jueves, 19 de marzo de 2015

Ambrosio y Lucrecia: ¿Es penoso hablar de sexo?

Querida Lucrecia, te preguntas por qué cuando aparece en la televisión una escena de sexo y están tus padres y tus hermanos presentes, sientes pena o vergüenza y quieres cambiar de canal. Es normal que esto suceda. Yo recuerdo haber ido al cine con mis padres y, cuando salía alguna escena con sexo explícito, yo sentía una gran incomodidad. No te preocupes, no hay nada raro en ti ni en mí por experimentar esos sentimientos de pudor. Hace tiempo escuché a una madre de familia que me decía, con mucho pesar, que su niña de ocho años de edad se sentía muy mal cuando algún maestro, en clase de sexualidad, les hablaba del uso del condón. ¡Pobres criaturas! Mira que a esa edad escuchar esos temas no es sino violentar la conciencia de los niños y destruirles, en parte, su infancia.

Pero bueno, Lucrecia, te decía que sentir vergüenza es normal porque así nos hizo Dios. Hablar de sexo abiertamente es penoso porque el sexo es algo privado. Y es privado porque tiene algo de sagrado. La palabra 'sacro' o 'sagrado' significa 'puesto aparte'. Algo es sagrado cuando es tan bueno y santo que debe ser colocado en un lugar especial. En el Antiguo Testamento, el Arca de la Alianza fue colocada dentro del Templo de Jerusalén en un lugar llamado 'el Santo de los Santos', en donde únicamente entraba el sumo sacerdote una vez al año. Fíjate en la Misa, cuando el sacerdote consagra la Hostia, Cuerpo de Cristo, es puesta en el altar, que es sagrado, y después de la misa se reservan las Hostias dentro del tabernáculo.

El sexo es también sagrado, querida Lucrecia. Dios lo diseñó para intervenir Él mismo en el acto de amor de los esposos, el acto conyugal, para crear nuevas vidas humanas. Eso quiere decir que el sexo es algo muy bueno, muy importante, bello, privado y muy sagrado. Dios quiere, entonces, que el sexo tenga un lugar especial dentro de nuestras vidas. No podemos hablar de sexo como hablamos de fútbol o de recetas de cocina. Ese sentimiento de vergüenza se llama 'pudor', y Dios lo puso en nuestra naturaleza humana para recordarnos que la sexualidad es sagrada y debe ser custodiada dentro del matrimonio, su lugar natural.

¿Hemos de considerar el pudor como un sentimiento del pasado y desinhibirnos para exhibir las intimidades sexuales o hablar de ellas? De ninguna manera, Lucrecia. El pudor es un regalo de Dios, un instinto propio de la dignidad espiritual del ser humano. Es un recordatorio de la sacralidad de la sexualidad humana que aparece con el despertar de la conciencia. De esa manera Dios protege nuestra propia sexualidad para evitar que las fuerzas sexuales, que son para expresar el amor en el matrimonio, se corrompan y obstaculicen el desarrollo de la personalidad.

La cultura en que vivimos busca acabar con el pudor y la sacralidad del sexo. La gran cantidad de mensajes sexuales que recibimos para desinhibirnos han ido engendrando una sociedad de personas tristes, de cuerpos sin alma. Al perder el sentido del pudor en el lenguaje, en el vestir, en el obrar, se pierde también el sentido del cuerpo, que sólo se vuelve materia para ser poseída, disfrutada, usada, abandonada. Y al final una gran tristeza y un enorme vacío. En cambio una visión del sexo como algo íntimo y sagrado, protegido por el pudor, es el camino del amor real, la vía de la armonía entre cuerpo y espíritu.

Algunas personas tienen temor de que el pudor pueda afectar las relaciones sexuales en la vida matrimonial. No te preocupes por eso, Lucrecia. San Juan Pablo II escribió sobre cómo el pudor es absorbido por el amor dentro del matrimonio. El amor que un día sentirás por tu esposo en tu noche de bodas, y tu deseo de entregarte a él completamente, será mucho más fuerte que cualquier pena que tú pudieras haber sentido antes.

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