Si la leyenda negra contra España –muy injusta por cierto– tiene un representante, ese es Hernán Cortés. Las versiones oficiales de la historia de México lo presentan como el gran villano, el hombre desalmado que sólo llegó a esta tierra para matar y saquear. Esa es una falsa visión del Conquistador. Sin canonizarlo pero tampoco satanizarlo, Cortés fue un político de pocos escrúpulos pero también un hombre con grandes preocupaciones religiosas. Era un cristiano convencido de evangelizar a los indígenas.
Cuenta Robert Ricard en "La Conquista espiritual de México" que Hernán Cortés fue un gran devoto de la Virgen María cuya imagen siempre llevó. Rezaba diariamente sus oraciones y oía misa. Tenía por estandarte una cruz y su lema era: "Amigos, seguid la cruz, y si tenemos fe, de verdad, en este signo venceremos". En su escudo de armas llevaba la imagen de la Virgen al lado de las armas de Castilla y León.
En su mente siempre estuvo la idea de que la conquista política y militar debía ser paralela a la conquista espiritual. Para Cortés la conquista se justificaba solamente con la conversión de los indígenas al cristianismo. Es verdad que muchos de sus hombres no tuvieron siempre este ideal, o lo perdieron, pero también es cierto que varios de sus compañeros de armas se hicieron frailes más tarde.
A Cortés lo acompañó siempre fray Bartolomé Olmedo, sacerdote mercedario, quien fue su consejero espiritual. Si bien el Conquistador quería muchas veces actuar precipitadamente y con poca reflexión para combatir la idolatría de los indios, le padre Olmedo lo frenaba, temperaba su celo y lo llevaba por el camino de la prudencia. Cuando Cortés quiso plantar la cruz y dejárselas a los indios, el sacerdote le aconsejó no hacerlo porque los nativos no estaban evangelizados y podían utilizarla para prácticas de idolatría.
La piedad de Cortés y de sus soldados intrigó siempre a los nativos. Desde que llegaron a las costas de Veracruz, el Jueves Santo, 21 de abril de 1519, los españoles celebraron misa solemne, rezaron arrodillados el rosario frente a una cruz sobre la arena. A diario rezaban el Ángelus al toque de la campana. Los indios no comprendían por qué aquellos hombres se humillaban frente a dos palos de madera. Era entonces cuando el padre Olmedo les explicaba la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
En una ocasión quiso Cortés que los indios en Tlaxcala se hicieran católicos de la noche a la mañana. Una vez más intervino Olmedo aconsejándole que los dejara en paz porque no estaban suficientemente catequizados, y sería injusto hacerlos cristianos por la fuerza. En Cholula pretendió el Conquistador derribar los ídolos pero la prudencia de su consejero espiritual lo impidió.
En Tenochtitlan la gran preocupación de Cortés era convertir a Moctezuma, el emperador, pero nunca lo logró. Ni siquiera los sermones del padre Olmedo hicieron que el tlatoani dejara de ofrecer sacrificios humanos en sus templos. En una ocasión quiso Cortés plantar una cruz en lo alto del Templo Mayor junto a un estandarte de la Virgen para ahuyentar al demonio pero, una vez más, el sacerdote se opuso diciendo que aún no era prudente.
Quizá Bartolomé Olmedo no fue el primer sacerdote que pisó tierras mexicanas, pero sí fue el que mereció el título de primer apóstol de la Nueva España. El padre murió en 1524 y se dice que toda la ciudad lloró su muerte. Cortés lo tenía como un santo que había dado a los indios el conocimiento de Dios y había ganado sus almas para el cielo.
Hernán Cortés fue un hombre de fe, preocupado, realmente, por la evangelización del Nuevo Mundo. En sus Cartas de Relación insistió a Carlos V la necesidad de proveer de auxilio espiritual para la salvación eterna de los indígenas. Le pidió que enviara religiosos y que se edificaran monasterios. Al principio solicitó que vinieran obispos y clero secular pero luego cambió de parecer y sólo pidió que fueran frailes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario