lunes, 27 de diciembre de 2021

Natalidad y economía


Uno de los problemas más agudos hoy en el mundo del trabajo es la escasez de trabajadores. En Ciudad Juárez, ciudad fronteriza y comunidad binacional junto con El Paso Texas, ciudad en la que vivo y donde existen más de 360 maquiladoras, las empresas lamentan el déficit de personal. Se calcula que faltan alrededor de 50 mil empleados. 

La situación ha afectado las cadenas de suministro de materias primas y retrasos en la logística de la industria. No se necesita tener mucha ciencia para deducir que, de continuar la escasez de mano de obra en los centros de trabajo, los problemas económicos serán muy graves. Personalmente he conocido la angustia de algunos empresarios que no encuentran suficiente personal para sacar adelante a sus empresas.

A principios de diciembre, en un evento organizado por The Wall Street Journal, el empresario magnate Elon Musk, fundador de los autos eléctricos Tesla y los cohetes espaciales SpaceX, dijo lo siguiente: "Si las personas no tienen más hijos, la civilización colapsará". "La base de la economía es el trabajo: el capital es sólo mano de obra destilada, y las mayores limitaciones son de trabajo: no hay suficiente gente". 

Musk, padre de seis hijos, señaló que uno de los mayores riesgos de la civilización son las bajas tasas de natalidad y la rapidez con las que siguen bajando". Continuó diciendo: "Y sin embargo tanta gente, incluyendo gente muy inteligente, cree que hay demasiadas personas en el mundo y que la población global está creciendo fuera de control. Miren, es justamente lo contrario. Por favor miren los números: si las personas no tienen más hijos, la civilización colapsará; recuerden mis palabras".

Después de que san Pablo VI publicó Humanae vitae en 1968, muchos medios de comunicación criticaron al papa por denunciar en su encíclica el control natal que los gobiernos pretendían imponer, "mientras que millones de personas morían de hambre", decían. Hablaban del papa y de la Iglesia Católica como enemigos del progreso, ya que según ellos, una gran marea de seres humanos estaba sobrepoblando la tierra, y si las tasas de fertilidad no se detenían, ocurriría en el planeta algo peor que un desastre nuclear. Humanae vitae fue considerado, por muchos, como uno de los peores errores de los tiempos modernos. 53 años después de la publicación del documento está demostrado que la razón estaba del lado del papa.

Poco a poco se está descubriendo que el control natal es un error de trágicas consecuencias. China, que durante muchos años mantuvo la política del hijo único, la cual sólo permitía un hijo por mujer y las obligaba a abortar en caso de un segundo embarazo, ha echado números para darse cuenta de que, si quiere ser un gran imperio en la tierra, debe dejar que sus hijos se multipliquen. La política del hijo único ha sido revocada en China y ahora se incentiva a las mujeres a ser más fértiles.

Europa, por su parte, es una tragedia. Allá las tasas de natalidad son suicidas. Las nuevas generaciones no reemplazan a las anteriores y, dentro de algunos años, serán los inmigrantes musulmanes quienes probablemente hayan islamizado el continente.

Está demostrado que los recursos para mantener a la humanidad son sobreabundantes gracias a la ciencia y la técnica. La producción agrícola mundial ha tenido un crecimiento mucho mayor que la población. Se calcula, según estudios de Colin Clark de la Universidad de Oxford, que con la tecnología agrícola actual se puede proveer una dieta tipo americano, al menos para 35 mil millones de personas, cuando actualmente somos alrededor de 7 mil millones.

Hoy la vida para la mayor parte de las personas es económicamente menos precaria que hace algunas décadas. La mortalidad infantil ha disminuido y la edad promedio de vida ha aumentado a 70 años para los hombres y 75 para las mujeres. Si bien hay millones que viven en pobreza, no se debe a la escasez de recursos sino a su mala distribución debido a políticas egoístas. Este crecimiento de los recursos mundiales es gracias al nacimiento de los niños. Cada niño que nace es un cerebro que piensa y que contribuye con sus ideas al caudal de conocimientos acumulados en la humanidad.

La postura de la Iglesia Católica sobre la regulación de la fertilidad señala algunas cosas importantes. Lo vemos en Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. Primero, que el derecho a casarse y tener hijos es un derecho inalienable de todo ser humano. Segundo, que a cada pareja de esposos le corresponde decidir el número de hijos que quiere procrear según los principios de la procreación responsable y con una conciencia formada. La Iglesia alaba a los esposos que son generosos en la transmisión de la vida.

Enseña también que a ningún gobierno le compete influenciar o coartar la capacidad de decisión de los cónyuges sobre el número de hijos que quieran tener. Y cuarto, se opone a la necesidad de reducir el crecimiento de la población en el mundo con intervenciones gubernamentales que violen la ley moral, por ejemplo con la contracepción y el aborto.

Para quienes afirman hoy que los seres humanos son la plaga del planeta que debería desaparecer, los católicos respondemos que para la humanidad, a lo largo de su historia, tener hijos ha sido y sigue siendo la verdadera riqueza afectiva, espiritual y económica de las familias y las naciones.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Castidad, esperanza para el mundo


Hace unos días celebré la Eucaristía para un grupo de jóvenes de mi diócesis que terminó su Certificación Humanae Vitae, la cual es una formación juvenil de nueve meses en temas de defensa de la vida, la sexualidad y la familia. Los chicos han sido educados para debatir sobre estos temas y están dispuestos a colaborar en sus parroquias formando grupos pro vida. Ellos saben que para ser pro vida hay que remar contracorriente y no dejarse lavar el cerebro por la ideología de género que trata de imponerse en nuestra cultura como pensamiento único. Sin embargo no se trata sólo de defender la vida sino de adquirir una virtud que, sin ella, no se puede ser persona pro vida. Hablo de la preciosa virtud de la castidad.

La palabra "castidad" suena extraña en un mundo que exalta el sexo con todo tipo de experiencias y que ridiculiza y se burla de quienes no piensan así. Sin embargo al ver las profundas heridas que el desenfreno y la promiscuidad están haciendo en las nuevas generaciones –incapacitándolas para formar familias sólidas– hemos de traer nuevamente esta palabra a nuestro vocabulario, aunque nos parezca que ya es demasiado tarde. La castidad es la única esperanza sólida que tenemos en un mundo que ha hecho pedazos la unidad entre la sexualidad y el amor.

La castidad no es una especie de camisa de fuerza que deben ponerse los jóvenes para vivir en abstinencia sexual hasta que lleguen al matrimonio. Vista como simple abstención se convierte en algo negativo que los reprime. En cambio en una visión positiva la castidad es, en términos de san Juan Pablo II, el desarrollo de una fuerza interior en la persona, la cual no permite que su capacidad de amar se corrompa. No se trata de renunciar a la sexualidad sino en aprender a regularla, renunciando a utilizar a los demás como objetos de placer, y encauzándola hacia el amor verdadero en el matrimonio.

Ser casto es aprender a respetar el lenguaje intrínseco que tiene la sexualidad tal como Dios la creó, es decir, como expresión del amor permanente y comprometido dentro de la vida conyugal. La castidad reconoce que respetar ese lenguaje es la mejor manera de vivir el amor. Es una virtud que, para los solteros, significa encauzar las propias fuerzas sexuales hacia la vida matrimonial.

Pero para los católicos la castidad encierra todavía algo más bello. Se trata de una virtud cristiana que, como tal, nos hace semejantes a Cristo. Un joven pro vida debe saber, entonces, que no solamente se debe respetar la sexualidad y defender la vida humana desde su concepción, sino que debe tener vivo el amor de Jesús en su corazón. En el arte del amor, Jesucristo es nuestra referencia suprema. "En realidad, el misterio del hombre no se aclara de verdad sino en el misterio del Verbo encarnado... quien pone de manifiesto plenamente al hombre ante sí mismo y le descubre la sublimidad de su vocación", dice el Concilio Vaticano II. Si queremos formar a nuestros jóvenes en la virtud de la castidad, hemos de predicarles mucho a Cristo para que conociéndolo, lo amen y se dejen transformar por él. Sólo así amarán con el amor de Dios en sus corazones.

La castidad es también una virtud de las personas casadas y de los célibes por amor al Reino de los cielos. Todos debemos respeto al lenguaje de la sexualidad. El hecho de contraer matrimonio no autoriza a la persona casada a abusar de su cónyuge. Los casados deben de respetar y vivir el acto conyugal como un acto de amor y donación hacia la otra persona. Si una persona casada cree que su pareja está ahí para satisfacer sus deseos sin importar cuál es el sentir del otro, esa persona corrompe su capacidad de amar, deja de vivir en castidad y la relación marital se deteriora rápidamente.

Un verbo hermoso que está relacionado con la castidad es el verbo "cuidar". Si en la vida entendemos que las personas estamos para cuidarnos unas a otras, y que Dios nos creó para protegernos mutuamente en el sistema llamado "familia", será más fácil educar a los jóvenes en la castidad. Ellos desarrollan más fácilmente la virtud si observan que sus padres se quieren y se cuidan recíprocamente; si en su familia se cuida a los enfermos y ancianos, entonces los hijos aprenderán a amar, a cuidar, a ser personas sensibles y consideradas con los demás y a no abusar de nadie. Si los hijos crecen rodeados de amor y con una sana autoestima, tendrán una visión optimista para el futuro. En cambio cuando les falta el amor de sus padres, los hijos lo buscarán en la primera persona que les ponga atención.

Haber celebrado la Misa para un puñado de jóvenes católicos que buscan vivir la castidad y defender la vida ha sido un motivo de inmensa alegría espiritual para mí. Ellos son ese "resto fiel" de la juventud, los que el Señor se está preparando para construir familias nuevas para su reino.

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Sexo matrimonial, el mejor

Un artículo de la revista Psychology Today de Michael Castleman llamado "Satisfacción sexual: el matrimonio ¿la ayuda o la perjudica?" cita varias investigaciones de diversas universidades norteamericanas que concluyen, a través de diversos estudios, que en promedio, las parejas casadas tienen una vida sexual más satisfactoria que las personas solteras o las que viven en unión libre. Estos estudios de las Universidades de Arizona, Nueva York, Western Ontario y Chicago, afirman que los casados se sienten más felices y satisfechos sexualmente.

La cultura popular en los medios de comunicación raramente muestra a los matrimonios que son religiosos practicantes llevando una vida sexual satisfactoria. En cambio enseñan que las personas solteras y que son rebeldes hacia la religión llevan una vida sexual activa y satisfactoria. El buen sexo estaría en la soltería porque es el estado donde están las emociones, las aventuras y las pasiones. El cine y la televisión suelen transmitir la idea de que la soltería es excitante mientras que el matrimonio y la religión son opresivas.

Norteamérica es la tierra de las estadísticas. Sus investigaciones son siempre reveladoras. La revista "Psychology of religion and Spirituality" publicó estudios sobre sexualidad en Estados Unidos: ¿quiénes tienen sexo? ¿Con qué frecuencia? ¿Quiénes tienen una vida sexual más satisfactoria? Todas las investigaciones en este rubro llegan a la misma conclusión: las personas con más felicidad sexual son las parejas casadas; y no sólo eso, sino que los matrimonios que llevan una vida de práctica religiosa comprometida son los más satisfechos sexualmente.

A los participantes de dicho estudio se les pidió que calificaran cuánto pensaban que Dios estaba en el centro de su matrimonio. También se les preguntó con qué frecuencia asistían a los servicios de adoración religiosa con su cónyuge y con qué frecuencia participaban en actividades religiosas en el hogar como pareja. Finalmente, preguntó a las parejas qué tan satisfechas estaban con el aspecto sexual de su matrimonio. ¿El resultado? fue sorprendente: sentir que Dios era parte de su vida matrimonial se asociaba positivamente con la satisfacción sexual.

Estos estudios nos indican que no es que las personas religiosas conozcan mejores "técnicas" sexuales que los solteros, sino que viven su sexualidad en un contexto muy diverso al de la soltería. El sexo tiene un significado intrínseco que es: "hasta que la muerte nos separe", y esta entrega recíproca los casados la viven en la vida ordinaria y en aquellos momentos en que la expresan en la intimidad. Esto les da la certeza de que la relación es sincera y recíproca.

Los cónyuges que practican la fe tienden más a invertir en su matrimonio y trabajar para fortalecer áreas que no son sexuales, como mejorar los compromisos y disminuir los conflictos. Cuando dos personas casadas creen que su matrimonio tiene importancia espiritual y religiosa, ellos son más propensos a invertir para que la convivencia sea positiva.

Además el sexo en el matrimonio es un sexo sin miedos. Los cónyuges no tienen por qué temer a un embarazo o a convertirse en padres o madres solteros porque saben que hay un compromiso formal para permanecer unidos. Tampoco tienen por qué temer a las enfermedades de transmisión sexual. Si son fieles estarán libres de infecciones y del miedo de contagiar a su cónyuge. No existe el miedo de verse abandonados como en el caso de la unión libre, ni miedo de sentirse utilizados por el otro porque creen en su alianza conyugal.

Una muchacha, cuyo novio la quiere bien y ve que él está dispuesto a respetar el lenguaje intrínseco del sexo –entrega total en el matrimonio–, puede tener mayor seguridad en su relación de noviazgo porque sabe que su pareja ha desarrollado un alto nivel de control sobre sí mismo. Sabe que ese hombre es alguien en quien puede confiar porque vivirá más fácilmente la fidelidad durante la vida matrimonial. Y también podrán aprender juntos el lenguaje de la intimidad sexual, sin tener a otra persona del pasado en sus recuerdos con la que puedan comparar a su cónyuge.

Cuando el cine o la televisión presenten al sexo en la soltería como el mejor y el más emocionante, no lo creamos. Es en ese tipo de sexo donde están los daños emocionales y las heridas más fuertes. En cambio el sexo matrimonial es como el buen vino que ha sabido esperar un tiempo de añejamiento para ser el de mejor calidad.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

"Yo no te pido" (engañifas de la unión libre)


Con frecuencia se acercan parejas jóvenes para pedirme que bendiga a sus niños pequeños. Siempre les pregunto si están casados por la Iglesia y la mayoría de ellas no lo están. Por supuesto que a los pequeños les doy la bendición. Es un hecho que la Iglesia Católica está experimentando una caída de las celebraciones del sacramento del matrimonio y un aumento de parejas bautizadas que deciden vivir en unión libre. A medida en que no se cultiva la fe y aumentan el materialismo y el ateísmo, menos parejas se interesan por celebrar su unión en una boda religiosa.

La cultura popular promueve el amor libre. Dice una canción de Pablo Milanés: "Yo no te pido que me firmes diez papeles grises para amar, sólo te pido que tu quieras las palomas que suelo mirar". El cantautor de trova protestaba contra la institución del matrimonio. Su amor era inseguro; no hablaba de una clase de amor total y comprometido para toda la vida. ¿Por qué se necesitan firmar papeles y una ceremonia donde los nuevos esposos tengan la bendición de Dios? Si un hombre y una mujer están planeando entregarse el uno al otro y pasar el resto de su vida juntos, ¿por qué no celebrarlo públicamente, y por qué no firmar un certificado de matrimonio?

La unión libre no es digna para el ser humano. El hombre nació para construir proyectos que trasciendan, y uno de ellos –quizá el más importante– es el formar una comunidad de vida y de amor llamada familia. Cuando dos personas deciden vivir juntas y sin compromisos con la sociedad y con Dios, generalmente lo hacen porque uno de los dos no está realmente seguro de establecer una entrega comprometida para toda la vida. Si no hay papeles que firmar ni altar ante el cual hacer una alianza, la puerta se queda abierta para poder escapar de la relación en cualquier momento de crisis.

La Iglesia Católica en México no celebra el sacramento del matrimonio sin que los novios hayan contraído matrimonio civil. Lo exige porque quiere proteger a los esposos. El gobierno mexicano es de los pocos en el mundo que no reconocen válido el matrimonio eclesiástico. En cualquier otro país una pareja que se casa por la Iglesia automáticamente queda casada ante la ley civil. No es así en nuestro país. Si se casan únicamente por la Iglesia y hay después una separación, la mujer quedaría como concubina y no como la esposa legítima del marido, es decir, quedaría desprotegida. Por eso la Iglesia exige el matrimonio civil antes de celebrar el matrimonio eclesiástico.

El contrato del matrimonio se establece para proteger a los cónyuges. Vivir juntos para toda la vida incluye riesgo para ambos, sobre todo para la mujer. Ella muchas veces deja de trabajar para dedicarse a la crianza de los hijos, y el contrato matrimonial le garantiza que ella y los niños serán mantenidos. Ante un eventual abandono del marido, la mujer tiene derecho a recibir una cantidad económica de su esposo como mantenimiento para ella y los hijos, pero si no existe el matrimonio, tampoco existe la protección. Cada uno será libre para escapar de la relación y sin que el otro pueda cuestionarlo.

Los partidarios de la unión libre sostienen que las parejas que viven en concubinato muestran mayor grado de felicidad, y esto se debe a que la relación es más relajada y conviven con más humor, ya que no existe un compromiso que las ate. Esto es falso. En la unión libre la relación de pareja no es más relajada, sino más estresante. Simplemente saber que en cualquier momento el otro puede irse de la casa y sin obligaciones 
hace que se nazca en la pareja el miedo de verse abandonado, lo que se reflejará en más pleitos y discusiones.

Además a nivel sexual las relaciones íntimas se vuelven engañosas, ya que la entrega que se expresan mediante sus cuerpos no corresponde al nivel de compromiso en el que viven sus vidas ordinariamente. Con sus cuerpos se dicen "me entrego totalmente a ti para siempre" pero la realidad es otra: carece del sello de garantía de un alto nivel de compromiso, ante Dios y ante los hombres. Por eso también las relaciones íntimas de pareja no son tan satisfactorias como las de los esposos que están comprometidos realmente con el Señor y con sus hermanos.

La unión libre, en el fondo, es egoísta. Se deslinda de Dios y de la comunidad. Es un amor aislado, incompleto, sin conexión con el bien de la sociedad que todos formamos y sin articulación con el amor divino que el matrimonio representa. Por eso cuando los novios se casan por la Iglesia se piden testigos y la ceremonia es pública. La asamblea de invitados, grande o pequeña, ratifica que el matrimonio es un bien para la Iglesia y la sociedad, pero además, por ser un bien no exento de dificultades y pruebas, necesita una comunidad que ayude a los novios con un soporte espiritual.

"Yo no te pido que me bajes una estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz", canta Milanés, el trovador cubano. Más allá de la poesía hecha música, el amor verdadero y real es el que firma los papeles, el que se compromete con Dios y con la sociedad en una entrega para toda la vida. Es el matrimonio el que recibe la bendición divina. Lo otro es inseguridad.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...