jueves, 16 de mayo de 2024

Misterio del cuerpo


Las parejas casadas viven una vida sexual más plena y feliz que las personas solteras. Así lo indica un artículo de Michael Castleman en la revista Psychology Today. El autor cita varios estudios que algunas universidades de Estados Unidos han realizado sobre el tema. Otras investigaciones publicadas por Olga Khazan en la revista "The Atlantic" afirman que las personas que solamente tuvieron sexo con sus cónyuges tienen más probabilidades de tener un matrimonio "muy feliz".

En cambio las probabilidades más bajas de felicidad conyugal son para quienes han tenido más parejas sexuales antes de casarse. Es decir, mientras mayor es la promiscuidad prematrimonial mayores son los fracasos; y mientras las parejas llegan vírgenes al matrimonio, mayor es su dicha conyugal. Hay excepciones, por supuesto, pero la tendencia es generalizada, lo que no significa que quienes mantuvieron vida íntima durante su noviazgo no puedan tener una vida sexual satisfactoria en el matrimonio.

¿Por qué hay más satisfacción en el sexo reservado hasta el matrimonio? La razón es porque durante los años de noviazgo las parejas se dedicaron a conocer quién era realmente la otra persona. Su tiempo lo invirtieron en conocerse más el alma que el cuerpo, y por eso, cuando decidieron casarse, tomaron una buena decisión. En el sexo matrimonial nada hay qué temer: ni los embarazos inesperados, ni las enfermedades de transmisión sexual, ni el temor de ser abandonado por el cónyuge. Por el contrario, quienes mantienen vida sexual en el noviazgo tienen todos estos temores.

Los novios que guardan su castidad hasta el matrimonio comprenden mejor el significado del sexo; saben que la actividad sexual exige un alto grado de compromiso de ambas personas. Además logran crecer mucho en el dominio de sus pasiones, y por eso desarrollan más confianza con la otra persona. A un cónyuge así, es mucho más fácil entregarse. Luego los novios que esperan hasta el matrimonio, una vez casados, aprenden a tener sexo uno con el otro. No hay alguien más con quien compararse.

Hay personas que hacen mofa de estas ideas porque les parecen propias de una Iglesia de décadas atrás. Sin embargo la sexualidad encierra un misterio al que actualmente pocos tienen acceso. La palabra "misterio" no indica un rompecabezas difícil de resolver. Indica, más bien, el secreto de Dios desde la eternidad y que ha sido revelado a la humanidad a través de la Encarnación de Cristo Jesús y el envío del Espíritu Santo. ¿De qué secreto o misterio hablamos?

Ese secreto es que Dios no es un juez tirano e implacable, no es un Dios impersonal y sin rostro; tampoco Dios es un anciano que vive sentado solo en su trono en alguna región del cosmos. Ese secreto revelado es que Dios es amor, y que vive, infinita y eternamente, en un intercambio de amor en la comunión de tres Personas divinas. Y lo más increíble es que ese secreto lo ha revelado para introducirnos en su amor divino, para que aprendamos a amar como Él nos ama.

El misterio lo llevamos inscrito en nuestros cuerpos sexuados de hombre y mujer, llamados a ser "una sola carne": "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne" (Gen 2,24). Solamente el sexo vivido dentro del sacramento del matrimonio, y abierto a la posibilidad de la vida, es el que introduce a los esposos en este "gran Misterio" del amor Trinitario. Fuera del sacramento, la unión sexual carece de la gracia divina.

Volviendo al inicio, las parejas con menos promiscuidad prematrimonial, y quienes llegan vírgenes al matrimonio, tienen más posibilidades de felicidad en su hogar. La lógica es sencilla y profunda: los seres humanos llevamos el misterio de Dios inscrito en nuestra sexualidad de hombre y mujer, llamados a ser una sola carne y a amar al otro con el amor de Dios en nuestras almas. En ello se participa sólo por el sacramento del matrimonio. El sexo no es sólo una realidad biológica y emocional, sino teológica y espiritual.









jueves, 9 de mayo de 2024

Gloria del cuerpo y elecciones


Hace unos días pasaba por una tienda departamental donde mi padre trabajó cuando era joven. El edificio es el mismo y aún conserva su estilo arquitectónico de la primera mitad del siglo XX. Imaginé a mi papá que entraba y salía de aquel edificio; lo pensé caminando por esas calles con mi madre, como pareja de novios, luego como esposos. Mi padre ya no está con nosotros, y me quedé asombrado porque ahora soy yo –salido del cuerpo de mi padre y el de mi madre– quien camina por esos mismos lugares.

¡Qué misterio revela el cuerpo! San Juan Pablo II me ha hecho recuperar el asombro por la realidad de mi cuerpo y el de los demás. Él afirma que solamente el cuerpo humano es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. En su Teología del cuerpo enseña que nuestro cuerpo fue creado para traer a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad de Dios. Creado a imagen de Dios, el cuerpo es la creación más bella y significativa que Dios hizo en todo el universo.

En este día en que celebramos la Ascensión del Señor, valoramos nuestra corporeidad llamada a trascender las fronteras de este mundo para compartir la gloria de Jesús en el Cielo, donde Él está sentado a la derecha del Padre. Es increíble.

Por un momento podemos mirarnos cada uno en el espejo. La imagen que vemos no es un caparazón donde cada uno habita. No es sólo un cuerpo ni cualquier cuerpo. Eres tú. Soy yo. Tu cuerpo, mi cuerpo, hacen visible nuestras almas invisibles. No somos un alma en un cuerpo, sino que nuestros cuerpos somos nosotros mismos. Tu cuerpo y el mío son un signo que apunta a una realidad que trasciende el mundo. Son una señal del misterio de Dios. La Ascensión de Cristo nos lo recuerda.

Estas palabras, quizá, parezcan demasiado existenciales, pero es necesario que tomemos conciencia de la grandeza de nuestra realidad corpórea. Si no lo hacemos así, trataremos nuestro cuerpo con dejadez o con desprecio; y así también trataremos así el cuerpo de los demás.

La violencia, las drogas y el narcotráfico se han vuelto plagas que parecen ser irrefrenables. El tráfico humano y las migraciones masivas están triturando las vidas de miles de personas. El aborto, la miseria y el hambre; la eutanasia, los suicidios y la destrucción de la Familia; la ideología de género; el globalismo como proyecto político... son expresión de la mirada tan oscurecida que hoy tenemos sobre el cuerpo humano. Lo tratamos como cosa, como mercancía de compraventa o contenedor que se puede desechar. Nos hemos quedado ciegos para descubrir su dimensión espiritual y divina.

El cuerpo es tan digno y tan importante que lo que resulte de las elecciones del 2 de junio repercutirá para mejorar o para degradar las comunidades donde vivimos. En esas comunidades viven hoy nuestros cuerpos y los de los niños; y pronto estarán los cuerpos de los nietos y los bisnietos. Nuestros cuerpos desaparecerán y sólo nos llevaremos las buenas obras que hayamos hecho por dejar una mejor tierra para los demás. ¿Qué mundo les heredaremos?

No salir a votar el 2 de junio sólo por apatía es una falta de respeto al propio cuerpo y al cuerpo de la comunidad. Es no tomar en serio los intereses de Dios, que quiere la mejora de las condiciones para su pueblo. No votar es renunciar a un deber con el bien común y, por lo tanto, es un pecado de omisión grave que habría que expiar, avergonzados, en el confesionario. Por amor a nuestros cuerpos, que son signo de la presencia de Dios en el mundo, vayamos encarecidamente a votar el 2 de junio.





jueves, 2 de mayo de 2024

Iglesia: política sí, partidismos no

Se acercan las elecciones del 2 de junio, y algunos feligreses, con cierta curiosidad, nos preguntan a los sacerdotes por quién vamos a votar. Quizá habrá algunos párrocos que se atrevan a decir a sus parroquianos por quién hay que sufragar. Serán raros, desde luego, pero si así lo hacen, cometen un grave error.

La Iglesia Católica, en 1891, hace 133 años, con la publicación de la encíclica Rerum novarum por el papa León XIII, empezó a enseñar a sus hijos lo que hoy conocemos como la Doctrina Social de la Iglesia. El mundo había pasado de una economía agraria a una economía industrial, y los desequilibrios que trajo aquella revolución llevaron a la Iglesia a reflexionar sobre cómo el Evangelio tiene consecuencias en la gestión de los asuntos públicos.

Con el paso del tiempo la Doctrina Social de la Iglesia se ha ido ampliando, y cada uno de los papas, con diferentes reflexiones, han ido contribuyendo al desarrollo de esas enseñanzas sociales. Realidades como las migraciones, la educación, la familia, las turbulencias de la vida política, el trabajo, la economía, los derechos humanos, las redes sociales y la inteligencia artificial, entre otros, exigen discernimiento para todo católico.

Nadie debe de creer que la Iglesia hace mal en meterse en política, en el amplio sentido del término. El Evangelio tiene consecuencias en la vida social de una comunidad. Sin embargo la Iglesia no tiene ningún programa político ni se identifica con ningún partido o candidato. Cuando los políticos o los partidos quieren adueñarse de la Doctrina Social de la Iglesia, habrá siempre conflictos y las cosas acabarán mal. 

Esto por la razón de que los partidos políticos quieren llegar al poder venciendo a su adversario y para ello se sirven de eslóganes de la Doctrina Social de la Iglesia. Es decir, parten de un principio de división social –ganadores y perdedores–, y la Iglesia tiene que ver por el bien del conjunto de la sociedad, y no por el bien de una fuerza política específica. Cuando la Iglesia apoya a un candidato o partido, pagará dolorosas consecuencias.

Lo que la Iglesia enseña en materia social no es independiente del conjunto del mensaje cristiano, el cual tiene como último fin la gloria de Dios y la salvación de las almas. La Doctrina Social no puede quedar desconectada del llamado a la santidad de todo bautizado, y de una permanente llamada a la conversión.

La conversión del corazón no les gusta a los partidos políticos porque, mientras que éstos llaman a los ciudadanos a una adhesión incondicional e inamovible a los ideales partidistas y a sus programas, la Iglesia llama a una conversión permanente del corazón hacia Cristo, dejando a un lado aquello que no es compatible con el Evangelio. A muchos católicos esto les cuesta mucho, y prefieren ser leales a su partido, aunque tenga posturas contrarias al Evangelio, que ser leales a Cristo y a la Iglesia.

Cuando la Iglesia predica sobre asuntos sociales, su gran propósito no es únicamente que la sociedad esté mejor organizada con mejores sistemas de producción, de transporte, de asuntos migratorios, de ayuda a los ancianos y de mejores sistemas de salud. La Iglesia va más allá de lograr una sociedad lo más organizada posible, y pretende que Jesucristo establezca su reinado en los corazones de todos en la comunidad.

Un católico no puede refugiarse en una espiritualidad individualista, en una relación con Dios tan personal y mística que viva aislado de la realidad social. La Doctrina Social de la Iglesia no es un cuerpo de enseñanzas agregado artificialmente a la doctrina perenne de la Iglesia. Es parte integral del mensaje cristiano y por ello todo católico debe estar comprometido en participar en los asuntos de la vida pública, especialmente en las elecciones. Es un derecho y un deber grave.

El próximo 2 de junio votemos en conciencia por aquella opción política que creemos traerá las mejores condiciones para el bien común de nuestra patria.

Misterio del cuerpo

Las parejas casadas viven una vida sexual más plena y feliz que las personas solteras. Así lo indica un artículo de Michael Castleman en la ...