jueves, 28 de noviembre de 2019

Adviento: se hace tarde y anochece

"Se hace tarde y anochece" es el último libro del cardenal de Guinea Roberth Sarah, prefecto para la Congregación del Culto y la Disciplina de los Sacramentos. El libro es un grito del alma —así lo describe su autor— ante la crisis que vive la Iglesia, y cuyos frutos más amargos han sido los escándalos de pederastia de los últimos años por una parte del clero. En la introducción del libro el cardenal Sarah afirma, con un lenguaje directo, que en estos momentos históricos, la Iglesia está viviendo el misterio de Judas, es decir, el misterio de la traición.

Son palabras duras las del cardenal, pero reales. Ante ello no podemos permanecer pasivos. Hemos de ser conscientes de que sin una conversión personal desgarraremos el Cuerpo de Cristo. En este Adviento fomentemos el amor a la unidad que Jesús quiere para su Iglesia. Podríamos decir que la espiritualidad de la subida, de la peregrinación, es la propia de este tiempo de preparación para recibir al Señor. En su libro el cardenal Sarah propone un camino en cuatro itinerarios o momentos para no desanimarnos ante la crisis eclesial en la que nos encontramos. Así que podemos reflexionar sobre ellos y tratar de afianzarlos en nuestra vida durante el Adviento.

La oración. Si la Iglesia no recupera el espíritu de oración, va hacia su perdición. Mucho nos dedicamos a realizar proyectos pastorales y nos abalanzamos en el frenesí del activismo eclesial: retiros que predicar, homilías que preparar, juntas y reuniones para hacer muchas cosas en las parroquias y grupos. Pero si no recuperamos largos momentos de oración junto al Señor, para adorarlo silenciosamente, terminaremos por traicionarlo. Adviento es un tiempo para recuperar el amor a la oración y preparar el camino al Señor.

La verdad católica. En estos días los obispos alemanes se han aventurado a realizar un sínodo –el Sínodo de Alemania– que, según opiniones de algunos analistas, amenaza con la ruptura de la unidad católica. Una gran tentación de obispos, sacerdotes y laicos es adecuar el catolicismo al espíritu del mundo –el que Cristo condenó– y hacer una Iglesia liberal para estos tiempos. Adviento nos invita a afianzarnos en la verdad católica, sin miedo a la solidez de la enseñanza de la Iglesia sobre los temas más controvertidos, sabiendo que esta verdad, aunque a veces nos incomode, nos conduce hacia la plena libertad.

El amor al papa. "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia", dijo el Señor. Al pescador de Galilea Jesús le entregó las llaves del Reino de los Cielos, así que la figura de san Pedro, representada en el Santo Padre, es signo de unidad para toda la Iglesia. Donde está Pedro ahí está la Iglesia. Podremos simpatizar mejor con unos papas que con otros, pero ellos tienen una asistencia especial del Espíritu Santo para conducir a todo el rebaño hacia la Casa del Padre. En Adviento puedo rezar más por el papa, pero también puedo unirme más a mis sacerdotes, pidiéndoles la fe católica y la vida divina por los sacramentos.

La caridad fraterna. Nuestra Iglesia Católica es un bello mosaico de espiritualidades, carismas, movimientos. Pero a veces se levantan divisiones, incluso se pueden despertar fuertes resentimientos y hasta rencores entre diversas facciones de ese gran calidoscopio eclesial. Esto desfigura a la Iglesia. "Yo soy Cristo a quien tú persigues", dijo el Señor a Saulo, haciéndole ver que Él estaba vivo en sus miembros. El Adviento nos invita a mirarnos con benevolencia y a descubrir la riqueza que hay en unos y en otros. Recordemos que la subida hacia la Casa del Señor es siempre en comunidad, nunca en solitario.

Finalmente el cardenal Sarah nos invita, en la introducción de su libro, a postrarnos ante ese gran fresco de la Capilla Sixtina llamado "El Juicio Final" de Miguel Ángel. Hagámoslo con la imaginación y en la oración. Contemplemos al Cristo que vendrá a juzgar la historia y a cada uno de nosotros. En el mural están los condenados, las almas saliendo del purgatorio y la Iglesia del Cielo con los coros angélicos, los mártires, las vírgenes y todos los santos. Jesús nos pregunta lo que a san Pedro: ¿me amas? Si tu respuesta y la mía son positivas, entonces miremos a Jesús que nos sonríe invitándonos a ir a habitar en su casa. Feliz tiempo de Adviento.

lunes, 25 de noviembre de 2019

Latinoamérica en peligro

Nos parecen inverosímiles las escenas de violencia en Chile y los saqueos a los templos católicos. Escenas parecidas a las de la guerra cristera en México, donde los soldados entraban a las iglesias para profanar y destruir el patrimonio religioso del pueblo, hoy se repiten en algunos países de América Latina. La amenaza es latente para que la anarquía se extienda por otras partes del continente.

Sin duda el descontento social estaba presente en la sociedad chilena. El alza en el precio del transporte público fue el detonante para que estallaran las protestas. Ante la crisis, el gobierno de Sebastián Piñera decidió no incrementar los precios. ¿Cómo es posible que el Frente Amplio –los grupos y partidos de izquierda, llamados también progresistas– decidieron retirarse del diálogo con el gobierno, cuando ellos mismos eran quienes exigían que no se aumentara el precio?

Meses antes, las caravanas de migrantes provenientes de Venezuela –el mismo fenómeno que ha sucedido en México– habían llegado a Chile. Se presume que en ellas venían infiltrados activistas del chavismo y terroristas enviados por el gobierno de Nicolás Maduro para desestabilizar el país andino. Muchos ciudadanos chilenos afirman que los desórdenes en su país están orquestados desde el extranjero, concretamente desde Caracas y La Habana. Los regímenes socialistas de estos países, aprovechando el descontento chileno, quieren destruir el modelo capitalista que ha sacado a Chile de la pobreza en los últimos años para implementar ahí también el socialismo del siglo XXI.

Un comunicado de la Organización de Estados Americanos sobre la situación en Chile dice lo siguiente: “Los vientos bolivarianos de Simón Bolívar trajeron libertad e independencia a nuestros pueblos; las brisas del régimen bolivariano impulsadas por el madurismo y el régimen cubano traen violencia, saqueos, destrucción y un propósito político de atacar directamente el sistema democrático y tratar de forzar interrupciones en los mandatos constitucionales. Los intentos que hemos visto documentados en Ecuador y Colombia, vemos hoy repetido ese patrón en Chile".

Cualquier manifestación de descontento social es legítima mientras sea pacífica. Se entiende que, en toda democracia, el pueblo tiene derecho de realizar protestas. Pero lo que resulta incomprensible es que los chilenos quieran destruir su país, cuando son ellos los que mejores niveles de vida han alcanzado en el continente y han logrado reducir más la pobreza. Es ilógico. Son entonces los anarquistas infiltrados del socialismo los que les están incendiando el país. 

La subversión y la destrucción del orden social, en nombre del progresismo, amenaza hoy a América Latina. En la mira del Foro de San Paulo –ese conglomerado de gobiernos y organizaciones de izquierda–, con Nicolás Maduro al frente, están Ecuador, Colombia, Perú, y México no es la excepción. Por eso la presencia del ex presidente izquierdista de Bolivia, Evo Morales en nuestro país, no deja de ser como la de un pájaro de mal agüero.

Regímenes socialistas siempre han perseguido a la Iglesia Católica. Los saqueos e incendios a los templos religiosos en Chile y Nicaragua no tienen otra explicación más que el odio progresista-socialista. Y es que la Iglesia, en su enseñanza, denuncia a las ideologías como formas equívocas de interpretar la realidad humana y social. Y ha señalado tanto al socialismo marxista como al liberalismo capitalista como dos sistemas intrínsecamente perversos, ambos ateos en su esencia. El camino propuesto por la Iglesia para construir el orden de la sociedad es su Doctrina Social, que se basa en la persona humana, su dignidad y su trascendencia.

En estos tiempos de violencia y de amenazas para la estabilidad de nuestros pueblos latinoamericanos, oremos por la preservación de las democracias, de las instituciones, de la justicia y de la paz para todos.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El que sabe gobernar

Hacia 1800, Haití era colonia de Francia. En la isla había 20 mil blancos, 30 mil mulatos libres y 800 mil esclavos que trabajaban en plantaciones de azúcar, café, cacao, tabaco y algodón. En una de las pocas adineradas familias, había una chica francesa, blanca evidentemente, que vivía con sus padres y hermanos. Eran diez de familia y tenían a su disposición una servidumbre de cien esclavos negros. 

La muchacha era muy observadora. Miraba el respeto y la elegancia con que les servían en todo; su trabajo lo hacían muy bien y, al servir, hasta inclinaban un poco la cabeza en señal de cortesía. Sin embargo ella veía algo en los ojos de los esclavos que la hacía sentir incómoda. Los ojos no pueden engañar. En ellos se percibía rechazo, rencor acumulado durante años de sometimiento. Era como si con la sola mirada le dijeran que por ahora ellos eran esclavos, pero que llegaría el día en que la suerte cambiaría, y que serían ellos quienes tendrían el poder. La chica sentía que, en realidad, esos esclavos no los querían a ellos, los blancos, y que esa tensa situación no podría durar mucho tiempo.

Hace unos días corrió la noticia de que Evo Morales, el presidente de Bolivia que gobernó su país durante 18 años tuvo que salir huyendo, por la puerta de atrás, para tomar un avión que lo llevaría a México. Evo hubiera querido mantenerse en el poder durante muchos años, pero el pueblo boliviano le había dado la espalda en las elecciones de octubre. Después de una extraña caída del sistema de cómputo que duró 24 horas, Evo se proclamó presidente electo una vez más, como suelen hacerlo los dictadores. El mismo ejército le retiró su apoyo y el presidente tuvo que salir del país para no provocar un estallido social.

A los pueblos se les puede someter con la policía, con persecuciones, gases lacrimógenos y cárceles. Así lo hicieron Pinochet, Castro y Chávez, y hoy lo hace Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua. Jesús había dicho que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad (Mt 20, 25-26). Sin embargo en realidad los dictadores no gobiernan. A golpes no pueden hacerlo porque al corazón humano no se le vence con el sometimiento del cuerpo, sino únicamente se le gobierna por el amor. Es el amor la llave que abre la puerta del alma. Sólo cuando me siento amado por alguien esa persona llega a tener auténtico poder sobre mí. Por eso concluyó Jesús diciendo que el que quiera ser grande –el que quiera gobernar de verdad–, que se haga servidor.

Jesús nos dice qué significa ser rey y gobernar. Lo mismo le dijeron los judíos, los romanos y los condenados junto a él en el suplicio de la cruz: "sálvate a ti mismo si eres el Mesías". Jesús no lo hizo y así los dejó desconcertados, pues para ellos el rey debía salvarse antes a sí mismo, luego a los demás. Aquellos, habituados al mando de hierro de emperadores y reyes, no entendían que el arte de gobernar se aprende amando con todo el corazón, donándose a los hermanos con toda el alma. Jesús con el delantal puesto en la Última Cena lavó los pies a los apóstoles, y al día siguiente subió a la Cruz. Con ese gesto supremo, el Señor estaba diciendo al mundo que el verdadero reinado es el del amor y el servicio. "Me amó y se entregó por mí", expresaba san Pablo emocionado, reconociendo que ahora era Jesús el rey que gobernaba su vida.

No es el mejor líder, administrador o gerente de una empresa el que tiene los mejores currículos universitarios. No es el mejor párroco el que tiene doctorado en teología. El que gobierna mejor es aquel que, además de ser competente es, sobre todo, cercano a su gente. El que tiene virtudes de servicio, dotes de humildad, instintos de solidaridad con la gente que trabaja. El verdadero rey es el que sabe dar palabras de aliento y anima a los demás; el que promueve a las personas y crea comunión dentro de la familia, la empresa o la parroquia.

No es el mejor cabeza de familia el que es gran proveedor de bienes materiales, sino el que sabe estar con su cónyuge y sus hijos en momentos oscuros y felices, dando tiempo de calidad; el que sabe escuchar, comprender, consolar y proteger a los suyos. El que corrige con suavidad y sin humillar al otro. El que evita la violencia y la palabra hiriente, el que conduce a los demás a Dios. Ese es el verdadero gobernador de su hogar.

En esta solemnidad de Cristo Rey vayamos con Jesús por el camino de la donación y del servicio. Es el camino que lleva a la victoria, el camino para reinar con Él. 

El toro bravo (artículo de Catón)

La gente del toro es gente muy intensa. Quienes viven alrededor de ese magnífico animal, el toro de lidia, son todo pasión, todo sentimiento, san toreros, ganaderos, apoderados, subalternos, cronistas, empresarios o simples aficionados a la fiesta. Yo pertenezco a esta última categoría. Decirlo es enfrentar las iras de quienes consideran que el toreo no es arte, sino inhumana crueldad. Respeto su opinión -todas las opiniones las respeto-, pero no dejan de intrigarme aquellos que no advierten que desde su más temprana historia el hombre ha aprovechado a los animales conforme a su naturaleza.

Fue Horacio, creo, o Cicerón, quien escribió lo que en mi cita se vuelve latinajo, y quizá, para colmo, mal citado: "Equus vehendi causa; bos arandi; canis custodiendi...". El caballo es para transportarnos; el buey para arar la tierra; el perro para cuidar nuestra casa... Pues bien: en el instinto del toro de lidia, en su naturaleza, está el embestir, y eso lo han aprovechado los humanos desde su prehistoria para crear profundos símbolos que tienen que ver con la lucha del hombre contra la naturaleza, del bien contra el mal, del espíritu contra la materia.

Pocas creaciones de la cultura humana han dado origen a tan ricas manifestaciones de arte como la tauromaquia, lo mismo en la literatura que en la música, la poesía, la danza o la pintura. Algo, entonces, debe haber en ella de hondamente humano.

Ahora, desde el punto de vista -digamos- ecológico, si la fiesta de toros desapareciera con ella desaparecería esa criatura majestuosa, una de las más bellas del reino animal, que es el toro de lidia. Su destino sería el rastro, y luego la extinción total. Por su muerte en el ruedo el toro sigue vivo. Ésta es paradoja extraña, pero cierta.

Digo todo esto porque hace algunos días tuve el privilegio de encontrarme en Juriquilla, Querétaro, con mujeres y hombres generosos que, a pesar de todos los pesares, enfrentando dificultades de todo orden, siguen dedicándose a la noble tarea de criar reses bravas. Ese quehacer se lleva en el corazón, no en los cálculos que se hacen con la cabeza o con la sumadora. Muchos de ellos pertenecen a familias que llevan ya más de cinco generaciones de vivir con el toro -no del toro- en la dehesa y en el tentadero.

Respeto a los enemigos de la fiesta, pero no comparto su inquina contra ella, manifestada muchas veces en modo atrabiliario, y aun en ocasiones violento. Los invito respetuosamente a que la conozcan. Quizá llegarían a sentir su misterio, su belleza. También, si tal fuera posible, les solicitaría que hablaran con el toro. Seguramente el noble y bravo animal les diría que prefiere morir en el esplendor del ruedo y no en la sordidez del rastro.

Armando Fuentes Aguirre (Catón)

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Los toros y el triunfo del hombre (la fiesta taurina desde la capilla de la plaza)

A Antonio García El Chihuahua, torero intrépido de mi tierra

Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo. (Sab 2,23)

Antonio García "El Chihuahua" toreando por naturales
La corrida de toros es un recuerdo del drama de la existencia del hombre en la tierra. Nos hace patente la lucha contra las fuerzas oscuras que intentan destruir la vida humana. Entre los escenarios de la creación en el libro del Génesis y las bodas del Cordero en el Apocalipsis existe una batalla épica, la gran epopeya de la humanidad en la que el hombre debe de combatir contra las fuerzas del mal para conquistar el paraíso perdido. Este drama existencial se simboliza en lo que sucede en el ruedo de una plaza de toros, desde que inicia el paseíllo y sale el toro por la puerta de toriles, con toda su furia, hasta que lo sacan muerto por la puerta de arrastre.


La visión positiva de la existencia del hombre que combate por el triunfo de su vida hoy está desapareciendo en nuestra cultura, y nos encontramos con muchos hombres que dejan de pelear para deslizarse por el camino de la mediocridad existencial, buscando sólo placeres y vicios. Crecen las ideologías del suicidio. Se nos repite, una y otra vez, que nacimos para morir. Los ateos afirman que la vida desemboca en la muerte y después no hay nada más. Salen a flote las ideologías a favor de la eutanasia como una alternativa respetable para la libertad del hombre. El consumo legal de drogas y de pornografía tiende a aceptarse socialmente. Séneca decía que "si escojo el barco en que viajo y la casa en que vivo, también escogeré la muerte con la que dejaré esta vida". Así muchos hombres optan libremente por el camino de la muerte: el suicidio o la muerte en vida.

La anticoncepción se difunde masivamente y el aborto tiende a hacerse legal en el mundo. El animalismo coloca la dignidad de los animales por encima de la de los hombres. El homosexualismo y el feminismo radical propagan a ultranza las relaciones estériles. Todo se confabula para que el hombre muera y desaparezca de la faz de la tierra. 

El toreo, dentro de esta cultura contaminada por las ideologías de la muerte del hombre, está en problemas. Esto por la razón de que la fiesta de los toros es una proclamación de que la vida humana triunfa sobre las fuerzas de la muerte, y que la inteligencia y el espíritu se impone sobre la fuerza bruta de las bestias. La tauromaquia es subordinación y sometimiento de la fuerza de los instintos de la naturaleza al dominio de la razón, pero además con emociones estéticas, lo que la hace ser una alta expresión del espíritu humano. 

Para los veganos y animalistas el hombre debe intervenir en la naturaleza lo menos posible, hasta dejarla casi en estado salvaje. La fiesta de los toros, en cambio, es la celebración del señorío del espíritu sobre la materia. Mientras que el mundo proclama que el hombre es un ser derrotado, un estorbo en el planeta que debe morir y desaparecer, la corrida nos comunica, en un ritual dramático y un espectáculo festivo, que la raza humana nació para la vida, el triunfo y la gloria. La fiesta de los toros es una celebración de la belleza y la alegría de pertenecer a la raza de Adán que proclama su altísima dignidad y que sabe luchar para conquistar su gloria.


En cada coso taurino existe una capilla, un lugar reservado para que el torero se encuentre en silencio con Dios y con el mundo de los santos. El miedo lo asecha antes de pisar el ruedo y sabe que dominar y templar a una bestia feroz es algo que supera sus fuerzas. Necesita revestirse del poder que viene de lo Alto para combatir a la fiera en el nombre del Señor de los Ejércitos.

La corrida de toros, más allá de su dimensión de espectáculo, tiene un sentido religioso cristiano profundo. Es evocación del Viernes Santo, del Sábado de gloria y del Domingo de Resurrección. En el drama más grande y decisivo de la historia –el Misterio Pascual de Cristo– el Señor derrotó la muerte y nos ofreció una vida que humilló los horrores del sepulcro. Así nos dijo que el hombre no fue creado para le mediocridad ni para la muerte sino para la resurrección y la vida eterna. El torero nos evoca, de cierta manera, al sumo y eterno Sacerdote, que solo y con la confianza puesta en su Padre Celestial, ascendió al Calvario para enfrentar al príncipe de este mundo y a la muerte para vencerla, y así conquistar para la humanidad la palma de la victoria de la vida inmortal.

martes, 12 de noviembre de 2019

Misterios de la vida futura

El mundo está en crisis, desde el ambiente político hasta la atmósfera eclesial. La manifestación del poder del narcotráfico en Culiacán y la imposición de su régimen de terror con la masacre de miembros de la Colonia LeBarón; la caída de Evo Morales en Bolivia y su exilio en México; las protestas masivas en Chile y el éxodo de migrantes que huyen de la violencia; todo habla de agitación permanente y, en muchos ambientes, de gran desolación. 

En la Iglesia los escándalos de abuso sexual por miembros del clero han sido una herida grave al Cuerpo de Cristo y, ¿qué decir del mal manejo de los ídolos paganos durante el Sínodo de Amazonía en Roma por parte de la autoridad de la Iglesia? Decía Daniel, el profeta: "Han perdido la cabeza y han desviado sus ojos para no ver el cielo y acordarse de los justos juicios de Dios".

Estamos por terminar el Año Litúrgico y es bueno recordar que si el mundo no tuviera un fin, viviríamos en esta agitación constante, sin esperanza de que el bien triunfara, con dictadores perpetuos en América Latina, marchas feministas rompiendo escaparates, narcotraficantes controlando el mundo y todos enlodando a la Iglesia con nuestros pecados.

Si los actos morales de nuestra vida son determinados por el fin hacia el que tienden, hoy, con el declive moral y espiritual por el que se desliza nuestra cultura, podemos decir que hemos dejado de creer en la vida eterna y que hemos perdido el entusiasmo por el Cielo. Necesitamos predicar en la Iglesia con más apasionamiento y convicción los misterios de la vida futura, como lo hicieron los Apóstoles en medio de la noche oscura del paganismo. Ellos, por la fe, condujeron a sus oyentes a través de un camino de luz que desemboca en la eternidad, y despertaron en muchos corazones la añoranza de una patria mejor.

Si nos sentamos en las aulas de las cátedras universitarias escucharemos, en su mayoría, que todo en el universo es efecto del azar, y que la materia es eterna. Se niega la enseñanza de la creación y, de esa manera, se concluye que el universo no tiene un final. Al ir a las fábricas y maquiladoras y contemplar el genio del hombre que sigue transformando el mundo material con conquistas cada vez más asombrosas, nos queda la falsa sensación de que el progreso es ilimitado.


Existen algunos gráficos en internet que muestran la evolución del hombre en sus diversas eras, que van desde el chimpancé al homo erectus; luego el homo sapiens, el hombre cazador, el agrícola, el industrial y, finalmente, el hombre cibernético. ¿Qué imagen seguirá en este proceso evolutivo? Quizá soñamos que un día tendremos alas y antenas para elevarnos y explorar las maravillas de las galaxias. Si la naturaleza llegara a ser el super cuerno de la abundancia que diera satisfacción a todas nuestras necesidades, los únicos juicios serían los de la historia –las épocas del presente juzgando a las del pasado– y el Juicio Final, revelado por Dios, sería un mito carente de sentido. Así piensan los ateos, los masones y materialistas.

Los cristianos, en cambio, creemos que este mundo debe terminar y que vendrá un orden nuevo. Es lógico. Lo vemos en las estrellas que se apagan y desaparecen. Se dice que hoy la Tierra ha perdido la fecundidad de su juventud y que corre hacia su ocaso y su declive. Sin embargo el fin del mundo no vendrá únicamente por causas naturales sino porque Dios así lo ha revelado y lo ha querido, aunque nadie sepa el día ni la hora. Lo cierto es que los signos del fin del mundo no serán únicamente señales de la naturaleza como cataclismos sino también del orden social y religioso.

Mientras el mundo se agita lleno de conflictos y los practicantes de religiones orientales apuestan por el mito del eterno retorno y la absurda doctrina de la reencarnación; mientras los judíos, ateos y agnósticos se angustian ante la incertidumbre de lo que viene después de la muerte; nosotros los cristianos católicos, en cambio, esperamos el fin del mundo –que puede estar cerca o lejos–, y aguardamos, con firme esperanza, los cielos nuevos y la tierra nueva.

Con esta visión estupenda y esperanzadora de la vida nos libramos de las angustias del tiempo presente y nos lanzamos hacia la victoria definitiva de la luz sobre las tinieblas.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Feligreses y aficionados (la fiesta taurina desde la capilla de la plaza)

Hay personas que disfrutan la corrida de toros con una devoción parecida a la de algunos fieles que celebran la Eucaristía. En Misa he visto a feligreses con una gran religiosidad, unidos a Dios muy profundamente, sumergidos en la oración y en una gran conexión con Jesucristo. Viven la Misa en toda la dimensión vertical del madero de la Cruz. Me alegro por ello. Así también vemos en los cosos taurinos a algunos aficionados que están muy sumergidos en el misterio del toreo. Son aficionados muy avezados que saben estudiar al toro y describir sus cualidades, sus pelajes y cornamentas, así como su comportamiento en el ruedo. Observan también la labor del matador, y saben describir todos los lances con el capote y las suertes con la muleta.

Hay otro tipo de feligreses, y son los que viven la Misa en su dimensión horizontal, la del pueblo de Dios que se reúne en torno al altar. Quizá la oración no les atrae tanto porque no saben cómo hacerlo. Muchas veces son como pájaros distraídos. No se sienten tan conectados con Dios pero les gusta sentirse "pueblo", comunidad, solidarios unos con otros. Se podrían comparar con ese público villamelón que, sin saber mucho de la fiesta brava, acude a ocupar sus lugares en las plazas de toros. Gritan "olés" a todos los muletazos, sacan el pañuelo después de cualquier faena desdibujada pidiendo las orejas del toro y están más atentos a lo que ocurre en los tendidos que a lo que acontece en la arena.

Para conocerse, vivirse y disfrutarse, tanto la Eucaristía como la corrida de toros precisan de una educación, de una catequesis o de un conocimiento básico. No todo el mundo logra penetrar en el misterio de ambas acciones. Sin embargo cuando se tiene el conocimiento y el espíritu, los dos eventos suelen ser muy emocionantes, uno en el orden estético-espiritual, el otro en el terreno estético-emocional.

La Eucaristía es acción sagrada y divina que nos pone en contacto con Dios, mientras que la corrida de toros es un bello espectáculo humano que es metáfora de la vida. Ambas tienen dos dimensiones profundas que se aprenden a vivir. La Eucaristía debe vivirse con toda la devoción y la piedad de un místico y, al mismo tiempo, con todo el sentido de fraternidad y solidaridad que hay en la asamblea. Es el amor a Dios y el amor al prójimo el que nos une en torno al altar de Dios. La Eucaristía es misterio de comunión con el Cuerpo de Cristo y de comunión con los hermanos.

Por otra parte, la corrida de toros ha de disfrutarse tratando de crecer en el conocimiento de la tauromaquia y con espíritu de fiesta para el pueblo. La corrida se desarrolla en medio de los tendidos, en una estructura arquitectónica circular que indica la unidad de un pueblo contemplando un mismo espectáculo. Dice Francis Wolff: "¿Hay alguna imagen más bella de la comunidad que el mismo ruedo, redondo, circular, donde todo el mundo ve todo, donde todo es visto desde todos los lados y donde, sobre todo, toda la comunidad se ve a sí misma, comulgando de un mismo espectáculo, de una misma ceremonia, y siguiendo un mismo ritmo de olés, con el sentimiento de vivir juntos un acontecimiento único?" La corrida tiene, pues, esas dos dimensiones, vertical y horizontal: conocer el arte del toreo, su belleza y sus reglas y, al mismo tiempo disfrutarlo como una fiesta del pueblo, en comunión con los hermanos.

Me emociona ver a los toreros rezar en las capillas de las plazas de toros antes de pisar el ruedo, y más me emociona si participan de la Eucaristía. En ella obtienen la comunión con Dios y con sus hermanos para después hacer que se vuelva comunión, vida y emoción en los tendidos.

martes, 5 de noviembre de 2019

Lebarones perseguidos

Como pan cotidiano, el horror y la impotencia se apoderan del corazón de los mexicanos. La masacre de tres mujeres y siete niños de la Colonia Le Barón, entre la frontera de Sonora y Chihuahua ocurrida el 4 de noviembre, ha provocado una ola de indignación en el país. ¿Por qué hemos caído tan bajo? Nos escandaliza el grado de perversión a la que llega el ser humano cuando, rota su relación con Dios, se entrega radicalmente al servicio del mal. Masacrar a sangre fría y calcinar tres vehículos en los que viajaban mujeres y niños ha sido monstruoso, y nos hace ver lo que se conoce como el "misterio de la iniquidad", es decir, misterio del mal en su crudeza.

Como Iglesia no podemos dejar de manifestar nuestra cercanía y condolencias a la Comunidad Le Barón, localizada en el municipio de Galeana Chihuahua, cerca de nuestra Diócesis de Ciudad Juárez. Aunque ellos no pertenecen a la fe católica sino que son una rama de los mormones, la Colonia Le Barón se ha ganado el respeto de los chihuahuenses por ser gente de trabajo y muy emprendedora. Sin embargo desde el año 2009 ha sufrido fuertes acosos del crimen organizado, hasta llegar, esta semana, al más absurdo de todos. Hoy su dolor es también el nuestro, tanto por los crímenes de sus mujeres y niños el lunes pasado, así como por el clima de inseguridad y violencia en el que vivimos en México.

Nos sumamos al reclamo de millones mexicanos que viven en el miedo para pedir, de manera enérgica, a los gobiernos federal y de Chihuahua, acciones efectivas contra el crimen organizado. En este cementerio en que el país se ha convertido, hasta hoy no tenemos clara una estrategia contra la delincuencia. De hecho percibimos una gran falta de inteligencia y coordinación por parte de nuestras autoridades civiles y militares. Nos desconcierta, además, que el mismo presidente de la república afirme que no perseguirá al crimen como lo hicieron sus antecesores. ¿No habrá, entonces, justicia y continuará la impunidad? No lo tenemos claro.

La vida humana es el bien más precioso en la tierra y exige ser custodiado y defendido. La dignidad que tenemos los seres humanos es incomparable y por eso la masacre de las mujeres y niños lebarones nos ha dolido en el alma y nos ha causado una gran conmoción. Es comprensible que existan seres humanos que desprecian la vida y sean mercaderes de la muerte, pero es intolerable que las mismas autoridades sean indolentes ante el sufrimiento de su pueblo a causa de la violencia generalizada o, pero aún, contribuyan a la misma aprobando leyes contra la vida desde el vientre materno.

Que el Espíritu de Dios consuele y fortalezca a la Colonia Le Barón en medio de su dolor, y que inspire a nuestros gobernantes para tomar urgentes acciones que combatan al crimen organizado para que los mexicanos podamos, con tranquilidad, vivir en la paz que merecemos y así buscar los bienes eternos.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Calaveras



PADRE EDUARDO HAYEN
Por: Eduardo Morán

Se escucha ‘Cielo Andaluz’
por todita la Balderas.
Después se apaga la luz,
acechan las calaveras.

Sentado en los tendidos,
en total oscuridad,
alguien oye unos ruidos
y empieza pronto a rezar.



La corrida no empieza,
a los toros no torearon.
El Padre reza y reza,
pues los chamucos llegaron.

Hayen a porta gayola
recibe ahí a luzbel,
quitándose la estola
¡qué faena le hizo él!

Después el barbas de chivo
quiso burlar el engaño,
pero Hayen que es muy vivo
de un pinchazo le hizo daño.



Lucifer nomás no pudo
agregarlo en su lista.
Se le olvidó al cornudo
¡que Hayen es exorcista!

Con mi amigo el padre Mauro Muñoz en los tendidos de la plaza Balderas

Practicar yoga

Pregunta : La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema. Respuesta : P...