jueves, 17 de diciembre de 2015

Visita papal, con fe o sin fe

Varias veces al día recibo mensajes por Whatsapp o Facebook de personas que me solicitan pases de entrada a la misa que el papa Francisco celebrará en Ciudad Juárez. Amistades que estaban congeladas por el paso del tiempo de pronto me llaman por teléfono y en un minuto se descongelan –como en horno de microondas– con la intención de obtener de mí un pase para entrar a la misa del papa. Incluso hay quien me ofreció un ‘jugoso’ donativo a cambio de sus pases.

Yo les respondo simplemente que los pases serán repartidos en las parroquias y que tendrán prioridad los servidores de nuestras comunidades, y que venderlos o canjearlos por donativos es incurrir en un pecado que se llama simonía (compra venta de lo espiritual con bienes materiales). Los apunto en mi lista y les digo que rueguen al Señor de la Misericordia, al Dios de todo consuelo, que los pases alcancen para todos.

¿Qué se esconde detrás del deseo de ver al papa? ¿Qué es lo que moverá a muchos a desplazarse desde otros puntos geográficos de México y Estados Unidos para vitorear al sucesor de san Pedro y escuchar atentamente su palabra? No hay otra respuesta sino sólo la fe. Los católicos y muchos cristianos creemos que Francisco ha sido el hombre puesto por Jesucristo para estar al frente de la barca de la Iglesia. Lejos estamos de ver en el papa a una estrella del rock o a una especie de faraón egipcio al que hay que rendirle pleitesía. El papado es una institución divina, y no importa si quien ocupa la sede de Pedro es italiano, argentino o japonés; lo importante es que se trata de aquel que representa a Cristo en la tierra.

Me atrevo a decir que todas esas personas que quieren ver al papa y estar cerca de él son hombres, mujeres o niños con un corazón muy abierto, capaces de descubrir en el Santo Padre la presencia de Jesús. La mayoría son personas receptivas para el encuentro con Dios, dispuestas a encontrarse con el Amor y a dejarse transformar por él, como aquellos griegos que le dijeron a Felipe “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). En su encíclica Lumen Fidei decía el mismo Francisco: “Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos”.

Hay personas que no pueden ver en el papa algo más que la figura de un líder espiritual. La visión de la fe católica sobre el papa es incomprensible para el mundo laicista, para los cristianos protestantes y para quienes profesan religiones no cristianas. En los periódicos, sobre todo, previo a la visita papal, están publicándose artículos que hablan del papa argentino como figura política y de la Iglesia como una gran organización humanitaria, impregnada de un ambiente de politiquería. Esta visión deforme no capta el sentido profundo que tiene la visita del pontífice en nuestra ciudad, y aún menos permite participar de la alegría espiritual que supone la presencia de Francisco entre nosotros.

El católico iluminado por la fe descubre su identidad más honda, no en una credencial de elector o en un pasaporte internacional, sino en su bautismo. Enseña Francisco en Lumen Fidei que “los creyentes forman un solo Cuerpo en Cristo… Y como Cristo abraza en sí a todos los creyentes, que forman su cuerpo, el cristiano se comprende a sí mismo dentro de ese cuerpo, en relación originaria con Cristo y con los hermanos en la fe” (LF 22).

Aquellos que se entusiasman por la visita del Santo Padre a México y buscan afanosamente su boleto para la misa papal saben que Cristo es la roca de la fe, pero que Francisco es el sucesor de aquel a quien el Señor dejó como la roca visible de la unidad de su Iglesia: “Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro”, es decir, roca (Jn 1,42). Por eso anhelan asistir a esa misa, no sólo para ver y escuchar al sucesor del pescador de Galilea, sino para hacer su profesión de fe y decir “Creo”.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Efectos espirituales de la visita papal

Ayer el mismo papa Francisco anunció su viaje a México, y nuestro obispo José Guadalupe hizo oficial la visita del Santo Padre a Ciudad Juárez. ¡Qué alegría más grande! A la mayoría de los juarenses el corazón se nos llena de júbilo por esta visita del pastor universal de la Iglesia Católica. Vienen bendiciones por todos lados. Veamos algunas en el orden del espíritu.

El Santo Padre viene a México en un contexto en que los mexicanos pasamos por una severa crisis espiritual y moral. Como una señal de esa crisis, recordemos que hace unos meses algunos obispos y un cardenal hicieron un exorcismo al país en la catedral de San Luis Potosí. Saben los obispos que las cosas en México son muy preocupantes. Vivimos en medio de una alarmante corrupción que es como un cáncer que todo lo va destruyendo y que impide avanzar hacia una verdadera justicia y paz social. Millones de personas viven en la extrema pobreza y existe una pérdida de respeto a la vida y a la dignidad del ser humano. La vida familiar se ha degradado progresivamente y se quiere construir una civilización en donde al bien se le llame mal y, al mal, bien.

En ese contexto de grave crisis espiritual en el país viene el papa Francisco en calidad de misionero de justicia y de paz. Viene, como sucesor de san Pedro, a confirmarnos en la fe católica, a despertar nuestra esperanza sobrenatural y a avivar nuestra caridad. Su llegada será anuncio del Dios misericordioso, del Dios que se compadece de las miserias de los hombres para acercarlos a su amor y hacerles ver que sus vidas son valiosas e importantes para Él. Viene a anunciarnos que existe una nueva manera de vivir en donde el desarrollo del hombre, creado a imagen de Dios, en todas sus dimensiones, es el que debe estar en el centro de la vida social. Vendrá a darnos luces que nos alumbren para superar la gravedad de las crisis de nuestros tiempos y para exorcizar los demonios que nos invaden.

En México el papa Francisco traerá un enorme consuelo de parte de Dios para los indígenas, para los pobres. Y en Ciudad Juárez hará cercana la misericordia de Dios para los migrantes y los familiares de las víctimas de la violencia. En años pasados miles de familias quedaron sin padre o perdieron un hijo; niños quedaron huérfanos y todos lloramos un día a algún familiar, amigo o conocido que murió asesinado. Francisco será un signo muy elocuente de la presencia de Dios que ha venido a consolar a su pueblo. “Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén. Al ver esto, se llenarán de gozo y sus huesos florecerán como la hierba” (Is 66, 13-14).

Nos equivocamos quienes pensamos que el papa solamente vendrá para consolar a su pueblo. El papa viene a motivar a la acción, personal y social. Francisco vive una espiritualidad que parte del encuentro con Jesucristo para hacerse vida y compromiso con las miserias de la humanidad. Es el papa de la misericordia y de las periferias existenciales. Nos señala caminos por los que nos cuesta viajar. Vendrá a invitarnos a ser portadores de la misericordia de Dios para los demás. ¿Estamos dispuestos a dejarnos interpelar por él y convertirnos en verdaderos cristianos comprometidos con el bien de su ciudad y de su país? Si así lo pensamos, entonces la visita papal a México y a Ciudad Juárez no se limitará a bellos sentimientos, sino que tendrá efectos maravillosos de compromiso y así los frutos permanecerán a través del tiempo, y para la vida eterna.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Orgullo juarense

A propósito de este 8 de diciembre en que Ciudad Juárez celebra su aniversario de fundación, en los últimos meses los juarenses hemos sentido que Dios derrama sus bendiciones desde el cielo sobre nuestra ciudad. Los años duros de la violencia callejera quedaron atrás y hemos podido retomar las calles y lugares públicos. Apareció en la cancha del estadio Benito Juárez el equipo de futbol ‘Bravos’, quienes en su primera temporada se subieron a los cuernos de la luna de la liga de ascenso, despertando y alegrando la afición futbolera en la frontera.

Diversas campañas se realizan para hacernos sentir que ser de Ciudad Juárez es un orgullo y que nuestra ciudad, tan humillada en el pasado, ahora se está poniendo de pie con récords de pleno empleo y de franca recuperación económica. Las remodelaciones al centro histórico son un indicador de que se quiere dignificar la ciudad embelleciéndola, para consolidar nuestra identidad de juarenses. La Fiesta Juárez este año superó el medio millón de visitantes y, para rematar, se ve muy probable que el avión de Alitalia aterrice en el aeropuerto Abraham González trayendo al papa Francisco a nuestra desértica tierra. ¿Qué más bendición podemos pedir?

No me cabe la menor duda de que los ojos de Dios están mirando amorosamente a nuestra ciudad y que su mano se levanta para bendecirnos. Sin embargo la euforia y la embriaguez nunca han sido las actitudes del hombre sabio y prudente. San Ignacio de Loyola –tan experto en discernir los espíritus– aconsejaba buscar la moderación, el justo medio, y enseñaba que la vida atraviesa por momentos de consolación y otros de desolación. Decía que en esas etapas de desolación es conveniente recordar los consuelos recibidos de Dios en el pasado para alegrarnos por ellos y no dejarnos abatir. Y que en los períodos de consolación hemos de hacer memoria de nuestras penas para no caer en arrebatos y delirios que nos hagan perder el piso.

Recuerdo a un viejo conocido que triunfó en los negocios a punta de picar piedra y sudar copiosamente. Conoció la pobreza al grado de no tener zapatos para ir a la escuela. De ser un don nadie llegó, con sus habilidades, a escalar por la hiedra social hasta ser un hombre envidiado por sus compañeros y familiares. Se procuró una casa grande y bonita en uno de los mejores fraccionamientos de la ciudad, pero la fortuna y el poder lo marearon. Olvidó sus raíces, aquellas penurias por las que pasó su familia y se llenó se orgullo. Poco a poco el desenfreno empezó a apoderarse de su alma, cambió a su esposa por otras amantes que terminaron por sacarle los ojos, cuales pérfidas Dalilas al incauto Sansón. Y después de perder a su familia se precipitó nuevamente en aquella pobreza de la que salió y de la que se había avergonzado.

Celebremos los éxitos y las bendiciones que se han derramado hoy sobre nuestra ciudad, con un corazón agradecido a Dios y con sapiente moderación. Recordemos que mientras haya matrimonios que se rompen, familias desunidas, pobreza extrema, abuso infantil, desapariciones, migrantes, violencia dentro de los muros domésticos, drogadicción, narcotráfico, alcoholismo y corrupción –y mira que todo eso sigue presente en Ciudad Juárez– no podemos sentirnos tranquilos. Al contrario, los dones que vienen del Señor son siempre nuevas responsabilidades para seguir trabajando en vistas a crear una ciudad digna para todos. Felicidades a todos los juarenses –nativos y adoptivos– en el 356 aniversario de nuestra ciudad. La Virgen de Guadalupe, patrona de estas tierras, interceda por nuestra casa común, sus familias, su gobierno y la Iglesia.

El catolicismo y la carne

El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escan...