D esde que inició la pandemia de Covid-19 la Iglesia Católica fue obediente y colaboradora con las autoridades civiles cuando éstas decretaron el confinamiento social. Obispos, sacerdotes y laicos sabían que venía un tiempo muy difícil para todos, y que era fundamental salvaguardar la salud física del pueblo de Dios. Por ese motivo acatamos las órdenes y nos quedamos en casa. En la medida en que fueron sucediéndose los días, las semanas y los meses, nuestros gobernantes permitieron la reapertura de otras actividades consideradas no esenciales, como los comercios, parques y restaurantes. Después de más de 160 días de colaboración con los tres órdenes del gobierno, mantener cerrados los templos se ha vuelto tan insostenible como seguir bajo el agua sin respirar. Son, al menos, cuatro las heridas que ha dejado a la Iglesia la presencia del coronavirus, heridas que se convierten en razones para acelerar la reapertura de las parroquias. La primer herida es espiritual. El hombre no es un ser...
Vida católica: frontera México-Estados Unidos