la mesa, pero los momentos más íntimos y bellos nos los ha dado Jesús en la Eucaristía. Es una necesidad encontrarnos diariamente con el Amigo que resucitó de entre los muertos y que sigue saliendo a nuestro encuentro para explicarnos las Escrituras y partir para nosotros el pan. Me siento bendecido al tener amigos sacerdotes entregados en cuerpo y alma a Jesucristo. Su palabra y testimonio me empujan a caminar hacia arriba.

Leyendo los apuntes teológicos sobre la amistad que escribe José Tolentino Mendonca en su libro ‘Ningún camino será largo’, descubro la libertad que encontramos en los verdaderos amigos. Con ellos estamos libres de la presión que tienen los esposos. En el amor conyugal se exige que la apertura del uno al otro sea total, un conocimiento del otro sin secretos ni reservas. En la amistad, en cambio, lo que no podemos conocer del amigo dejamos que sea incognoscible. Hay cosas de mis amigos que no conozco, ni tengo por qué conocerlas. Y sé que puedo ganar más fácilmente a mi amigo cuando respeto su silencio y cuando dejo que abra su alma hasta donde quiera hacerlo. Al mismo tiempo me siento feliz al aceptar con alegría lo que él me quiera compartir.

A veces las relaciones que pudieron progresar hacia una verdadera amistad se arruinan, justamente por la invasión de uno a la intimidad del otro. El abolir la distancia queriendo saber todo del amigo es indicador de torpeza, señal de voluntad de dominio y de poder sobre la otra persona. Cuando las relaciones interpersonales se vuelven absorbentes o manipuladoras, cuando no se respeta la intimidad y libertad del otro, la relación se enferma y se muere. Por eso pienso que una buena amistad es, al principio, delicada como un lirio y sólo a través del tiempo de va haciendo fuerte como el roble.

En su libro, Mendonca cuenta un relato oriental la historia de un árbol solitario sobre la cima de una montaña. En el pasado la montaña estaba cubierta por árboles maravillosos, altos y semejantes, que los leñadores habían cortado y vendido. Pero aquel árbol había crecido torcido y no podía ser transformado en sillas o en mesas. Era inútil para el propósito de los leñadores y éstos lo habían dejado allí. Luego vinieron los buscadores de esencias aromáticas, pero aquel árbol torcido, porque no tenía ningún perfume, no fue derribado. Gracias a que era inútil, el árbol sobrevivió. Hoy se encuentra solo en la montaña, se puede divisar desde lejos sobre la cima, y los caminantes suspiran para poder resguardarse bajo su sombra.

Me alegra saber que mis amigos me son inútiles como ese árbol. Por supuesto que sus experiencias de vida me enriquecen, pero no busco utilidad alguna en ellos. Yo los he elegido como amigos así como ellos me eligieron a mí.  Sería doloroso saber que alguien nos quiere porque saca utilidad o provecho de nuestra amistad. Los amigos se escogen no para sacar ventajas personales sino simplemente para vivir con ellos en comunión. Por eso la verdadera amistad es una experiencia gratuita y contemplativa. Los queremos para estar juntos y compartir experiencias concretas y simples, para ‘perder el tiempo’ charlando o viendo una película.

Después de este pequeño descanso campestre regresamos mis amigos y yo a la ciudad, y cada uno ha vuelto a sus habituales ocupaciones. Quizá pasarán semanas o meses sin que nos veamos porque la vida sacerdotal es absorbente. Pero no importa. Sabemos que ellos siempre estarán allí, a la espera de un nuevo encuentro. Cuando llegue la oportunidad de reunirnos otra vez, estar juntos será como volver a escuchar una de esas melodías favoritas que suena bellamente a los oídos y alegran el espíritu. No la escuchamos continuamente pero cuando suena, qué bien nos deleita. De seguro el cielo será, eternamente, la mejor tertulia entre amigos.

















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