martes, 30 de junio de 2020

Mi casa en el agitado centro histórico


Vivo en el corazón del centro histórico de Ciudad Juárez. La zona es un lugar de permanente ebullición durante el día, y de soledad y silencio durante la noche. Un sinfín de comerciantes, vendedores ambulantes, compradores, estudiantes que van y vienen, predicadores de sectas, brujos y adivinos, pícaros, travestis y mujeres fáciles, gente de trabajo duro y haraganes, alcohólicos y drogadictos, turistas, negros, indios, mestizos y blancos, cargadores de mercancías, policías y los disimulados "halcones" que vigilan el centro para el control del tráfico de drogas.

En medio de esta agitación se levanta, discreta e imperturbable junto a la Catedral, la casa de la parroquia. Al cruzar el umbral parece que se entra en otro mundo, lejos de todo aquel frenesí que la circunda. En ese lugar de clausura vivimos tres sacerdotes. La casa parroquial es mi refugio y fortaleza, el espacio silencioso donde encuentro paz y calma, una atmósfera psicológica y espiritual donde se pone un freno a la algarabía del exterior. Es el lugar donde oro, leo, estudio, medito y descanso. Es una aduana que impide el paso a las tormentas para que no perturben la calma.

Así era el corazón de Jesús mientras dormía en la barca cuando los vientos y la agitación del mar amenazaban con hundirla. Afuera estaba la tempestad; adentro, Jesús dormía. Vendaval y silencio. Los apóstoles, llenos de pánico, habían dejado que el temporal entrara en su interior. Estaban atormentados por la tormenta. Lo mismo suele sucedernos en medio de las inclemencias del mundo. ¿Qué sucederá con el Covid-19? ¿Nos pondrán respirador y tendremos que morir? ¡Qué horror! ¿México será comunista con el gobierno de López Obrador? ¡Sálvese quien pueda! ¿Se irá a pique la economía? ¿Ganará Trump las elecciones? ¿Sobreviviremos al calentamiento global? Se ve nerviosismo por todas partes.

Para el alma que no tiene fe, estas borrascas del mundo acaban por atormentarlo. Aprendamos a poner límite a los vientos huracanados que nos rodean; no dejemos que entren en el alma. Que cada corazón cristiano sea como un monasterio donde se vive la espiritualidad de la clausura, como una casa parroquial donde habita Jesucristo y donde el ambiente se vuelve imperturbable. Ahí no entra el espíritu del mundo porque el corazón no se le entrega a cualquiera. Nuestra vida sólo pertenece al Señor. Así seremos hombres de paz en una sociedad en permanente agitación.

miércoles, 24 de junio de 2020

Cuerpos deteriorados, almas embellecidas


San Agustín, obispo y Doctor de la Iglesia –uno de los hombres más influyentes del pensamiento cristiano– cuenta en sus escritos que varias veces estuvo al borde de la muerte. Cuando tenía 29 años y estaba en Roma fue azotado por una enfermedad de carácter infeccioso de la que pudo recuperarse. Tres años después, debido al excesivo trabajo literario, uno de sus pulmones empezó a enfermar y se vio obligado a respirar con dificultad. Su voz se hizo débil y tenía intensos dolores en su pecho. Además lo atormentaba un dolor de muelas. En otras ocasiones confesó no poder caminar ni mantenerse en pie, ni sentarse por la hinchazón y dolor de sus hemorroides.

Durante los últimos meses hemos sabido que cerca de nosotros hay personas que padecen de Covid-19. Un sacerdote de nuestra iglesia diocesana llegó a perder más de 12 kilos en pocos días, su voz se apagó y fueron tan altas sus fiebres y sudoraciones que por momentos deliraba, ni siquiera tenía fuerzas para decir un Padrenuestro y a veces tampoco podía recordar esta oración. Las personas a nuestro alrededor que han sido víctimas de coronavirus describen sus dolores como intensos y sus malestares como muy agudos. En los casos más graves algunos enfermos tienen que utilizar respiradores y varios más pierden su vida.

Aunado a los muchos padecimientos físicos que encontramos en nuestro caminar, todo esto nos hace constatar que vivimos crucificados en el cuerpo. Volviendo a san Agustín, decía que el cuerpo es un instrumento imperfecto y carga pesada para el alma, y establecía un orden jerárquico: "Dios, alma, cuerpo". Esto no significaba que el santo obispo de Hipona tuviera un desprecio hacia lo corporal. Al contrario. Sabía que no puede existir el hombre entero sin su cuerpo y aunque tenga que morir, el alma reclamará siempre unirse a su compañero, el cuerpo, en la resurrección del último día. "La salud perfecta del cuerpo será, al final, la inmortalidad de todo el hombre", decía en una de sus epístolas.

Mientras acompañamos a nuestros muertos al horno crematorio y en tanto llega la vacuna contra el Covid-19, la salud hoy se ha vuelto, para muchos, el valor más importante de la vida. Decía san Agustín en un sermón que "se cansa uno de un alimento, de una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca se cansó nadie de la salud". Por obtenerla, los seres humanos estamos dispuestos a dejar el pudor a un lado, a gastar grandes sumas de dinero, a ser atados, amordazados, pasados a cuchillo, encerrados en cuarentena, violentados por sondas y artefactos, a dejar de comer lo que nos agrada y a abstenernos de beber lo que nos apetece.

En estos tiempos de pandemia mundial miremos más allá de la salud corporal y hagamos nuestra esa jerarquía de san Agustín: "Dios, alma, cuerpo". Porque si bien son grandes son los males que aquejan nuestro ser físico, mucho más grandes son los males que pueden atormentar a nuestras almas. La salud del cuerpo, tarde o temprano, la perderemos hasta llegar, con la muerte, a la ruptura de nuestro ser. La salud del alma, en cambio, sólo la podemos perder por el mal moral, es decir, por el pecado.

Mientras que somos testigos del deterioro de nuestros cuerpos debido al correr del tiempo, que el alma se nos vuelva más radiante, pura y luminosa, nutrida con el pan de la Palabra y la fuerza de los sacramentos.

miércoles, 17 de junio de 2020

El católico y el miedo al Covid


La zona norte de Chihuahua está en semáforo rojo. Significa que la máxima "quédate en casa" nos obliga a resguardarnos por el riesgo de ser infectados de Covid-19. Ante esta situación muchas personas, sobre todo los empresarios, están exasperados con nuestros gobernantes, quienes no se deciden a cambiar el color del semáforo para dar apertura a mayores actividades económicas. El problema es que las personas ya no aguantan el confinamiento y menos lo soportan las empresas, muchas de ellas con serios problemas financieros o bancarrota. En este momento el riesgo de una gran pérdida de empleos es muy alto debido al cierre de tantos centros de trabajo. Parece que la disyuntiva fuera morir por Covid o morir de hambre.

Resuena tres veces en el Evangelio de este domingo la frase de Jesús "No tengan miedo". Es una frase que nos recuerda que Dios está con su pueblo para transmitir su fortaleza a aquellos que confían en Él. Es una invitación a no ser cobardes, principalmente ante los enemigos de la fe, pero también ante cualquier adversidad como la que hoy vive el mundo, asediado por un virus muy contagioso. El enemigo se llama Covid-19 y amenaza con afectar nuestra salud, llevar a algunos a la muerte y arruinar nuestra economía. Hemos de asumir que el coronavirus es un adversario que estará presente durante varios años a nuestro alrededor, y al que tendremos que aprender a derrotar con disciplina y fuerza de voluntad.

Se dice que "el mundo es de los audaces". Los audaces no son aquellas personas desordenadas que, desafiando a la pandemia, se reúnen hoy en fiestas y sin tapabocas para festejar los cumpleaños o el día del padre. Tampoco son aquellos trabajadores que, mientras están en su jornada laboral, utilizan guantes, mascarillas y anteojos que la empresa les ha proporcionado, pero que al terminar el día se despojan de todo ello y suben en un mismo coche para irse de parranda. Audaces no son quienes se reúnen por decenas para velar a sus muertos como si el coronavirus no existiera, ni los que pasean por el centro de la ciudad sin ninguna protección y sin guardar la sana distancia. Tampoco lo son las empresas que, por su afán de lucro, descuidan las medidas de seguridad para sus empleados.

Los verdaderos audaces son aquellos que, después de tres meses de cuarentena, han aprendido a cuidarse del contagio con todas las medidas dadas por las autoridades, pero que también están dispuestos a sacar adelante la economía de sus familias y la de la ciudad. Son los que rezan y cuidan su vida y la de los suyos con todas las precauciones, pero no por eso quieren seguir atrincherados en sus hogares sin salir para ganarse el pan. No tienen miedo de ir a la iglesia porque saben que necesitan a Dios para fortalecerse espiritualmente, y porque saben que su relación con el Señor es una actividad esencial, aunque el gobierno así no lo considere. Audaces son las empresas que cuidan la salud de sus trabajadores y la economía de todo el centro de trabajo. Los audaces son los hombres y mujeres que nuestro tiempo requiere, porque están habituados a moverse, con prudencia, entre dificultades y vencer a pesar de ellas.

Me alegra mucho que el señor obispo haya decidido abrir las iglesias para que los fieles encuentren su espacio de oración y, a partir del domingo 28, puedan celebrar la Eucaristía. Ha sido un gesto audaz de nuestro pastor. A las instituciones de gobierno, las empresas y centros de trabajo, las escuelas y universidades, a las iglesias y organizaciones de la sociedad civil nos corresponderá realizar una intensa labor educativa para continuar disciplinando a la ciudadanía y a los feligreses en el uso del tapabocas, del lavado frecuente de las manos y de la guarda de la sana distancia. Si muchos en la ciudad rehúsan poner en práctica estas medidas y, en su relajamiento, continúan viviendo como si el Covid-19 no existiera, entonces –duele decirlo– tendrán que enfermar quienes tengan que enfermar y morir quienes tengan que morir.

Sigamos cuidándonos y cuidemos principalmente a los que están cercanos a nosotros, sobre todo a los ancianos y los enfermos. Quienes estamos sanos no tengamos miedo de regresar a trabajar y, mucho menos, miedo de volver a la iglesia. Hagámoslo paulatinamente y con todas las medidas sanitarias que nos indiquen. Recordemos que no tomar estas precauciones es tentar a Dios y, además, es un pecado contra la caridad al prójimo, pero también no olvidemos que vivir paralizados por el miedo no es de cristianos intrépidos, sino de espíritus temerosos y rendidos.

miércoles, 10 de junio de 2020

El "buenismo" actual


Juntóse el lobo a la oveja y le comió la pelleja (Sabiduría popular)
Las últimas manifestaciones del movimiento antirracista en protesta por la muerte de George Floyd en manos de un policía tomaron dimensiones internacionales dejando una estela de vandalismo y saqueos por todas partes. En Ciudad de México vandalizaron edificios públicos y tiendas de comercio en Reforma y Polanco. Estos hechos se suman a los de la marcha feminista del 8 de marzo pasado que dejó una gran cantidad de daños materiales, no sólo a monumentos y comercios, sino también en más de 30 templos católicos y algunas catedrales.

Ambos movimientos sociales disfrazados de "buenismo" saben adherir a su causa a innumerables simpatizantes de todas partes porque saben aprovechar una injusticia que ha herido y lastimado a toda la sociedad. Difícilmente alguien no repudiará un abuso policiaco como el que se hizo contra Floyd, contra Giovanni López o la violencia contra las mujeres. De hecho, son tan manipuladores estos movimientos que utilizan frases como "Ser indiferente es ser cómplice" y otras por el estilo para presionar a los ciudadanos a apoyar sus ideales. Y como todos queremos ser buenos con todos, muchas veces por la necesidad de sentirnos aceptados por los demás, fácilmente y sin discernir, nos entusiasmamos con cualquier bandera. Fácilmente caemos en el "buenismo".

Sin embargo, quienes por su "buenismo" en un primer momento aplauden el antirracismo, el feminismo o la ideología de género, quedan desconcertados cuando miran el rostro oculto y violento de estos movimientos que, lejos de servir a los ideales nobles que enarbolan, en realidad están al servicio de otras agendas políticas para desestabilizar a los gobiernos, derribar el orden social y traer el caos. Lo más desconcertante es que los mismos gobernantes, que no quieren ser catalogados como fascistas, temen a estos colectivos y los dejan hacer lo que ellos quieran, abandonando a la ciudadanía a la indefensión.

En el fondo de estos fenómenos está la lucha de clases que promueve la envidia y el victimismo como los generadores del progreso social. Hoy los opresores de la sociedad son los varones, los heterosexuales, los cristianos –especialmente los católicos– y los blancos. Los oprimidos, por el contrario, son las mujeres, los homosexuales, los musulmanes y las demás razas. Aquellos que no están de acuerdo en apoyar a estos movimientos son catalogados como machistas, racistas, homófobos y, en otros países, islamófobos. Y cuidado con tener una etiqueta como estas. Dios nos libre; es como estar contagiado de Covid: todos te sacan la vuelta.

La Iglesia Católica nos enseña a cuidarnos de los falsos maestros de la prosperidad social y de sus "fatuas teorías y fantasías de bienestar futuro". Así los llamaba Pío XII. "Tales falsos pastores quieren hacer creer que la salvación tiene que venir de una revolución que cambie la consistencia social y revista carácter nacional". La violencia no se combate con la violencia, ni con la anarquía o la revolución. Estas sólo han causado destrucción, han encendido las pasiones y acumulado odios. La armonía social está en el diálogo entre todos los grupos que conformamos la sociedad democrática para vivir en el respeto a las diferencias, en la fraternidad y la convivencia pacífica. Seamos buenos, eso sí, pero evitemos ser "buenistas".

martes, 9 de junio de 2020

La orza y la alcuza


Orza y alcuza son palabras muy castellanas. La primera indica la vasija para guardar conservas y la segunda significa el contenedor para el aceite. En términos espirituales hacen alusión a la providencia de Dios que a veces nos pone a prueba y quizá hasta en situaciones extremas.

Dios, por medio del profeta Elías, ha cerrado los cielos y no habrá lluvia en la región como escarmiento por tanta idolatría. La profecía fue para todos y el profeta Elías sufre también las consecuencias. Se refugió en un torrente que se secó. Casi muerto de hambre y sed camina hasta encontrar a una mujer viuda y a su niño. Ellos sólo tienen un poco de harina en la orza y una pequeña cantidad de aceite en la alcuza. Saben que les espera la muerte. (1Re 17,7-16)

Cuando llega Elías a esa casa, la mujer lo reconoce como un hombre de Dios y cree todo lo que él le dice. Le pide que le prepare un pan y que él comerá primero. Luego comerán ella y el niño. La mujer, en un acto enorme de fe, confía en esas palabras del profeta: "Ni la orza de harina se vaciará, ni la alcuza de aceite se agotará".

En medio del paganismo y la infidelidad a Dios, el Señor tiene un resto fiel. Elías es de los poquísimos profetas fieles, y la mujer pertenece a esa pequeña porción fiel del pueblo de Dios. Ese resto fiel es aquel que tiene un alto nivel de confianza en Dios a pesar de las dificultades extremas.

En estos tiempos de Covid-19 hay infectados que van al hospital con toda su confianza puesta en el Señor. Saben que la prueba es extrema y que su vida está en las benditas manos del Padre celestial. Entre esas paredes frías y caras desconocidas del hospital están dispuestos a entregarse en las manos de Aquel que los amó hasta el extremo y a cumplir su voluntad. También los restauranteros y muchos dueños de negocios donde la orza y la alcuza están casi vacías por una economía que se rompe, hay buenos cristianos que, en vez de maldecir, bendicen a Dios y confían en él.

En los tiempos más difíciles, Dios tiene sus profetas y su resto fiel.

lunes, 8 de junio de 2020

Idolatría y agitación social


Las circunstancias que vivió el profeta Elías (1Re 17,1-6) nos dan luz sobre los tiempos actuales de tanta agitación social. En tiempos del profeta, Israel estaba dividido entre el reino del norte y el reino del Sur. La capital del reino del norte era Samaria mientras que Jerusalén era la capital del reino del Sur.

En el siglo X antes de Cristo, Jeroboam había institucionalizado la idolatría, alejándose del Dios vivo y verdadero para dar culto a dioses extranjeros. Cuando gobernaba el rey Ajab, su esposa Jezabel, que era fenicia, detestaba al Dios de Israel para idolatrar a otros dioses y practicar la brujería.

Es entonces cuando Dios envía a Elías a comunicar a Ajab la decisión dramática de que durante años no vendrá la lluvia. El mensaje divino era claro: por encima de la idolatría impera Dios. Los ídolos no son nada comparados con el señorío de Dios, de ese Dios único que no está dispuesto a compartir su gloria con nadie. El pecado de idolatría dividió en dos reinos a la nación judía. La unidad se perdió y el caos se hizo presente en el reino del norte.

Hoy nuestro mundo está viviendo una profunda división. Parece que dos reinos están en pugna. Los movimientos sociales que hoy se manifiestan con tanta violencia y disfrazados de causas muy nobles, en realidad sirven a otra agenda, y por eso siembran violencia, división y anarquía. Son las ideologías idolátricas (género, antirracismo, feminismo, etc.) cuyo motor es la lucha de clases y la división social.

Luchemos contra todo lo que oprime al hombre pero hagámoslo desde la Palabra de Dios y no desde las ideologías que dividen. mantengámonos fieles a su amor porque de él viene la paz.

domingo, 7 de junio de 2020

Todas las vidas importan


Después de arrestarlo por utilizar un billete falso de veinte dólares, un policía blanco oprime el cuello negro de George Floyd mientras éste grita "no puedo respirar". Al poco tiempo muere por asfixia. Con el lema "Black lives matter" (las vidas de los negros importan), Estados Unidos arde en protestas contra el racismo mientras que grupos extremistas vandalizan y saquean negocios y edificios públicos. Algunos obispos de Estados Unidos expresaron su asco y repulsión por este hecho de claro odio racial.

De dónde viene el racismo y cómo podemos superarlo, es la pregunta que flota hoy en el ambiente. La humanidad está dividida en razas, pueblos y naciones. Nos agrupamos por instinto con aquellos que son y piensan como nosotros, mientras que personas de otras razas nos parecen un poco extrañas. Se trata de un fenómeno mundial e histórico que a los mexicanos también nos ha afectado. Hemos de reconocer que durante mucho tiempo hemos visto y tratado a los indígenas como ciudadanos de segunda categoría.

Quizá el tipo de visión que tengamos de Dios pueda influir para nuestra apertura o cerrazón hacia los que son diferentes. Concebir a Dios como poder absoluto, como en el islam, puede llevar fácilmente al musulmán a distinguirse de los infieles, o al judío a sentirse "pueblo elegido" y discriminar a los que no son de su raza. Algunas comunidades protestantes, incluso, pueden fácilmente hacer la distinción entre los que son predestinados al cielo, ya desde este mundo, y aquellos que irán al infierno.

Los cristianos creemos en un Dios que es Todopoderoso pero, sobre todo, que es amor absoluto. Nuestra fe nos hace distinguir a las tres Divinas Personas que viven en eterna relación de amor. Desde antes del tiempo Dios es amor porque tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. Hay una unidad en Dios en una diversidad de personas. No es monoteísmo ni politeísmo que discrimina y divide, sino misterio de relación que nos enseña y educa para ir al encuentro de aquellos que son de nuestra humanidad pero diferentes de nuestra raza.

Nos hace falta redescubrir, contemplar y adorar el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en sus relaciones de amor infinito. Si bien los estallidos de violencia racial no acontecen en México como en otras partes del mundo, lo que sí ocurre son otras formas de abuso y posesión de los demás como si fueran objetos para ser utilizados para nuestro propio provecho.

En estos días de confinamiento por el Covid-19 se ha dado la noticia del incremento notable en el uso de pornografía y de pornografía infantil, así como de la violencia intrafamiliar. Al mismo tiempo en otros estados de la república como en Guanajuato y Baja California se ha intentado legalizar el aborto. Para muchos, los no nacidos no son miembros de la raza humana, y a ellos sí se les puede poner la rodilla en el cuello –como se hizo con Floyd– hasta asfixiarlos. Esos niños no pueden gritar "no puedo respirar". Ante ese asesinato no sólo gritamos "black lives matter", sino también afirmamos "unborn lives matter". En el Cielo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen la misma importancia. En la Tierra todas las vidas humanas importan porque tienen la dignidad de ser imagen de la Santísima Trinidad.

¡Qué bello es creer en el Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad! Es el rasgo de Dios que más hemos de imitar para defender la vida y la dignidad no sólo de los de nuestra raza, sino la de aquellos que no piensan ni son como nosotros, así como también la de quienes vienen camino hacia la luz en el vientre de sus madres, y que están llamados a entrar en comunión con el Dios trinitario.

viernes, 5 de junio de 2020

Resulta que ahora soy un sangrón


Resulta que ahora soy un pesado, y nunca me lo advirtieron. Ni mis papás, ni mis maestros de religión en la escuela, ni mis catequistas cuando me enseñaron los primeros pasos de la vida cristiana me dijeron que seguir a Jesús te haría un sangrón, un pesado, un odioso. ¿En qué me metieron? Hoy que soy cristiano por libre decisión y por amor al Señor me doy cuenta de que estoy en un lío con mucha gente.

Cuando digo algo en Facebook sobre algún tema de moral sexual, llámese feminismo, aborto o ideología de género, gente comienza a protestar y me llaman homofóbico y propagador de mensajes de odio. Les gusta solamente que mis mensajes les acaricien los oídos, pero cuando expongo la doctrina de Cristo y de la Iglesia sobre algo que tiene que ver con su vida y que no están dispuestos a cambiar, entonces arde Troya y me vuelvo mala sombra, un odioso y un pesado.

San Pablo cuando estuvo en la cárcel después de sufrir persecuciones, escribió a Timoteo (2Tim 3,10-17) y le dijo que ahora él la estaba pasando mal era por su fidelidad a Cristo, y concluyó que "todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido". Fue una advertencia que ya había hecho el mismo Señor cuando le dijo a Pedro: "desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna" (Mc 10,30).

Será mejor que los papás y los catequistas, cuando enseñen a los niños el catecismo, les adviertan que seguir a Jesús les traerá persecuciones. Será mejor que no les oculten la realidad como me la ocultaron a mí. No sea que años después, cuando quieran vivir coherentemente su vida cristiana se den cuenta de que también se han convertido en unos antipáticos, en unos impopulares y que, por sus ideas contrarias a la mentalidad mundana, les caigan a muchos como patada de mula.

lunes, 1 de junio de 2020

La escalera


Dejamos la Cuaresma y el tiempo de Pascua. Regresamos al tiempo Ordinario. Esto quiere decir que iremos contemplando la vida de Jesucristo con un orden, con una secuencia. Haremos el recorrido como la Tierra da vueltas al sol. Así nosotros iremos girando en torno al misterio de Cristo con un orden: primero el evangelio de Marcos, luego Mateo y finalmente Lucas.

San Pedro en su segunda carta nos invita a crecer. Así como muchas personas en el mundo se afanan por crecer en educación, en puestos de trabajo, en dinero, fama, poder y placer, así los cristianos estamos llamados a crecer en el conocimiento y en el amor a Jesús. Tampoco nosotros queremos quedarnos atrás en el camino de la santidad. San Pedro nos presenta una escalera por la que hemos de ascender: "poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor". (2Pe 1, 7)

Hoy me pregunto si tengo hambre de crecer en la escucha de la Palabra de Dios, si deseo profundizar en conocimientos sobre Dios y sus cosas, si quiero abandonar algunos peldaños del pasado en los que tuve pactos con el mal, si deseo orar un poco más y mejor o tener alguna virtud que no he cultivado. Subamos por esa escalera con la alegría de que estaremos acumulando esos tesoros que no se oxidan y que nunca mueren.

Practicar yoga

Pregunta : La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema. Respuesta : P...