miércoles, 24 de abril de 2024

México, la viña y las elecciones


El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senadores. El evangelio de este domingo nos dice: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto". El sentido de una poda a nivel nacional a través de las elecciones es renovar al gobierno para cortar los proyectos que los ciudadanos consideramos que hacen daño al país, y hacer crecer los sarmientos que traerán el mejor vino para todos.

La poda de la vid es comparable al trabajo de un escultor con un bloque de mármol. El artista imagina su obra, y con el cincel quita lo que estorba a la piedra para darle forma y sacar a la vista su sueño. ¿Qué clase de sociedad mexicana está en nuestros sueños? Somos nosotros los que, con nuestro voto, ayudaremos a cincelar el gobierno que queremos. Tomemos momentos para reflexionar sobre tres aspectos de la vida pública –entre otros– que nuestros obispos consideran que son importantes para salvaguardar el auténtico progreso: el fortalecimiento democrático; la libertad de expresión y la libertad religiosa; y el Estado de Derecho y la legalidad.

Vayamos a votar por un auténtico estado laico que respete la legítima autonomía de lo temporal y valore la contribución que los creyentes hagamos a la vida pública. Fortalezcamos con nuestro voto las instituciones que garantizan los derechos humanos y las libertades fundamentales. ¿Queremos fortalecer instituciones democráticas como el INE, el TEPJF, la CNDH, el INAI y la UNAM, o queremos su debilitamiento?

Es muy importante que México tenga libertad de expresión y libertad religiosa. Un país amordazado en su opinión pública se convierte en una dictadura; un país donde las religiones no son escuchadas y a las que no se les toma en cuenta para construir el bien común, y donde incluso son perseguidas, se convierte en un sistema opresivo e inhumano que vive desconectado de la Verdad a la que todos tenemos derecho de proclamar. Pensemos, con mi voto ¿México tendrá más libertad de expresión y libertad religiosa?

Miremos el país en materia de corrupción e impunidad. Han sido décadas en las que no hemos podido quitar estos lastres. Los frutos de nuestra viña son escasos, casi nulos en estos rubros. Ocupamos, del menos corrupto al más corrupto, en una lista de 180 países, el lugar 126. Salir a votar el 2 de junio debe ser para fortalecer el Estado de Derecho que coloque límites a los abusos del poder político, así como fortalecer el imperio de la ley para incrementar la justicia recta e imparcial para todos, especialmente para los más débiles.

Para un católico votar es un deber inexcusable. El voto debe de ser bien razonado en vistas al bien común, que es crear el escenario público adecuado para que cada mexicano se aproxime, lo más posible, a conseguir una vida que le permita desarrollarse dignamente como persona humana. Y no sólo eso, sino para que la imagen de Cristo se vaya reproduciendo en cada alma que habita este país. Ese es el fin último de la vida, ese es el sueño de Dios, el gran Viñador, el divino Escultor a quien ayudaremos con nuestro voto el 2 de junio para hacerlo realidad.

miércoles, 17 de abril de 2024

Practicar yoga


Pregunta
: La Yoga, ¿Va o no va en contra de la fe Católica? Hay quien dice que si es solo para ejercitarse, no hay problema.

Respuesta: Practicar yoga es contrario a la fe católica. Ningún bautizado en Cristo debería involucrarse en ello, y todo párroco que permite esta actividad en su parroquia puede causar un serio daño espiritual a quienes acuden a hacer yoga a su iglesia.

Lo que persigue la yoga es alcanzar la unión con la divinidad que cada persona lleva dentro. Uniéndose con esa divinidad interior, la persona logra despertar la conciencia, que es un conocimiento "iluminado". A esta "iluminación" se llega por el método de la yoga.

El yoga es una práctica de una visión panteísta del mundo. El panteísmo es la creencia de que la totalidad del universo es divino. Esto es contrario a la fe cristiana, la cual afirma que el universo y todo lo que contiene no son divinos, sino criaturas Dios. El Señor está más allá de lo material.

Podemos decir entonces que el yoga es oración y liturgia panteísta. Quienes lo practican se ejercitan en extrañas posturas corporales que se combinan con ejercicios de respiración y repetición de frases misteriosas llamadas "mantras", Estas no son sino invocaciones a "deidades" que el practicante repite cientos de veces para llegar a esa "iluminación".

Nuestra liturgia católica también implica posturas del cuerpo, que son las que conocemos en la Eucaristía y en los demás sacramentos, que nos ayudan a orar y a darle alabanza a Dios, pero no para despertar nuestra conciencia cósmica universal "iluminada" en la creencia de que somos seres divinos.

Nuestra liturgia y oración es para reconocer la grandeza de Dios, así como nuestra condición de hombres y mujeres pecadores, necesitados de conversión y de la gracia divina, a fin de que la vida de Cristo se viva en nosotros. Jesús en su misericordia nos participa, con su Palabra y sus sacramentos, de los misterios de su vida.

Es muy diferente decir "Cristo, por su gracia, me va transformando de pecador en santo y habita en mí" a decir "yo soy Dios y con estas posturas, respiración y mantras libero mi ser divino, ilumino mi conciencia y llego a fundirme en la divinidad del universo". El yoga es todo lo contrario a lo que el cristianismo católico profesa. Podemos decir que es una práctica radicalmente opuesta a nuestra fe.

El ideal del hombre, según la visión del yoga, es vivir ensimismado, con el estado de conciencia alterado para llegar a no sentir nada: ni el cuerpo, ni hambre, ni dolor, ni placer, ni la respiración, ni el medio ambiente y así, a través de una serie de reencarnaciones, se pueda llegar a ese "cielo" llamado nirvana. En una palabra, el yoga aniquila al hombre.

El ideal del hombre cristiano católico es vivir para el servicio a Dios y a los demás con el Reino de Cristo en el corazón, en una lucha permanente contra el pecado, aprendiendo a amar y a sufrir por Jesús y así, un día, por pura gracia de Dios, resucitar con Cristo y vivir en el Cielo. No son los mantras los que nos llenan el alma, sino el fuego de la Palabra de Dios y de los sacramentos.


Practicar yoga abre las posibilidades para que ocurra una acción extraordinaria demoniaca. La práctica de bajar la respiración, poner la mente en blanco y recitar mantras a divinidades extrañas puede desembocar en posesión diabólica, como se ha demostrado en personas que lo han practicado en etapas avanzadas.

Para ejercicios corporales, de relajación y de estiramiento, te recomiendo muchos programas buenísimos de fitness que se ofrecen a través de varias aplicaciones, y sí descartar definitivamente al yoga de tu vida.

sábado, 6 de abril de 2024

Domingo: Misa y familia


Dos instituciones entrañables dan estabilidad y sentido a la vida. Ellas son la familia y el domingo. Las vidas de muchos de nosotros no sería tan feliz sin estos dos regalos que el buen Dios nos ha concedido. Son patrimonio de la humanidad y, especialmente, de los cristianos. No tengo otro día favorito de la semana sino el domingo por un simple motivo: el domingo es mi cita más importante con Dios y con mi familia. Son el Señor y mi familia quienes reparan mis fuerzas para seguir adelante. De ellos obtengo el Espíritu y la paz.

El trabajo es un regalo de Dios; siempre he valorado el trabajo como fuente de creatividad, de disciplina, de productividad, de colaboración en equipo. Trabajar me entusiasma y no podría concebir mi vida en la pereza o el desánimo. Sin embargo el trabajo encierra el peligro de enajenarnos y de despojarnos del sentido último de nuestra actividad.

Tengo amigos que trabajan más de doce horas diarias durante los siete días de la semana. Viven estresados y en una permanente queja de lo mal que está la situación económica; pero por lo general ellos tienen serios problemas en sus familias. Trabajan a lomo partido porque creen que proveyendo de bienes materiales harán feliz a su mujer y sus hijos, pero raramente pasan tiempo con ellos.

Dios, en su sabiduría, hizo su obra creadora en seis días, y al séptimo descansó: 
Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado (Gen 2,3). Ese bendito día de descanso, que para los judíos es el sábado y para los cristianos es el domingo –día de la Resurrección de Cristo– nos lo ha dejado Dios para que hagamos un alto en el trabajo de la semana y aprendamos a reparar nuestras fuerzas en Él.

Luego de hablar y escuchar tanta palabrería de lunes a sábado, el domingo nos ofrece la Eucaristía –Muerte y Resurrección de Cristo– que nos trae la palabra más importante de todas: el agua de la Palabra de Dios. Escucharla nos permite verificar si estamos en el camino recto y si nuestra vida tiene su adecuada orientación. Comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor nos hace renovar la alianza que tenemos con Él. Esta participación en la Misa dominical trae la verdadera libertad a la vida.

La misa dominical es un precepto de la Iglesia: dice la Carta a los Hebreos: “No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente” (Hb 10, 25). Exhortaba Pseudo Eusebio de Alejandría: “Venir temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración; asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida. Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos".

Aunque para los sacerdotes es uno de los días de la semana más intensos de trabajo –suelo celebrar tres o cuatro misas dominicales–, el domingo es fiesta, gozo, descanso. Descansamos en la Palabra divina, pero además nos alegramos en la comunidad que nos fortalece. Para nosotros la parroquia es nuestra gran familia. Vernos, encontrarnos, saludarnos, compartir la fe y conversar nos fortalece y repara. Es el día en que muchas personas del barrio se encuentran en comunidad y fortalecen lazos de amistad. El domingo es fiesta que rompe el anonimato que tanto nos afecta.

Tengo un recuerdo muy grato de mi infancia, y es que mis padres jamás faltaron a misa los domingos. Asistíamos en familia, o bien mientras papá nos llevaba al templo, mamá se quedaba a cuidar a un hermanito bebé; pero era impensable que faltaran a la Eucaristía. Me alegro mucho cuando veo niños en el templo –aunque lloren– porque sus papás están haciendo el esfuerzo de inculcarles el amor a la Eucaristía y la centralidad que ella tiene en la vida cristiana.

Hoy cada domingo, después de haber estado con mi familia parroquial, suelo pasar la tarde en una buena comida con mi madre, mis hermanos y sobrinos. Eso alegra mi corazón. "¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos" (Sal 133,1). Con tanto cariño y nostalgia recuerdo también las reuniones de familia los domingos en la granja de mi abuelo, así como cuando mi papá me llevaba a los toros en la Plaza Monumental de mi ciudad. Otros iban al fútbol, al béisbol o a la lucha libre. Es estupendo disfrutar en familia de algún deporte que nos guste y reunirnos en los estadios o lugares públicos de espectáculos; es necesario para evitar la fatiga y el estrés. Pero hemos de tener cuidado de que el domingo no pierda su significado de "Día del Señor" y se transforme en un día de pura evasión. Cuando esto sucede, quedamos prisioneros de horizontes muy estrechos que nos impiden ver el cielo, como escribió san Juan Pablo II.

Algo que el domingo nos invita a hacer son obras de caridad por alguien que pasa necesidad. Enseña Jesús: "Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 25,40). El domingo muchos servidores de la parroquia imparten catecismo a niños, jóvenes y adultos; además se hacen despensas que se reparten a personas en necesidad. Visitar a algún enfermo o a alguien que está solo –un familiar o amigo– son obras de misericordia que podemos hacer y que nos recuerdan que la caridad es la que da contenido a la vida, porque "Al atardecer de la vida seremos juzgados por el amor", predicó san Juan de la Cruz.

"Este día está consagrado al Señor, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis" (Neh 8,9). Dios nos conceda redescubrir siempre el tesoro espiritual que es el Domingo, día de Dios y de la familia. Si lo disfrutamos con toda su riqueza cristiana, nos estaremos preparando para entrar al Día del Señor –al gran Domingo de la eternidad– cuando Él nos llame a su presencia.

viernes, 5 de abril de 2024

Reflexiones sobre el eclipse de sol


Ante el eclipse que veremos el 8 de abril en buena parte del hemisferio norte de la Tierra, los cristianos hemos mirar este fenómeno astronómico como de hijos de Dios que se asombran ante las obras maravillosas del Padre celestial, y no como evento de mal agüero.

1. Precisión de las leyes del universo
El 11 de julio de 1991, Jacobo Zabludovsky informó sobre el eclipse total de sol que se manifestó en México aquel día. Y anunció: “Esto que estamos viendo no ocurrirá de nuevo, sino hasta el 8 de abril del año 2024 para los habitantes de la República Mexicana", dijo el periodista. Y así fue.

La NASA ha anunciado que el próximo eclipse total de sol será el 30 de marzo de 2052. Esta precisión de los astrónomos para predecir los eclipses es una muestra del orden asombroso que existe en el Universo. Las leyes que rigen el cosmos son tan precisas que se pueden anunciar fenómenos a siglos de distancia. ¿Cómo es posible tanta precisión? ¿De dónde viene ese orden cósmico?

2. Una mirada contemplativa
La belleza y majestuosidad que observamos, desde los fenómenos astronómicos como son las galaxias, cometas, estrellas y eclipses, hasta en los mínimos detalles que tiene la creación visible en el reino vegetal y animal provocan, en el hombre humilde, un sentimiento de estupor. Por eso el salmista exclama admirado: "Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Sal 18,2).

Enseñaba en sus catequesis san Cirilo de Jerusalén: "Haría falta que los hombres se asombraran de admiración, no sólo por la creación del sol y de la luna, sino también por el coro tan bien ordenado de los astros y sus rotaciones libres de impedimentos y las amanecidas de cada uno a su tiempo; y cómo unos son signos del verano, mientras que otros lo son del invierno; cómo unos muestran el tiempo propicio para la siembra, y otros el comienzo de la navegación".

El eclipse del 8 de abril nos invita a reconocer que la gloria de Dios se manifiesta en la naturaleza. Dice san Pablo que "los atributos invisibles del Señor, como su poder eterno y su divinidad, se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo por medio de sus obras" (Rom 1,19-20). El alma abierta a la contemplación de la creación puede descubrir la huella de su Autor. "Sólo el hombre necio se extravía en sus razonamientos y su mente queda en la oscuridad" (Rom 1,21).

3. Las estrellas no prevén el futuro
En sus cartas, san Agustín enseñaba la utilidad que podemos tener a través de la observación de los astros. Nos sirve para descubrir las cualidades del aire, cosa muy útil para los agricultores. Así también los navegantes observan los astros para orientarse, y hacemos alusión a las estrellas para describir realidades metafóricamente. "Pero todo esto –decía el santo– es cosa muy diferente de esas otras vanidades de los hombres, que observan la posición de los astros, no para averiguar la condición del aire, ni la dirección del rumbo, ni la semejanza con realidades espirituales, sino para descubrir los sucesos fatales de las cosas". No atribuyamos, entonces, propiedades mágicas a los eclipses.

Ante los fenómenos astronómicos no faltan los falsos profetas que tratan de interpretarlos haciendo pronósticos fatalistas, y que engañan anunciando calamidades que se avecinan. Es una franca tontería creer en los horóscopos, o tener miedo a los eclipses, al paso de los cometas, a las lluvias de meteoros, a las lunas rojas o a la conjunción de los planetas. Son fenómenos en los que no está escrito nuestro destino. Tampoco están hechos para hacernos temblar de pavor, sino para suscitar asombro y elevar el alma en alabanza hacia Dios Creador. Mientras que en otras culturas al sol y a la luna se les ha visto como deidades, el cristianismo las contempla como criaturas buenas que reflejan la belleza de Dios, su creador, y que sirven a sus designios.

4. Dios cuida el firmamento y la vida de los hombres
Si los fenómenos atmosféricos nos parecen asombrosos, recordemos siempre que en el centro de la creación visible está el hombre: "Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?" (Sal 8,4-5). Somos, la raza humana, la obra cumbre de la creación y su imagen en el universo visible.

En una catequesis sobre el salmo 18, enseñaba san Juan Pablo II que así como Dios ha puesto un orden en el cosmos y cuida de su creación, Él nos custodia con su Palabra: "Dios ilumina a la humanidad con el fuego de su Palabra contenida en la Revelación bíblica". Si el sol con su luz alumbra el universo como una epifanía cósmica de Dios, la Palabra divina también tiene rasgos solares: "Los mandamientos del Señor son luz de los ojos" (Sal 18,9). Estamos protegidos por Dios que con su Palabra conduce a la humanidad hacia su último fin: entrar en los cielos nuevos y la tierra nueva.

Para los cristianos sea el eclipse una figura del misterio de Cristo, que como Sol hace su salida de la oscuridad del sepulcro para entrar en la vida plena de la Resurrección.

México, la viña y las elecciones

El próximo 2 de junio habrá una gran poda en México. Son las elecciones para elegir al presidente de la república, a los diputados y senador...