domingo, 17 de diciembre de 2023

Decapitar al demonio Baphomet


El 14 de diciembre pasado Michael Cassidy, en un acto de celo por la gloria de Dios, decapitó una estatua del demonio Baphomet, colocada en el Capitolio de Iowa. En el mismo edificio también estaba un Nacimiento, o Belén, que había sido montado por motivo de la Navidad.

Cassidy se entregó a la policía y asumió las consecuencias por haber destruido la estatua diabólica, que él consideraba blasfema. Dijo que lo había hecho siguiendo su conciencia. Posteriormente fue demandado por la Iglesia satanista por haber destruido su "ídolo".

Si los sistemas democráticos liberales en que vivimos la mayoría de los occidentales no promueven ninguna religión específica, sino a todas las religiones, lo ocurrido en Iowa concede la razón a los satanistas. Aunque nos duela. Por el derecho que tienen a la libertad religiosa cualquier grupo, incluidos los satánicos, son libres de adorar a quien les dé la gana, mientras no violen las leyes. Las leyes de un Estado laico protegen a todos, incluidos a nosotros los católicos para adorar al único Dios verdadero, que es Jesucristo.

El satanismo también está presente en México y América Latina. El culto a la muerte, que es también un culto satánico, ha cobrado fuerza y se manifiesta en templos y santuarios dedicados a ese demonio. En los alrededores de mi parroquia hay algunos comercios que venden esas pútridas imágenes, y a veces sabemos de cristianos que caen en la tentación de rendirle culto.

Sería terriblemente desagradable para nosotros católicos que en los edificios públicos convivieran los nacimientos navideños con altares dedicados la muerte. Gracias a Dios esto no sucede en México, pero en un Estado laico que protege a todas las religiones, eso podría llegar a suceder. Estamos expuestos a ello.

Los católicos no podemos cruzar los brazos mientras se levanta la adoración pública al demonio, ni en Estados Unidos ni en Latinoamérica. Aunque no debemos incendiar los templos dedicados a la muerte ni romper los cristales de los comercios que venden sus imágenes, el celo por la gloria de Jesucristo que tuvo Michael Cassidy al decapitar a Baphomet también debe ser nuestro celo.

Quienes creemos y seguimos a Jesús hemos de encauzar nuestro amor y pasión por el Dios vivo y verdadero en adoración al Santísimo Sacramento, en actos de reparación, y en un entusiasmo creciente por la evangelización. No tengamos respetos humanos ni temor alguno para mostrar nuestra fe católica en la plaza pública, con signos que caracterizan nuestras devociones. Sobre todo en este tiempo de Navidad coloquemos los nacimientos o belenes en nuestros hogares, preferentemente con visibilidad al exterior.

En el combate espiritual nunca olvidemos el uso de los sacramentales. Ignoro si Michael Cassidy es católico, pero si él hubiera utilizado agua y sal exorcizadas para esparcir con discreción y haciendo oración en los alrededores de la estatua de Baphomet, ésta seguramente habría sido removida de ese lugar por una ayuda especial del cielo. El auxilio de los ángeles es esencial en la defensa del glorioso nombre del Dios de los Ejércitos.

Vivimos tiempos difíciles para el cristianismo. Los satanistas aprovechan las leyes de libertad religiosa, más para hostigar a los cristianos que para difundir sus miserables ideales y su pobre filosofía de vida. Empuñemos la Cruz. Esa es nuestra espada y demos la cara por Jesús para poder decir, junto con san Pablo: "He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he conservado la fe".

1 comentario:

  1. Padre, me gusta mucho su blog. Escribe cosas muy interesantes y que me han ayudado a crecer espiritualmente. Al respecto, tiene mucha razón en lo que dice en esta columna. Fíjese que en mi trabajo tenía una jefa que me hostigaba mucho y mi mamá me recomendó rociar agua bendita con sal exorcizada en la oficina para que me dejara en paz. Curiosamente, después de un mes de hacer esto, mi jefa pidió su cambio porque ya no le gustaba esa oficina. En enero la mandan a un nuevo lugar. Los sacramentales sí son de mucha ayuda cuando se usan con fe y confiando en la voluntad de Dios.

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