sábado, 4 de abril de 2015

De las tinieblas al glorioso domingo

La semana pasada el mundo quedó fuertemente impresionado por la decisión aparente que tomó Andreas Lubitz, el copiloto que hizo estrellar el avión de Germanwings contra una montaña de los Alpes. Nos preguntamos ¿qué misterios puede esconder la mente humana para cometer la locura de suicidarse, asesinar a 150 personas y provocar tantos destrozos emocionales en los familiares? Se dice que desde años Lubitz tenía crisis existenciales que lo mantenían en esos oscuros estados depresivos. Parece que la vida, para el copiloto, era un absurdo. Ese muchacho me ha recordado, de alguna manera, a Judas Iscariote, que por rechazar la cruz terminó crucificando al Maestro y, en su desesperación, se colgó de un árbol. Dios se apiade de su alma.

El viernes santo también, para los seguidores de Jesús, fue un día absurdo. Las tinieblas lo envolvieron todo y después, una gran piedra tapó el sepulcro. Ahí terminaba la aventura de Jesús de Nazaret. Los sueños se estrellaban ante la cruda realidad de la muerte, los ideales desaparecían como humo. El miedo se apoderaba de los discípulos y sus esperanzas se hacían añicos.

¡Cuántos hoy viven el misterio del viernes santo! Las familias de los muertos por el avionazo, las personas que tienen hijos desaparecidos, aquellos que viven con familiares secuestrados, las comunidades cristianas asediadas por el Estado Islámico y tantos millones de personas que, alrededor del mundo, habitan en tierra del miedo y de la angustia. Pero también muchos de nosotros: quienes nos resistimos a envejecer, aquellos que su enfermedad les parece insoportable, los que lloran por la soledad. Y aunque el dolor lastime nuestro corazón, hoy hemos de levantar nuestras cabezas y dejar de mirar nuestros sepulcros para contemplar la gloria de Jesucristo resucitado.

Martín Descalzo dice que hay dos maneras de entender la resurrección. La primera es la resurrección de Lázaro. El hermano de Marta y María regresó a la vida por un milagro de Jesús. Volvió a ser el mismo, revivió con su cuerpo y alma. Se encadenó de nuevo al tiempo para continuar su proceso de envejecimiento en la cotidianidad de la vida hasta que finalmente murió para no volver jamás.

La resurrección de Jesucristo fue totalmente diferente. No fue regresar a este mundo sino entrar en el nuevo mundo. Era Él, pero no era Él. Es decir, Jesús era el mismo, conservó su identidad pero su condición era diferente. No sólo estaba vivo sino que era el Viviente. Con su resurrección entró en la eternidad, ahí donde no existe el tiempo, inaugurando una nueva humanidad. Por eso se dice que, mientras la resurrección de Lázaro fue un milagro, la de Jesús fue un misterio.

Desde aquel Domingo de Pascua, millones y millones de personas afirman que Jesucristo está vivo y obra en el mundo. ¡Ha resucitado! Un fantasma pronto habría sido olvidado en dos mil años de historia. En cambio Jesús está vivo, y más que vivo porque es el Resucitado. ¿Se hizo ilusiones Pablo de Tarso, quien sufrió persecuciones y naufragios con tal de alcanzar a Cristo? ¿Fue un iluso el abad Benito de Nursia al fundar decenas de monasterios que luego hicieron florecer la cultura europea? ¿Fue un soñador Francisco de Asís que, por imitar a Cristo, irradiaba libertad y alegría? ¿Perdió la razón Teresa de Calcuta por servir a su Señor en los más pobres de los pobres? ¿Fue un desequilibrado Juan Pablo II al recorrer el mundo durante 26 años como primer testigo del Resucitado para confirmar a los creyentes en la fe? Es más fácil que los ilusos seamos nosotros por permanecer obstinados en nuestra incredulidad.

Ningún avionazo provocado por personas desequilibradas, ninguna tragedia humana, ni guerras, ni violencia en las calles, ni la fuerza del pecado –por más descomunal que parezca– ni ninguna enfermedad tienen la última palabra. Ya se encargará el buen Dios de hacer justicia en el momento oportuno. Mientras tanto hemos de proclamar que nuestras tragedias no son nada en comparación con la vida que nos aguarda. Porque así como el Éxodo de Israel hacia la tierra prometida fue profecía de la Pascua de Jesucristo, así la Resurrección del Señor es profecía para todos los que creemos en Él. Terminó la Cuaresma y llegó la Pascua. Pasó la penitencia y comienza la fiesta.

2 comentarios:

  1. Me encantó tu meditación padre Lalo. SOLO DIOS TIENE LA ULTIMA PALABRA.
    Gracias por compartirla. Muy feliz Pascua de Resurrección para todos. Aleluya!!! El Resucitado es quien dá sentido a nuestra existencia.

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  2. Como siempre padre Hayen, mas que excelente!

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