miércoles, 1 de junio de 2016

Mujeres trabajando

Hace unos días un taxista que me llevaba por la Ciudad de México se lamentaba –con un lenguaje abundante de groserías– de que el gobierno de Miguel Ángel Mancera promoviera la unión de parejas del mismo sexo. “Para mí no hay como la mujer, mi jefe –decía con su marcado acento capitalino–: bonita, fea, flaca, gorda, alta, chaparra, arreglada, desarreglada, rica, pobre, joven o vieja. Como me la pongan, para mí la mujer es la mujer”. El taxista, ignorante de la investidura sacerdotal de su cliente, me sugería visitar la calle Sullivan, muy cerca de Reforma, para obtener las caricias de alguna muchacha por la noche. Es penoso que muchos sigan viendo a la mujer como una mercancía de compraventa.

A propósito de prácticas sociales que degradan a la mujer, el papa señala: “No se terminan de erradicar costumbres inaceptables. Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina sino de una cobarde degradación” (AL 54). Por eso durante el mes de mayo que hoy iniciamos el Santo Padre pide la oración de la Iglesia, para que, en todos los países del mundo, las mujeres sean honradas y respetadas, y sea valorizado su imprescindible aporte social.

¿Qué puede aportar la mujer socialmente? Muchísimo. Tuve la bendita gracia de tener como madre a alguien que se dedicó a formar a sus hijos. Ese era su trabajo. Doña Bertha siempre consideró que dedicar horas para la crianza de los niños en un hogar era la mejor inversión para la felicidad individual y familiar. No se equivocó. Entiendo que el modelo de familia donde el padre trabaja y la mujer es ama de casa, hoy a muchos les parece arcaico y burgués. Y aunque mi familia no siempre tuvo tiempos fáciles económicamente, agradezco a Dios que el trabajo de mi madre haya sido dentro de los muros de su casa.

Las modernas señoras feministas de género, para quienes el matrimonio y la familia son estructuras opresoras que hay que abolir, pensarán que soy machista, engendro de la sociedad patriarcal, y que mi madre fue una pobre esclava y víctima de su época. Sin embargo ella en su vida se siente realizada y puedo decir que fuimos una familia como todas, con sus altibajos, pero familia unida y feliz, que es a lo que aspiran la mayoría de los seres humanos.

Si una mujer decide que su trabajo será la dedicación a su familia, su contribución a la vida social será invaluable. La formación humana, moral y espiritual de los niños para que éstos lleguen a ser adultos trabajadores y responsables es, a juicio de muchos, la aportación más grande a la sociedad que una mujer, con la colaboración de su marido, puede hacer.

Sin embargo hemos de respetar absolutamente la decisión de las mujeres para trabajar fuera de casa. Ellas han enriquecido enormemente la vida laboral, política y social. Desde su incursión en el mundo del trabajo, la mujer ha mostrado capacidades y talentos enormes, y muchas veces son más responsables y competitivas que los varones. Sin duda, los tiempos han cambiado, y pretender un regreso a los tiempos en que las mujeres sólo vivían dedicadas a cocinar, lavar y cuidar niños es prácticamente imposible. Debemos adaptar la familia a los tiempos actuales.

Queda, sin embargo, una inquietud y un desafío. Hoy muchos niños crecen en guarderías bajo la mirada de personas extrañas porque sus madres trabajan, lo que puede crear un vacío afectivo en ellos. Muchos otros pasan la mayor parte del día solos, sentados frente a la televisión o el internet durante horas y horas, sin la atención suficiente de los padres que se requiere para desarrollar en ellos una sana afectividad, autoestima y darles un liderazgo moral. Hay niños que pasan más tiempo en la calle donde fácilmente, entre lobos, a aullar se enseñan. Otros, y son un ejército, crecen sin padre, únicamente guiados por la tutela de la madre, situación bastante compleja para ellas a nivel emocional y económico.

Lograr que las nuevas generaciones vivan la experiencia de un hogar integrado por el padre y la madre, donde los dos trabajen y tengan la atención adecuada para un sano crecimiento, es uno de los retos más grandes para las familias de nuestros tiempos.

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