miércoles, 31 de octubre de 2018

Mi bautismo en una placa

Hace unos días recibí como un regalo de monseñor Isidro Payán un cuadro con mi acta de bautismo estampada en una placa dorada. Me la entregó como signo de gratitud por la organización de los festejos de los 350 años de la Misión de Guadalupe, evento en el que él fue conferencista. El acta está firmada por él mismo, ya que fue quien me recibió en la pila bautismal de la Misión, hace más de 55 años, para derramar sobre mi cabeza el agua bendita y ungirme con el óleo perfumado.

El detalle de monseñor Payán me ha conmovido y me ha hecho reflexionar. En mi vida he recibido certificados escolares y universitarios, nombramientos en cargos de la Iglesia y reconocimientos por participar en ciertos eventos. Sin embargo mi boleta de bautismo es el documento que supera a todos. Mi constancia de ordenación sacerdotal, aunque muy importante, es secundaria. Por ser mi pasaporte para ir al Cielo, he puesto la placa bautismal colgada en la pared de mi oficina, junto al cuadro de la Virgen.

Observo el documento y descubro en él el regalo de Dios más grande. Al mismo tiempo mirar la placa me roba la tranquilidad. Trae una fecha: 14 de septiembre de 1963. Fue el día en que recibí el don inigualable de ser cristiano. Desde aquel momento inició un camino del que alguna vez me salí para emprender mi propia búsqueda, pero al poco tiempo regresé, como un necio derrotado, al Dios que desde siempre me había amado.

Hay personas que miran su certificado de Bautismo como un documento necesario para recibir los otros sacramentos, pero que no les exige un cambio interior. Otros, en cambio, lo han olvidado por no considerarlo importante para sus vidas. Si antes esa fue mi experiencia, hoy no la es. Jesús me habla por ese bendito papel y me invita a escuchar, a poner atención y buscar comprender: Dios es único. Todo el mundo, con todos sus tesoros, no vale lo que vale Dios. Entonces lo único necesario en la vida es amarlo con todo lo que nos ha dado: mente, corazón y fuerza. Esa es la fuente de la fe y la alegría, el secreto de una vida feliz.

Decía que el bautismo es el pasaporte para ir al Cielo. Sin embargo todo pasaporte, para ser válido y poder entrar en tierra extranjera, debe estar vigente. ¿Cómo mantener en regla la fe bautismal, si no es por vivir en la gracia de Dios? Pero también Jesús nos responde cuando nos dice: "Ama a tu prójimo". En efecto, no bastan las buenas intenciones ni las declaraciones de amor al Señor. A Dios se le ama con los hechos y por eso nos espera en los hermanos. Nuestra bondad se debe ir convirtiendo en la bondad misma de Dios. Él es amor y nos pide amar, y el prójimo es el espacio para nuestra caridad todos los días.

Mi boleta bautismal tiene un sello que dice "Parroquia de Guadalupe Catedral, Ciudad Juárez Chih." Pienso que cuando llegue el momento supremo y decisivo de la muerte tendrá que tener muchos timbres, por delante y por detrás, como el pasaporte que nos van sellando en la medida en que pasamos por diversos países. Aquí se trata de las obras de misericordia, de los actos grandes o pequeños de amor que hagamos por Dios y por los hermanos.

No bastan obras de caridad con los amigos, los parientes ni los demás cristianos. No es suficiente que ellos nos pongan su sello. El prójimo es toda persona a la cual yo pueda llevar el amor y la bondad, independientemente de las gracias que pueda darme. Los sellos más difíciles de conseguir, pero los más meritorios, son los que nos van poniendo las personas que nos han hecho daño, aquellos que más nos han ofendido. Ellos son más prójimo que quienes nunca nos lastiman, porque con ellos nuestra caridad se vuelve un regalo sin intereses. Sólo a ellos podemos amar gratuitamente. Jesús lo decía con otras palabras: “Si aman solamente a aquellos que los aman a ustedes, ¿qué mérito tienen?

Por esos motivos miro con devoción y con temblor, colgada en mi pared, la placa que monseñor Payán me ha regalado. Me recuerda a qué precio mi pobre vida ha sido comprada. Es amor y responsabilidad que me interpela. Es un trofeo y una desafiante misión.

jueves, 25 de octubre de 2018

Se abrirán los ojos de los ciegos

Cuando llegaron los franciscanos a fundar la Misión de Guadalupe en 1659, ocurrió un segundo milagro guadalupano. Los pueblos indígenas de la Gran Chichimeca que habitaban la región Paso del Norte -hoy la región de Ciudad Juárez- habían sido tribus que, como los aztecas en el centro del país, eran adoradores del sol. Fue la presencia de la Virgen morena presentada por los frailes, toda ella revestida del sol de Dios, la que hizo posible la cristianización de los indios. El resplandor de la Señora del Tepeyac abrió los ojos de aquellos pueblos paganos quienes empezaron a conocer los secretos divinos y las promesas reveladas por Dios: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida".

Muchos viven hoy marginados de la revelación cristiana porque la conocen poco o la rechazan. Están simbolizados por el ciego del evangelio, que viviendo bajo el resplandor del sol, permanecía, sin embargo, en tinieblas interiores. Hace unos días, Lorena Villavicencio, diputada federal de Morena, lanzó una propuesta para despenalizar el aborto en México y otorgar amnistía a las personas que se encuentren en la cárcel por ese delito. Envuelta en la más densa oscuridad moral y espiritual -ella y quienes apoyan la iniciativa- han perdido la esencia del socialismo que profesan, que es la defensa de los inocentes y los pobres, en este caso, la defensa del ser humano no nacido. Cuando al mal se le llama bien, y al bien se le llama mal, la sociedad se sumerge en un abismo oscuro donde no llega ni el más tenue rayo de sol.

Sin embargo, quienes vivimos desde hace mucho tiempo bajo el sol del cristianismo, podemos sufrir de fuertes cegueras morales y espirituales. No vemos nuestras deficiencias, límites ni errores, los pecados y vicios. Somos miopes frente a los beneficios recibidos de Dios y de los hombres. No tenemos ojos para los necesitados y sufrientes. Tampoco tenemos una idea clara de nuestros deberes como la tenemos de los derechos. Los juicios para las personas los hacemos por simpatía o antipatía, mientras nos jactamos de nuestros méritos. La ira y las pasiones nos ciegan.

Así las cosas, mientras los mexicanos pedimos clemencia a las autoridades de inmigración de Estados Unidos por nuestros paisanos indocumentados, y nos volcamos en maledicencias e improperios contra Donald Trump por sus duras políticas migratorias, paradójicamente endurecemos nuestro corazón contra los inmigrantes centroamericanos y los tratamos como sujetos indeseables en el país. Es en México donde los migrantes la pasan muy mal, peor que con los vecinos del norte. Las caravanas de hondureños que amenazan con atravesar el país y llegar a la frontera, nos asusta. Algunos les aterra.

Este domingo hemos de pedir a Jesús con humildad, como el ciego del Evangelio, que podamos curar nuestros ojos para poder ver la realidad como Dios la mira. Don José Guadalupe Torres Campos, nuestro obispo, nos invita a abrir los ojos del alma para descubrir en cada guatemalteco, hondureño o salvadoreño a un hijo de Dios y un hermano que pasa necesidad. Nos anima a abrir las parroquias y comunidades para dar ayuda, consuelo, orientación e incluso hospedaje, a los migrantes que toquen a la puerta. Sin duda la llegada masiva de inmigrantes es un problema que debe resolver, principalmente, el gobierno; sin embargo la Iglesia no puede quedarse de brazos cruzados ante una necesidad tan apremiante. Nos corresponde desplegar la virtud suprema de la caridad.

Pidamos al médico divino que nos aclare la visión, cure nuestra ceguera y nos conceda contemplar el mundo de Dios, de los hombres, de nuestra propia persona y del universo creado con la mirada de la sabiduría humana y de la fe divina.

jueves, 18 de octubre de 2018

Empuje misionero en Ciudad Juárez

Ser parte de la organización del Rosario Viviente 2018 me ha permitido ver, una vez más, la fuerza y el entusiasmo de los laicos en la evangelización. El tiempo invertido en la planeación y organización del evento se ha convertido en un motivo grande para dar gracias a Dios por la pujante Iglesia de Ciudad Juárez de la que formamos parte los sacerdotes, el obispo, los religiosos y laicos. Tanta generosidad y sacrificio en horas de servicio, así como en donativos en especie, me hacen descubrir la presencia de Jesús que dice “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. Es emocionante y conmovedor entrever, entre tantos fieles comprometidos en el servicio, la presencia del Hijo del hombre “que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por una multitud”.

Además del Rosario Viviente, a través de los festejos de los 350 años de la Misión de Guadalupe, he podido contemplar el heroísmo de nuestros antepasados, que en 1668 consagraron este templo, el cual es hoy la piedra angular de la región Paso del Norte, conformada por Ciudad Juárez, El Paso Texas y Las Cruces Nuevo Mexico. Fray García de san Francisco y los primeros frailes franciscanos, lejos de buscar los primeros puestos, bebieron del cáliz del Señor y recibieron su bautismo. Los mártires de nuestra región asesinados durante las rebeliones de los indios, así como las crisis y resurgimientos que ha tenido nuestra ciudad, expresan el itinerario de muerte y resurrección que ha tenido su historia. En medio de 350 años, la Misión de Guadalupe permanece como un signo de la presencia silenciosa de la Iglesia que sirve y contagia la esperanza sobrenatural.

A los sacerdotes, religiosos y laicos que integramos la Iglesia de Ciudad Juárez, el Señor nos sigue preguntando: “¿Podrán beber el cáliz?” Se necesita dar una respuesta generosa y audaz como la de Santiago y Juan: “Sí podemos”.

Este domingo es el Domingo Mundial de las Misiones. Los católicos de esta región, históricamente recibimos el catolicismo de los frailes franciscanos y estamos ligados a la Misión de Guadalupe por ser la iglesia madre de todas las parroquias. Celebrar 350 años de la consagración de la Misión no es sólo recordar al edificio más antiguo de la ciudad, sino agradecer a Dios por la inmensa labor que el Espíritu Santo ha realizado aquí a través de la evangelización. Pero es también renovar nuestra vocación misionera que hemos recibido con el Bautismo. La violencia y la barbarie siempre es una amenaza que nos exigen a todos dar respuestas creativas, cada uno según su propia condición. Hay quienes se sienten llamados a ser misioneros en tierras lejanas; a otros Dios les invita al sacerdocio diocesano o a la vida religiosa; a la mayoría le pide misionar dentro de sus familias y, a todos, a orar y a ofrecer sacrificios por la misión que como Iglesia en Ciudad Juárez tenemos.

Las festividades de la Misión de Guadalupe nos enseñan a trabajar por crear una cultura del encuentro. Durante los eventos he podido conocer a personas que no son católicas, a católicos no practicantes, incluso a algunos ateos. Todos ellos han dado sus aportaciones porque la Misión de Guadalupe transmite un mensaje más allá de lo religioso. La Misión es un lugar de encuentro entre culturas, entre lo indígena y lo español, entre lo sacro y lo profano. Crear la cultura del encuentro es abrirnos a la enseñanza entre unos y otros, al diálogo, a la escucha respetuosa, al servicio a los necesitados, a la construcción de puentes entre los ricos y los pobres. En el encuentro con personas de diversos credos y condiciones la Iglesia no está para buscar posiciones de privilegio o para afirmar su dominio, sino para servir a todos e invitar a todos, con humildad y sencillez, al encuentro con Jesucristo.

Nunca nos cansemos de ser misioneros. Sigamos contagiando esperanza en nuestras familias, barrios y comunidades. Nos ha llamado el Señor para santificarnos y enviarnos a anunciar el Reino de Dios, a fin de que todos seamos su Pueblo santo. Sólo desde la misión podemos comprender el camino de la historia de la humanidad y dar sentido a nuestro ser en el mundo.

jueves, 11 de octubre de 2018

Arraigo, amor e identidad

Se dice que los juarenses, por vivir en la frontera, carecemos de historia y de cultura. Dicen que nos falta arraigo e identidad. Eso es falso. Quienes conocemos un poco de los cuatro siglos de historia de la región Paso del Norte descubrimos que nuestro pasado es glorioso y muy digno de ser narrado. Si en algunos existe falta de amor a la propia tierra se debe, en buena parte, a la falta de conocimiento de su propia historia. Por eso es conveniente que la historia de Ciudad Juárez se cuente en temas a los grupos juveniles de nuestras parroquias, así también incluirla como materia de estudio en planteles escolares.

Esta semana el obispo José Guadalupe inauguró la muestra fotográfica “La Misión de Guadalupe, edificio ícono y representante de Ciudad Juárez”. La exposición está en el Instituto de Ciencias Sociales y Administración de la UACJ y consiste en 36 fotografías que muestran el paso del tiempo por el edificio más antiguo de la ciudad. Hemos también inaugurado una exposición urbana de fotografía en el atrio de la Catedral y de la Misión, para que locales y foráneos conozcan más nuestra historia. Esta muestra durará algunos meses para luego abrir otras exposiciones.

Los festejos por los 350 años de la Misión de Guadalupe --la Eucaristía, conferencias, mesas redondas, conciertos y muestras fotográficas--  tienen el propósito de contribuir para que los habitantes de Ciudad Juárez despertemos el amor, el arraigo y la identidad por nuestra región fronteriza. La contemplación del pasado debe inspirar nuestro presente y ayudarnos para heredar una mejor ciudad a las próximas generaciones.

El amor se despierta a través de la contemplación. Contemplar es conocer, es mirar atentamente un espacio, como en un templo, para descubrir lo divino. Un templo en medio del desierto, la única parroquia del norte de México y sur de Estados Unidos por más de 250 años, ¿qué nos dice hoy? Fray García de San Francisco y los primeros franciscanos que aquí habitaron, vieron un signo de los tiempos en tantas tribus indígenas que vivían en las riberas del Río Bravo, y así les ayudaron a organizar su vida según el Evangelio. La Misión de Guadalupe representó un lugar para vivir, orar, trabajar y hacerlo todo con la mirada puesta en Dios. Era un lugar que daba un orden humano y cristiano al mundo inhóspito de aquel tiempo. Era toda una escuela de humanidad y de vida cristiana entre las tribus bárbaras del norte, que no sólo trajo nuestra santa religión, sino que creó economía, urbanización y cultura.

Desde 1668 hasta 2018 han pasado 350 años y el mundo ha cambiado. Ciudad Juárez es hoy una urbe gigante de casi un millón y medio de habitantes. Nuestro modo de vivir, de pensar y de actuar puede hacernos creer que las cosas son muy distintas. Sin embargo no es así. Seguimos siendo hombres, siempre anhelantes de felicidad; hombres que aman, trabajan, luchan, lloran y sufren, y que buscan sentido para sus vidas. Tenemos las mismas necesidades fundamentales que los pobladores de Paso del Norte del siglo XVII.

En medio de una barbarie que ha tomado formas distintas, los juarenses queremos vivir con sabiduría, paz espiritual y santidad. La Misión de Guadalupe nos enseña cómo podemos buscar sinceramente a Dios, y cómo podemos organizar nuestra agitada vida con la mirada puesta en el Señor. Que el primer edificio histórico de la región nos siga llevando a colocar a Dios como el centro de nuestras vidas.

miércoles, 3 de octubre de 2018

350 años de la Misión de Guadalupe

En los primeros meses de este año me reuní con José Mario Sánchez Soledad, el doctor Tomás Cuevas de la UACJ y su esposa Isabel para planear la celebración de los 350 años de la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe, en este 2018. José Mario ha sido un buen amigo mío y devoto católico, apasionado de la historia, los toros y la ópera. Conocedor los hechos que conformaron nuestra región Paso del Norte, escribió el libro `La historia oculta de Ciudad Juárez´-aún no publicado- en el que describe sucesos, asombrosos para muchos, que marcaron nuestra ciudad sobre todo durante sus primeros 200 años.

Tomás Cuevas tiene un doctorado en turismo en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, donde también es profesor. Lo conocí el año pasado en el restaurante propiedad de José Mario, en una conferencia de la señora Adair Margo, esposa del alcalde de El Paso Texas. Ligado a la fundación Tom Lea de El Paso Texas, que preside la señora Margo, Tomás Cuevas también es un conocedor experto de nuestra región. Junto con su esposa Isabel Zizaldra, el diseñador gráfico Josué Nazaret y Luis Carlos González, nos dedicamos a la tarea de planear los festejos del que es el edificio histórico más importante de Ciudad Juárez, El Paso y Las Cruces.

Algunos se preguntan qué es lo que estamos celebrando exactamente, ya que la fecha de fundación de Ciudad Juárez fue en 1659, es decir, hace 358 años. No celebramos la fundación de la ciudad sino la Dedicación de la Misión de Guadalupe. La dedicación de una iglesia es una ceremonia solemne que celebra el obispo cuando termina su construcción. En ella se dedica o se consagra el templo para el culto público, y todo lo que contiene: el altar, la pila bautismal, las cruces, las campanas y las imágenes y las estaciones del viacrucis. La iglesia que se dedica debe tener un titular como la Santísima Trinidad, Jesucristo o la Santa Virgen bajo una advocación o un misterio de su vida, los ángeles o alguno de los santos. Fue en 1668 cuando la Misión dejó de ser un oratorio para ser un estupendo templo franciscano consagrado a Nuestra Señora de Guadalupe.

Celebrar estos 350 años de la Misión tiene un hondo significado para los juarenses, católicos y no católicos. Durante este mes de octubre, historiadores y amantes del arte y la cultura tendrán la oportunidad de ahondar en los orígenes del desarrollo de la región Paso del Norte. A través de conferencias y paneles, expertos en la historia regional reflexionarán sobre las lecciones que nos deja la Misión de Guadalupe para proyectar el futuro. Una serie de conciertos y recitales adornarán culturalmente el programa, además de dos exposiciones de fotografías.

Para los católicos, lo más importante de celebrar 350 de la dedicación de la primera parroquia de la ciudad es redescubrir las raíces religiosas que dieron origen a Ciudad Juárez, El Paso y Las Cruces. Tenemos una historia sagrada qué contar a nuestras futuras generaciones. La mano de Dios intervino en los pueblos de este desierto para asumirlos como Su pueblo, la Iglesia. La historia de Paso del Norte es, antes que cualquier otra cosa, una historia de salvación. 

Jean Corbon decía: “Sólo la fiel memoria del pasado puede asegurar la buena orientación del futuro”. Si nos olvidamos del Evangelio que llegó a esta región para transformarla, nuestro futuro carecerá de rumbo y dirección. Los 350 años de la Misión de Guadalupe deberán ser, para el Pueblo de Dios en Paso del Norte, una re-lectura espiritual de nuestra historia para identificar los caminos de Dios, e impulsar la misión de la Iglesia: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda criatura”. 

El catolicismo y la carne

El aspecto más distintivo del cristianismo sobre otras religiones es la encarnación de Dios en la raza humana. Las demás religiones se escan...