sábado, 28 de marzo de 2015

La Cruz en el centro

Algunos hechos de la diócesis son alentadores: el Congreso de Renovación Carismática reunió alrededor de doce mil jóvenes, hace unas semanas. Las misas de sanación han adquirido fuerte popularidad en varias parroquias; llenas todas. Las Horas Santas, sobre todo cuando el sacerdote reza y medita públicamente, son un éxito; no cabe la gente. Los retiros donde vienen grandes predicadores se saturan rápidamente. No se diga cuando se anuncia que habrá oraciones de liberación y exorcismos de sal, aceite y velas; abarrotados los templos. ¿Por qué?, nos preguntamos.

Constatamos, por otra parte, hechos preocupantes: el Tribunal Eclesiástico no se da abasto para sacar adelante el enorme número de casos que piden la anulación del matrimonio. Muchos jóvenes de nuestras parroquias huyen del compromiso matrimonial para toda la vida y prefieren experimentar la unión libre. Las iniciativas pastorales que tienen que ver con el compromiso social no tienen muchos seguidores. Son contados quienes asisten a una marcha para exigir justicia o para protestar contra el aborto. Un cristianismo que implique molestias, aridez y esfuerzo –y menos para toda la vida– es poco atractivo.

¿Por qué la diferencia? Es más atrayente la experiencia de Dios que toca la sensibilidad y hace sentir mariposas en el pecho, que la experiencia de vivir en el esfuerzo ascético y en el compromiso árido con el mundo. No tengo nada contra de la búsqueda sincera de Dios en lo íntimo del corazón. Al contrario, el cristianismo nace del encuentro con Jesús que toca las puertas del mundo interior para que ahí habite la Trinidad. Me alegra, sinceramente, que asistan miles de jóvenes a los congresos de la Renovación. Son muchos los corazones heridos y creo que el contacto con Jesús vivo les va proporcionando la curación. Ello emociona. Sin Cristo en el alma, experimentado como Salvador personal, no podemos llamarnos cristianos.

Sin embargo existe el peligro de ver la vida cristina sólo como un oasis espiritual, como un paraíso desconectado del mundo material al que hay que fugarse para estar bien; y contemplar la vida en este mundo pecaminoso como un mal necesario que hay que tolerar. De esa manera la religiosidad no abarca el compromiso social y cultural y se vuelve un cristianismo un poco parecido al budismo, que busca fugarse hacia el bienestar interior y la paz, sin tomar en cuenta el combate espiritual contra el egoísmo, la búsqueda del bien común, el servicio abnegado al matrimonio y la familia, la justicia y la reconciliación con la comunidad.

Pero también existe el riesgo de concebir el cristianismo como mero moralismo social, como la fe que tiene que comprometerse con la transformación del mundo en un activismo contra la descomposición de la sociedad. Se trata de un cristianismo voluntarista que vive lo religioso como mandato ético. Se privilegia lo natural y se desprecia lo sobrenatural. Todos podemos caer en este mal: señoras que llevan despensas a los pobres sin antes haber escuchado con hambre la Palabra de Dios; organizadores de marchas y protestas que jamás se arrodillan una hora ante el Santísimo; activistas contra el aborto que no se alimentan de la Eucaristía. Mucho activismo vacío de oración y de la vida de la gracia. Es también un cristianismo deformado.

Hoy Domingo de Ramos resplandece la Pasión del Señor. Al iniciar la Semana Santa contemplamos el misterio de la Cruz. Acercarnos a la Cruz es –decía José Luis Martín Descalzo– arriesgado y exigente. Invita a una segunda conversión, como le sucedió a san Agustín: primero se convirtió al Dios único y bueno. Y, después, al Dios crucificado. Quienes hemos encontrado al Dios único y bueno a través de los congresos, retiros y horas santas es preciso que demos un paso adelante y hagamos esta segunda conversión hacia un cristianismo comprometido con nuestro entorno familiar y social. Y aquellos que vivimos en un cristianismo de moralismo social vacío de espiritualidad es justo que avancemos hacia la experiencia interior del Dios único y bueno. Sólo viviendo el misterio de la Cruz –encuentro real con la divinidad de Jesús y entrega a los demás– podemos llamarnos cristianos.

3 comentarios:

  1. La Cruz al centro de nuestra vida... y de nuestros altares también! !

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  2. He visto esas dos orillas...y se necesitan puentes, puentes de dialogo y tolerancia, puentes de acción y verdadera esperanza. ¿Y dónde están? Igual vamos a retiros cuando nos invitan a dar un temas, cantar en coros ir a misa, como también vamos a entregar despensa que es el pretexto (bueno y real en medio en nuestra pobreza) para compartir la soledad y ver como ambos corazones se alegran al verse acompañados etc, etc. Es así que no negamos la "cruz de nuestra parroquia" y se soporta la incomprensión de Nuestra Iglesia Amada al ir más allá... Igual vamos con las prostitutas del centro, los socialistas y políticos, tenemos capacidad critica para manejar la misma no criticamos no se llega con la "espada! desenvainada", igual vamos a las marchas y nos duele hasta los huesos lo que se exigen porque nos encarnamos con ellos sin apariencias, en acompañamiento y dialogo horizontal .. y soportamos la incomprensiones de los que no se han sentido amados etc, etc
    .....si he visto los dos lados, se necesitan puentes, puentes verdaderos que como Nuestro Padre Amado se dejen tocar por la gracia de ver la profunda hermosura de las dos partes... ¿ y dónde están?

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