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Saludable descentralización de la Iglesia

El último documento del papa Francisco ha puesto nerviosas a algunas personas. Amoris Laetitia (AL) –La alegría del amor–, que trata sobre el matrimonio y la familia, es un texto extraordinario, en el sentido de que se sale de los esquemas tradicionales de los escritos papales. Amoris Laetitia deja cuestiones abiertas y esto ha hecho que algunas personas, que esperaban que el Santo Padre presentara claramente puntos firmes de doctrina y normas para los divorciados vueltos a casar, se sientan un poco confundidos.

Después de escuchar a los sínodos de obispos, los papas antes presentaban sus propias reflexiones en las que aclaraban o explicaban la doctrina y la práctica existente de la Iglesia. Amoris Latitia se sale de este esquema. Párrafos enteros son citas de las aportaciones de los obispos durante el sínodo, lo que nos habla de que se trata del fruto de un diálogo, de un consenso de todo el episcopado. En AL no sólo el papa, sino toda la Iglesia ha hablado. Se trata, pues, de una exhortación hecha colegialmente.

El papa reconoce que, aún cuando es necesario que los católicos tengamos unidad en la doctrina y en la manera de obrar, no todas las discusiones en torno a los problemas de las familias se resuelve con intervenciones del Magisterio. Tiene razón: el papa no puede darse cuenta de todo lo que ocurre en el mundo. La complejidad de las diversas situaciones en las familias del mundo es tan variada, que es necesario dejar que cada país o región busquen soluciones adecuadas a su cultura y tradiciones. Con esta postura el gobierno de la Iglesia está saliendo de su centralismo para dar mayores iniciativas a las iglesias particulares y a las conferencias episcopales.

Buscar soluciones a los complejos problemas del matrimonio y la familia no significa que cada conferencia de obispos pueda interpretar la enseñanza católica a su libre iniciativa, apartándose del Magisterio. Sería una insensatez que nos llevaría a un relativismo doctrinal, moral, espiritual y pastoral. De esa manera infligiríamos una herida profunda a la comunión y a la unidad del Cuerpo de Cristo. Lo que Francisco está haciendo es descentralizar el papado para ponerlo al servicio de las iglesias locales, pero siempre en comunión con ellas.

Las iglesias locales, así como las conferencias de obispos, no pueden ser autónomas del gobierno de Roma. Eso se llama particularismo. El cardenal Müller, Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, dijo en una entrevista al diario italiano ‘Corriere della sera’, que tanto el particularismo –autonomía de Roma– como el centralismo –dejar que el gobierno central lo resuelva todo– son una herejía.

Sobre la relación de las diócesis con el gobierno de Roma dijo Müller: “La Iglesia Católica está compuesta por iglesias locales pero es una. No existen iglesias nacionales, somos todos hijos de Dios. El Concilio Vaticano II explica en concreto la relación entre el Papa y los obispos, entre el primado de Pedro y la colegialidad. El Romano Pontífice y los obispos en forma individual son de derecho divino, instituidos por Jesucristo. También la colegialidad y la colaboración entre los obispos, cum Petro et sub Petro, tienen aquí su fundamento. Pero los patriarcados y las conferencias episcopales, históricamente y hoy, pertenecen sólo al derecho eclesiástico, humano. Los presidentes de las conferencias episcopales, aunque importantes, son coordinadores, nada más, ¡no son vice-papas! Cada obispo tiene una relación directa e inmediata con el Papa”.

Hay personas muy ortodoxas que se pusieron inquietas con ‘Amoris laetitia’; esperaban normas canónicas y doctrina sólida sobre algunos argumentos, como el de la Comunión a los divorciados vueltos a casar y no las encontraron. Personalmente creo que nadie debe inquietarse. En el capítulo tercero, Francisco presenta toda la solidez de la enseñanza sobre el matrimonio y la familia, en continuidad con el Magisterio de la Iglesia. Nada ha cambiado.

Otras personas progres o liberales, en cambio, brincan de contento porque creen que el papa está abriendo la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar comulguen el Cuerpo del Señor. A mi juicio creo que es una actitud equivocada. Francisco, al invitar al discernimiento para cada caso particular, no está diciendo que cada sacerdote podrá decidir si admite a la comunión sacramental a tal o cual pareja, o que les anime a comulgar siguiendo su conciencia. Quebrantar una norma objetiva de la Iglesia siguiendo la subjetividad de la conciencia no es la mejor manera de hacer discernimiento. Sobre el discernimiento hablaremos más adelante.

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