El globalismo es una ideología que destruye el arraigo a la propia tierra, al propio país. Es una corriente de pensamiento que corta a las personas y a los pueblos de sus raíces históricas, para hacer que vivan como ciudadanos-marionetas del mundo, sin amor a la patria y con una manera uniforme de pensar y consumir. Nuestros políticos cada vez más promueven la movilidad humana –la migración legal o ilegal– por motivos de trabajo. Las ciudades se pueblan por razones de consumo, y el amor a la propia tierra es más escaso. Pocos son los jóvenes que hoy estarían dispuestos a pelear por su país ante un extraño enemigo. Dios quiere que amemos nuestra tierra y nuestras raíces. Así como quiso dar a Israel la tierra prometida, así nos ha dado nuestras ciudades y territorios y quiere que los amemos. Dios ama a los chihuahuenses, a los regiomontanos, a los chiapanecos y a los texanos, y quiere que nos apeguemos a esas partes del mundo donde cada uno vive. Ese apego y esa defensa de la tierra dond...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos