sábado, 30 de junio de 2018

Superstición, fe y milagros

La superstición está muy presente en nuestra cultura. A una crisis de salud o a un descalabro económico, muchas personas acuden a curanderos buscando el remedio de sus males. Hay lugares famosos, como el mercado de Sonora en la Ciudad de México, donde se ofrece magia china, macumba del Brasil o ritos caribeños de palo mayombe. Aquí en Ciudad Juárez la gente no es tan sofisticada; en la zona del centro histórico se ofrece sólo lectura de cartas y limpias con hierbas o huevo. Buscando un poco más, también se puede encontrar santería.

Se pudiera creer que de los estratos sociales más pobres y con menos educación es donde está la clientela más recurrente de los curanderos, pero no es así. Personas de niveles medio y alto acuden con frecuencia a los magos y chamanes en búsqueda de poderes mágicos, sólo que deben desembolsar más dinero. Las personas que se involucran en estas prácticas esotéricas se aferran a cualquier cosa que le dé esperanza. El pecado es desconfiar de Dios y manipular fuerzas oscuras -demonios- para conseguir los fines deseados.

Veamos lo que sucede en la Iglesia, entre católicos practicantes. Las misas de sanación se han puesto de moda. Ahí donde éstas se anuncian, llegan los fieles y abarrotan los templos. Hay personas que acuden esperando que el sacerdote celebrante ejerza poderes taumatúrgicos para realizar algún milagro. Sin embargo hay que aclarar que el término ‘misas de sanación’ no es correcto. Lo adecuado son las misas para enfermos. En ellas se hacen oraciones litúrgicas propias de petición por quienes padecen males físicos.

En la Catedral celebramos una misa cada primer día del mes llamada ‘de la Divina Providencia’ para encomendarnos a la asistencia del buen Dios durante el mes que inicia. En dicha Eucaristía bendecimos agua, sal, velas y otros objetos religiosos. Es importante que los fieles utilicen en sus casas estos objetos sacramentales con espíritu de oración; de otra manera se tiene el riesgo de darles un uso mágico, como si los objetos, por ellos mismos, tuvieran propiedades curativas. Es Jesucristo, que se vale también de la materia para sanar a las personas -como cuando tomaba barro de la tierra y lo ponía en los ojos de los ciegos (Jn 9,6)-. Así que cualquier objeto bendecido, para evitar el pecado de superstición, debe utilizarse con fe y oración.

Además en las misas de la Divina Providencia de Catedral oramos durante la oración de los fieles por los enfermos y por quienes tienen alguna opresión del demonio. Es una súplica a Dios, a quien dejamos actuar libremente para que Él decida cuándo y cómo ocurrirá el favor que le pedimos. Quizá el Señor no cumpla nuestra petición, porque Él sabe mejor que nosotros lo que conviene para nuestra salvación. Dejemos a Dios ser Dios. Si alguna vez hice largas oraciones espontáneas con imposición de manos durante esas misas, hace mucho tiempo que ya no lo hago. He comprendido que lo importante no es orar con muchas palabras, sino ayudar a los fieles a tener un encuentro con Jesús, y que a la Eucaristía no podemos agregar elementos a nuestro gusto.

Cuando Jesucristo cura a una persona -hoy el Evangelio lo presenta curando a una mujer que padecía una hemorragia-, hemos de entender que el fin de estos prodigios no son las curaciones en sí mismas. La grandeza de una curación de cáncer, por ejemplo, no está en la desaparición de células cancerígenas o de tumores malignos. Lo maravilloso de estos milagros, que hoy siguen ocurriendo, es lo que significan y prometen. En primer lugar quieren decir que nuestras vidas son inmensamente amadas por Dios; estamos en sus manos y nuestro destino únicamente depende de Él.

Hay personas que, luego de encomendarse a Dios, ven en su cuerpo notables mejorías o tienen la curación total, pero pasan algunos años, vuelve la enfermedad y la persona muere. ¿Significa esto que Dios la abandonó y se olvidó del milagro realizado? Absolutamente no. Si Jesús decide un día curar a una persona, no significa que la libra para siempre de futuras enfermedades, ni de la vejez ni de la muerte. ¿Qué sentido tiene que Dios realice un milagro cuando, tarde o temprano, la persona deberá morir? La función del milagro es afirmarnos en la gran promesa de Dios al anunciar que un día no habrá muerte, ni llanto, ni dolor. Con el milagro Dios nos abre un puente hacia la vida eterna.

Particularmente me alegro cuando alguna persona me comparte que se curó de alguna enfermedad gracias a que participó en una misa para enfermos, o cuando algún matrimonio, que era estéril, me anuncia que ya están esperando un bebé y me piden el Bautismo, luego de que se hizo oración por ellos. Mi corazón se llena de alegría al ver en estos hechos a la muerte derrotada, y al vislumbrar los esplendores del siglo futuro. Creamos en las promesas de Dios y cultivemos nuestra fe -“Tu fe te ha salvado”, dijo muchas veces Jesús-, porque sólo quienes la tienen pueden llegar al otro lado del mar de la historia, donde se encuentra aquello que el ojo no vio, ni el oído oyó.

domingo, 24 de junio de 2018

Políticos virtuosos... o viciosos

El próximo domingo iremos a las urnas para elegir al presidente de México, a nuestro alcalde y a los diputados federales. A unos días de tal acontecimiento, en la Iglesia aparece, como una antorcha esplendente, la figura gigante de san Juan el Bautista. El precursor del Mesías, como le llaman, ilumina este momento decisivo de la historia de México y nos invita a orar por nuestros próximos gobernantes, y a elegirlos bien.

El hijo de Zacarías e Isabel no fue un político sino un líder espiritual. Sin embargo sus virtudes de liderazgo ilustran a todo candidato que aspire a sentarse en la silla presidencial o a ocupar un curul en la Cámara. “Yo envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí”, decía Malaquías el profeta. Si Juan tuvo la tarea de aparejar el camino Jesucristo, varón perfecto, todo servidor público debe aparejar a todos el camino, para que todos los ciudadanos tengan una vida más digna y se desarrollen hacia su perfeccionamiento.

Juan el Bautista tenía muy claro el principio y el fin de la vida. Desde antes de nacer quedó lleno del Espíritu Santo. Sabía que su vida tenía origen en Dios y a Dios se dirigía. Por eso señaló al Cordero de Dios como el que quita los pecados del mundo, y el término de la vida humana. Muchos de nuestros políticos son ateos o no tienen ninguna práctica religiosa. Me pregunto, ¿hacia dónde nos quieren llevar? Piensan que sólo dando trabajo y comida al pueblo los hombres somos felices, como si fuéramos cochinitos que hay que cebar. Se les olvida que la vida tiene una dimensión más profunda, que es intelectual, moral y espiritual. Sin ningún poder superior al que deban rendir cuentas, vemos a muchos de ellos proponer el aborto, pretender destruir a la familia natural y perseguir a la religión. Los católicos no debemos votar por ellos.

Por muchas razones nos duelen las circunstancias en que vivimos en México y en Ciudad Juárez, pero más hiere que las personas que toman el gobierno del barco no estén a la altura moral de lo que nuestras ciudades y el país necesitan. Los escándalos de corrupción de grandes figuras políticas como algunos gobernadores, alcaldes y funcionarios, descubrieron que los que se decían servidores del pueblo resultaron ser ignominia y vergüenza para sus pueblos.

Es en el seno de las familias cristianas donde se forman los grandes hombres de bien. Los hogares pueden ser escuela de virtudes o fábrica de delincuentes. Juan el Bautista fue formado en la más exquisita caridad, en austeridad de vida, en la forja de virtudes morales y en la santidad interior. Aprendió a vivir y a morir por la verdad cuando denunció la conducta inmoral de Herodes Antipas. Las virtudes de Juan son escasas en la mayoría de nuestros servidores públicos. Sin embargo, cuando se cultivan desde el seno familiar, el mundo puede llegar a conocer personajes de la vida política de enorme talla como santo Tomás Moro, Alcide Gasperi, Alberto Marvelli, Giorgio La Pira, Robert Schuman y Konrad Adenauer, entre otros. Si no todos están en proceso de canonización, fueron grandes católicos.

Juan tuvo la humildad y la sabiduría de sentirse sólo un instrumento para servir al Mesías. No quiso atraer para él las miradas de los hombres, sino que se preocupó únicamente de que toda la atención fuera para Jesús. Sabemos que el Estado no es confesional; sin embargo cuando la política se utiliza sólo para promoverse a sí mismo, se comete un error grande y dañoso para él y para los demás. Con la obsesión de hacerse de fama, prestigio, y muchas veces dinero, se instrumentalizan las tareas que deben estar dirigidas a la comunidad política. El buen político debe ser humilde al grado de desear y trabajar por un bien superior a él mismo: el bien de la ciudad, a semejanza del Bautista que decía “que Él crezca y yo disminuya”.

Los antiguos griegos no andaban tan errados al buscar que sus políticos tuvieran cuatro virtudes: primero, que buscaran el bien de sus padres, es decir, que fueran hombres de familia. Segundo, que fueran hombres valientes en las batallas, es decir, que tuvieran carácter ante sus enemigos. La tercera era el dominio sobre sus impulsos sexuales, ya que para poder gobernar a la ciudad, primero debían gobernarse a sí mismos. Y cuarto, que no fueran derrochadores de sus fortunas personales, que su dinero fuera de buena procedencia. ¿Nos fijamos hoy en estas características de nuestros líderes políticos?

Mientras nos preparamos para ir a votar el próximo domingo, pedimos en oración a san Juan Bautista que conceda a los candidatos y a todos los políticos la gracia del servicio generoso entregado al bien común, libre de intereses mezquinos; pedimos para ellos la gracia de la humildad y que el Espíritu de sabiduría que viene de lo Alto, los dirija en la toma de sus decisiones. Y que de entre nuestras familias surjan líderes que sean orgullo de nuestro pueblo, nunca vergüenza de nuestra raza.

jueves, 14 de junio de 2018

El mejor de regalo de un padre a su hijo

A propósito del día del padre que este domingo celebra la sociedad civil, en mi camino sacerdotal he podido observar cómo algunos padres de familia -me refiero a los varones-, le dan una muy enorme lección de vida a sus hijos. Son hombres que viven en permanente espíritu de sacrificio, dando todo por sus familias y por sus parroquias. Participan de la misa dominical con su mujer y sus niños y, al mismo tiempo, buscan involucrarse en algún servicio de atención a los pobres, a los enfermos, en la evangelización o sirven como lectores o ministros extraordinarios de la Comunión. De ellos sus hijos aprenden una valiosa cátedra: a la vida se viene para amar a Dios con el alma entera, y que a este mundo no nacimos para ser servidos, sino para dar la vida por los demás. Dichosos los hijos que reciben este ejemplo de su papá.

Tuve la fortuna de ver siempre en mis padres una relación de alianza, entre ellos y con Dios. Aunque la cultura hoy nos dice que varón y mujer somos iguales, yo siempre aprendí lo contrario. Mi padre y mi madre nunca fueron iguales, ni física, ni psicológica, ni emocional ni espiritualmente. La misma dignidad y derechos siempre los han tenido, pero son personas complementarias. Sus diferencias me hicieron entender que el varón y la mujer resultan incomprensibles uno sin el otro. Con su ejemplo de unidad y sacrificio por llevar adelante su matrimonio tengo siempre claro que en el origen de mi vida existe una alianza sagrada, y que la vida tiene sentido cuando vivimos en relaciones de alianza.

No hace mucho tiempo, en un programa de televisión apareció una pareja que llegaba en su coche a una tienda con servicio de compras por ventanilla. Ordenaron su boda por el escaparate y sentados en el asiento del coche celebraron su matrimonio; después de hacer el pago correspondiente, les fue entregada una botella de champán junto con su certificado nupcial. Esta escena nos enseña lo patético y trivial en que hemos convertido hoy la alianza santa del matrimonio. Así han llegado a veces a la parroquia jovencitos que piden el sacramento del matrimonio teniendo tres o cuatro meses de noviazgo. A esos los regresamos a que maduren su amor, porque la alianza del matrimonio es sólo para quienes tienen una hombría madura.

Hace tiempo mi amigo José Luis Gabilondo me contaba que una de las experiencias que lo marcaron más en su vida fue ver nacer a su primer hijo. Cuando lo tuvo en sus brazos, José Luis lo recibió temblando de emoción y comenzó a llorar como un niño. Profundamente enternecido, sintió que aquella vida inocente era carne de su carne y hueso de sus huesos. Sintió que ese nuevo ser humano, que él había ayudado a engendrar, era totalmente dependiente de él y de su esposa. Desde ese día en adelante habría de vivir para prodigarle todo su amor incondicional. Por primera vez en su vida, mi amigo experimentó lo que debe sentir Dios por sus hijos, y se sintió infinitamente amado por el Padre celestial, mucho más de lo que él amaba a su recién nacido.

Muchos padres varones han tenido los mismos sentimientos que José Luis cuando vieron nacer a sus hijos. Supieron que, desde ese momento, se abría una etapa nueva para sus vidas, y que desde el fondo de su ser nacía una relación de alianza con sus hijos. Firmaban un pacto con Dios que los llamaba a entregarse totalmente a sus pequeños, con espíritu de abnegación y sacrificio. Dios los invitaba a morir a ellos mismos y a estar dispuestos a sufrir por sus hijos para darles amor y educación. Así son las relaciones de alianza.

Me decía un amigo que él entendía que para mí, por ser sacerdote, era muy fácil amar a Dios primero que a todo lo demás. Sin embargo para él, que tenía su esposa y sus hijos, la prioridad eran ellos, y después Dios. Pasó el tiempo y mi amigo tuvo una relación de adulterio. Su esposa se enteró y tuvieron grandes dificultades para superar la tormenta matrimonial que se desató. Esta experiencia sirvió a mi amigo para entender que sin el amor a Dios como el más importante de la vida, es imposible ser buen marido y buen padre. Y que solamente si tenemos el amor de Dios grabado en el corazón podremos superar muchas tentaciones y estar en mejores condiciones para entregarnos a nuestras familias.

Este domingo en que celebramos a los padres, pidamos a Dios, de quien proviene toda paternidad, que haya más hombres dispuestos a vivir en relaciones fuertes de alianza con Dios, con su esposa y con sus hijos. Sólo en las relaciones de fidelidad a estas alianzas el hombre encuentra la unidad interior y el camino de su felicidad.

miércoles, 6 de junio de 2018

Los pecados del diablo contra el Espíritu Santo

San Juan Crisóstomo decía a los cristianos de Antioquía: “No es para mí ningún placer hablarles del diablo, pero la doctrina que este tema me sugiere que será para ustedes muy útil”. La Palabra divina habla de un misterioso duelo que marca la historia y que deberá continuar hasta el final del tiempo. Dios tiene un enemigo simbolizado por la serpiente, y el escenario de este combate es el alma humana. Desde el primer pecado, Satanás puso sobre la humanidad el primer eslabón de una cadena que dura hasta nuestros días. Desde entonces trata de destruir la obra del Espíritu de Dios en los corazones de los hombres. Si el Espíritu derrama en el alma humana su Inteligencia, Ciencia, Sabiduría, Consejo, Piedad, Fortaleza y santo Temor de Dios, el Tentador hará lo posible por sembrar lo contrario.

El Espíritu Santo derrama su don de Inteligencia cuando aceptamos las verdades reveladas por Dios, y así conocemos sus pensamientos, los secretos del mundo y la intimidad con el Señor. Puede ser que en la misma Iglesia perdamos este don por confusión del demonio, como me parece el caso de muchos obispos alemanes que, por querer iglesias más abiertas y modernas, se enredan en polémicas como la más reciente: dar la Comunión a los protestantes casados con católicos. Gracias a Dios la Congregación para la Doctrina de la Fe prohibió esta iniciativa.

La Ciencia, como don del Espíritu, es la capacidad que tenemos para interpretar las huellas de Dios en el mundo. Desde la contemplación de un amanecer hasta la observación de los astros, todo se vuelve señal que nos conduce hacia Dios. El Engañador intenta hacernos creer que el hombre es un animal como los demás, sin origen divino y sin fin sobrenatural, y que todo lo que existe tiene su explicación solamente en las ciencias humanas. En nuestro paso por las aulas escolares recordamos a algunos profesores que atacaban la fe religiosa y proclamaban su ateísmo.

La Sabiduría es la luz que viene de Dios para nuestras vidas para entender su proyecto. Es el gusto por las cosas de Dios y de su Palabra. El enemigo intenta destruir ese gusto y, en cambio, hacernos gustar de la falsa sabiduría que viene de las ideologías, como el feminismo de género, el comunismo, el ecologismo radical y otras más, para empujarnos a vivir una vida degradante, llena de pulsaciones desequilibradas y con tintes anárquicos. Cuando quitamos a Dios de en medio, nuestras soluciones humanas terminan por fracasar.

Con mucha frecuencia debemos tomar decisiones, a veces en asuntos importantes. El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda a través del don del Consejo, porque en cada decisión vemos comprometida nuestra santidad. Se trata de un instinto divino para acertar en lo que más conviene para gloria de Dios. El diablo quiere destruir en nosotros el Consejo poniéndonos atractivos que desequilibran la vida, y así nos volvemos personas carentes de juicio, errantes casi siempre en las decisiones, en detrimento de la propia vida y de las personas que nos rodean.

Por el don de la Piedad tratamos a Dios con el cariño de los hijos, y también a los demás como hermanos de la misma familia. El Espíritu suscita en nosotros la alabanza y la adoración. Sin embargo el enemigo llega a persuadir que la oración es imposible e inútil, que la religión es opio del pueblo o simple neurosis. Hace odiosa la piedad y presenta a Dios como extraño, incluso como un enemigo. Son ilustrativas las manifestaciones de grupos de mujeres radicales como Femen, que desnudándose, llegan a profanar templos y catedrales.

Si dejamos al Espíritu tomar posesión de nuestra vida, nuestra seguridad crece sin límites. Nos hace capaces de superar los obstáculos en el camino hacia Dios, aunque sintamos a veces temores y cansancios. Quien tiene el don de la Fortaleza supera sus miedos gracias al amor. Sin embargo el Tentador nos hace débiles y pusilánimes. Nos pone una mordaza ante las opiniones del mundo que son contrarias a la fe cristiana, y nos dejamos llevar por lo políticamente correcto, con temor de ir contracorriente de la mayoría. Hoy quienes se atreven a defender el matrimonio natural son considerados mochos y son perseguidos.

El santo Temor de Dios, último don del Espíritu, es el que por amor no desea ofender a Dios. Se manifiesta en un sentido profundo de lo sagrado, en un gozo muy grande por la bondad del Padre. Al mismo tiempo nos inspira un fuerte horror al pecado y un arrepentimiento vivo cuando se comete. Satanás ataca este don inspirando el libertinaje en cualquiera de sus formas en una cultura permisiva. La educación sexual escolar que hoy se imparte y que atenta contra la naturaleza humana es, sin duda, obra del Destructor.

Es tiempo de vigilancia y decisión. La diferencia entre los hombres que vivieron antes de Cristo y nosotros, es que aquellos no tenían las suficientes armas para salir victoriosos; en cambio los cristianos no sólo podemos vencer al Tentador, sino extra-vencerlo, tomando la propia Cruz y siguiendo a Jesús. Nos alienta que el mismo libro del Génesis señala que este prolongado conflicto terminará con la victoria del género humano ayudado por la gracia de Dios.

Que la Eucaristía de este domingo repare nuestras heridas de la batalla cotidiana, y que alimente nuestra fe y nuestra valentía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? (Sal 27/26,1)

El catolicismo y la carne

El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escan...