miércoles, 20 de marzo de 2024

Nuestros cuerpos sufrientes


A medida en que pasan los años nos vamos haciendo personas más vulnerables en nuestra dimensión física. Aparecen nuevas dolencias, se manifiestan enfermedades, debemos de cuidarnos más de las caídas. A los sacerdotes, nuestro ministerio nos pone, con frecuencia, en contacto con el dolor del cuerpo humano.

En la visita a los hospitales, sobre todo a los que son públicos, encontramos personas accidentadas, baleadas, intubadas, enfermos terminales; muchos de ellos compartiendo la misma habitación. A veces mirar los estertores de la muerte es escalofriante, y hay que pedir a Dios que, ante la sangre y el sufrimiento, nos conceda serenidad, temple y, sobre todo, mucha caridad.

Nuestra labor sacerdotal en el confesionario y en la dirección espiritual a veces es difícil. Ahí nos encontramos con el sufrimiento que conlleva, muchas veces, el tener un cuerpo sexuado. Hay personas que sufren por traumas sexuales, por confusión de género, por deseos oscuros y adicciones. Vemos constantemente los efectos de la Revolución sexual que, desde hace unas décadas, ha trastornado el campo de la sexualidad y la familia.

Ante tantas heridas que manifiesta nuestra corporeidad, uno puede hacerse dos preguntas. La primera es si Dios es bueno. Los males físicos, sobre todo los de los bebés y niños, son la piedra de tropiezo de muchas personas que, por ese motivo, cuestionan la existencia de Dios. ¿Será entonces que tanto dolor en el mundo es obra de un Dios malo? La segunda pregunta es si nuestro cuerpo sexuado, tan vulnerable a los estragos del tiempo y del sufrimiento, tiene alguna bondad. ¿No será que nuestros pobres cuerpos son una obra defectuosa y sufriente, digna de desprecio?

La Semana Santa nos ayuda a responder ambas preguntas. Los días santos nos sumergen en el misterio de la Pasión y Resurrección del Señor. Estos días son el resumen de toda la vida de Cristo: murió y resucitó.

Los creyentes de los primeros años del cristianismo se preguntaron ¿por qué padeció Cristo? ¿por qué sufrió y murió? La respuesta de san Pablo fue "Cristo murió por nuestros pecados; fue resucitado para nuestra justificación" (1Cor 15,3-4; Rom 4,25). Y después completará la respuesta dándonos el motivo: "Me amó hasta entregarse por mí" (Gal 2,20). Y san Juan agrega: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Cristo entregó su vida por amor, y por eso afirmamos que Dios no sólo es bueno, sino es la Bondad misma. "Él nos amó primero" (1Jn 4,19).

Sin la Resurrección de Cristo no podríamos sustentar que el cuerpo es bueno. Nuestros cuerpos, hoy sujetos al deterioro, a la enfermedad y a la muerte, vistos a la luz del misterio de Cristo resucitado, recobran la esperanza de la gloria de la que un día participarán. Si por el pecado original entró la enfermedad y la muerte en el cuerpo humano, gracias a Cristo resucitado de entre los muertos, el destino último del cuerpo no es quedar dentro de una tumba, sino vivir eternamente con Cristo. "Si Cristo no resucitó, vana sería nuestra fe", dice san Pablo (1Cor 15,17).

La pérdida de fe en la Resurrección, de hecho, conduce al desprecio del cuerpo. Dejar de creer en la promesa de la resurrección de la carne lleva a irrespetar la carne. En una época en que eclipsa la fe cristiana, se oscurece también el valor que damos a la dignidad del cuerpo humano. 73 millones de abortos anuales en el mundo es una cifra escalofriante que nos descubre que hemos perdido la dimensión sagrada que tiene todo cuerpo humano; el alto consumo de drogas, la moda de piercings y tatuajes, el creer que podemos dar al cuerpo el diseño que queramos, como por ejemplo transformarlo en un cuerpo diverso al de la propia naturaleza; ello nos habla del oscurecimiento del valor que damos al cuerpo.

Aprendamos a abrazar con cariño a nuestros cuerpos, porque en ellos está presente la imagen de Dios; y a cuidar a nuestros hermanos que sufren en su cuerpo por variados motivos. Unámonos en esta Semana Santa el misterio del Cuerpo sufriente de Jesús, con la bendita seguridad de que nuestros sufrimientos nos llevan a la gloria de la Resurrección. "Llevamos en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos" (2Cor 4,10).

¡Qué misterio tan profundo encierra el cuerpo humano! La historia de la Pasión y Resurrección de Cristo está inscrita en nuestro cuerpo. Por eso el cuerpo no sólo es una realidad biológica, sino teológica. Porque narra la historia de amor más grande de todos los tiempos, la historia de Jesús de Nazaret, y la de nuestra propia Redención.

miércoles, 13 de marzo de 2024

El catolicismo y la carne


El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escandalizan del hecho de que Dios, en la persona del Verbo, haya asumido la carne. A diferencia de los templos católicos donde veneramos las imágenes de los santos, el islam, por ejemplo, no admite en sus mezquitas ninguna figura humana; los musulmanes representan la trascendencia de Alá con figuras geométricas. Para ellos afirmar que Jesús es Dios es decir una blasfemia.

Los gnósticos y las religiones orientales tampoco creen que la encarnación es posible. Piensan que Jesús es sólo un maestro, un iluminado, un yogui. Ven al cuerpo humano como la cárcel del alma. A través de una serie de reencarnaciones, el hombre debe hacer lo posible para liberarse de esas ataduras de la materia y fundir su alma en la conciencia cósmica universal, y alcanzar el nirvana.

Los cristianos protestantes y evangélicos, aunque creen en Jesucristo como Dios, tampoco toman en serio el misterio de la encarnación. Para ellos sólo la fe y la Biblia son los principios de la salvación, pero Dios nada tiene que ver con la materia de los sacramentos o con las imágenes. A los católicos nos acusan de idólatras por besar el altar, adorar la Hostia consagrada, ungirnos con óleos o creer en el poder espiritual del agua y de la sal bendita. Rechazan toda manifestación de Dios en la materia y así desfiguran el cristianismo, convirtiéndolo en una especie de gnosis bíblica, en un dualismo que separa el cuerpo del alma.

Lo más bello de nuestra espiritualidad cristiana-católica es reconocer justamente el amor que tiene Dios a la carne, y cómo la carne fue –y sigue siendo– vehículo para que Dios nos participe de su misma vida divina, y así santificarnos y salvarnos. Para el católico la carne es buena, pues "todo lo hizo bueno" (Gen 1,31). Y si el Verbo se hizo carne, nosotros, inspirados por Dios, confesamos a Cristo manifestado en la carne (1Jn 4,2); de lo contrario, el Espíritu de Dios no está en nosotros.

La separación del alma y del cuerpo es evidente en el mundo después de la revolución sexual que empezó en el siglo XX. El sexo comenzó a ser visto y tratado como mero objeto de placer, como actividad recreativa y lúdica. La pornografía, la fornicación, la prostitución, el voyeurismo y otros pecados como la fecundación in vitro o la renta de vientres, hacen esta separación. El cuerpo puede realizar actividades sexuales que son independientes del alma, y que no tienen por qué ser pecado; pero sabemos que este dualismo desemboca en la muerte, como lo enseña la evidencia.

El diablo quiere distorsionar la bondad de la creación, y quiere que veamos la carne o la materia como enemiga de Dios. Satanás se ha encargado de torcer y distorsionar todo lo que Dios hizo bueno; quiere que vivamos una vida en la que separemos el alma del cuerpo. Pero cuando el cuerpo y el alma se separan se produce la muerte. Ese es el propósito del Enemigo: llevarnos a la muerte. ¡Cuántas personas le dieron a su cuerpo todas las experiencias placenteras que quisieron y lo pagaron con una muerte prematura!

Nuestra cultura se ha quedado ciega para valorar bien el cuerpo y el sexo; no permite descubrir toda su belleza y valor. La solución a la confusión imperante en un mundo sobresaturado de sexo, y a los graves problemas de identidad sexual que están afectando a niños y jóvenes, no radica en el rechazo al cuerpo sino en la redención del cuerpo. Si el diablo está distorsionando la bondad de la creación, incluidos el cuerpo y el sexo, Cristo Jesús viene a hacer que todo recupere su gloria, su esplendor y su valor. En Cristo aprendemos a vivir una vida integrada de alma y cuerpo.

Es hermoso ser cristianos católicos. Tenemos en Cristo –encarnado, muerto y resucitado–, una visión muy positiva de la materia, de la carne y de la sexualidad, que se vuelven, en Él, vehículo para nuestra salvación.

martes, 5 de marzo de 2024

Muerte de Francia


El gobierno francés legaliza el aborto en la Constitución. Es un hecho gravísimo. Así Francia se convierte en el primer país democrático en consolidar el inexistente derecho al aborto en su Carta Magna. Existían leyes del aborto –como existen en muchos países–, pero plasmarlo en la Constitución consolida esta práctica criminal como un valor fundamental de la nación. El aborto pasa a ser parte del alma nacional, por lo que difícilmente los médicos podrán objetar en su conciencia para no practicarlo. Es simplemente demoníaco.

Los ideales de la Revolución Francesa –libertad, igualdad, fraternidad– han quedado pervertidos. La libertad nunca será posible cuando se consolida la maldad en los usos, costumbres y leyes de un pueblo. Una nación es libre cuando el bien se custodia y se promueve. Matar a un inocente jamás será un acto libre sino un inmensamente egoísta, un acto propio de los esclavos del mal.

Francia acabó con su ideal de igualdad. Las personas no nacidas tienen un trato desigual que los nacidos, trato profundamente injusto porque no se les respeta el derecho básico a la vida. Los franceses de primera clase –los nacidos– son quienes deciden si viven o mueren las personas consideradas de segunda clase, que son los embriones. Así el país se convierte en una tiranía donde regresa la siniestra práctica de la guillotina, pero ahora en el vientre materno.

¿Cuál fraternidad entonces? El no nacido deja de ser un hermano o un ciudadano cuya vida hay que respetar y promover. "Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo", dijo el Señor a Caín. ¿Qué han hecho los franceses al introducir el aborto en su Constitución? Mataron los ideales de la Revolución y cayeron en el punto más bajo de su historia.

Hubo un aplauso de dos minutos de la clase política que aprobó la decisión; salieron las feministas a hacer festejos efusivos en las calles y hasta la torre Eiffel se iluminó de manera especial para glorificar el pecado, como reconocimiento a las mujeres. Mientras que la fiesta abortista cunde por todas partes, la cólera de Dios se va hinchando contra el pueblo francés.

Cuando Moisés estaba con Dios en el monte Sinaí, el pueblo de Israel, impaciente, se fabricó un becerro de oro. La gente festejaba eufórica creyendo que ese becerro era el que los había sacado de la esclavitud de Egipto. Cuando Moisés regresó al pueblo, viendo la infamia, arrojó las tablas de la Ley sobre los hebreos, pulverizó el ídolo y se los dio a beber como castigo.

El término "cólera de Dios" no se utiliza para describir los sentimientos de furia o ira de Dios por el pecado de los pueblos. La Biblia utiliza esa expresión para hacer referencia a las consecuencias de los pecados de la humanidad. Los franceses han dejado de ser un país donde brilla la esperanza, la caída de la natalidad está en su máximo descenso y las nuevas generaciones no alcanzan a reemplazar a las viejas.

Mientras tanto, la cultura islámica ha ido creciendo lentamente en el suelo francés. Son millones de inmigrantes que hoy pueblan ese país. Basta recorrer las calles de París o subirse al metro para darse cuenta de que Francia ya no es Francia. Es un país que está siendo entregado a otros pueblos. La consolidación del derecho al aborto en la Constitución hará, paulatinamente, más trágica su situación. Esta es la ira de Dios.

Oremos por ese país y, sobre todo, por la Iglesia católica francesa, esa minoría que lucha por vivir su fe y ser fiel a Jesucristo en medio del ateísmo agresivo y del islam que va multiplicándose. Oremos también para que el tumor maligno del aborto legal no haga metástasis en nuestros países. 

Se decía en la Revolución Francesa: "Libertad, Igualdad, Fraternidad o la muerte". Eliminaron a Dios como el fundamento de esos ideales hasta que finalmente también los perdieron, y ahora van muriendo lentamente.



México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...