viernes, 17 de julio de 2020

Tiempos de Covid: en las manos de Dios


Después de casi cinco meses de presencia del Covid-19, imaginar el futuro puede ser motivo de ansiedad para muchas almas. ¿Saldremos bien librados de la peste? ¿Quiénes más irán a morir, víctimas de coronavirus? Nos preguntamos, como Judas en la Última Cena; "¿acaso seré yo, Maestro?" No lo sabemos. Hay incertidumbre. Si el futuro puede causar ansiedad, recordar el pasado es también fuente infecta de preocupaciones y tormentos. Recordar las injurias que hemos sufrido o los pecados que están en las páginas negras de nuestra historia suele ser tormento para el corazón.

Dios es el Señor del tiempo pasado, presente y futuro. El libro de Isaías describe la ocasión en que Ezequías, al ver que se terminaban los días de su vida, imploró a Dios por vivir un tiempo más sobre la tierra y Dios, en su generosidad, le concedió 15 años extras. Luego Ezequías pidió una señal de que podría subir a la Casa del Señor y Dios, como signo, hizo retroceder diez grados la sombra en el reloj de Ajaz. Las intervenciones milagrosas de Dios en el tiempo ocurren con más frecuencia de la que imaginamos. ¿Por qué nos parece inverosímil que la sombra de un reloj solar retroceda diez grados, cuando san Martín de Porres, san Pío de Pietrelcina y sor María de Ágreda recibieron el portentoso regalo sobrenatural de poder estar en dos lugares al mismo tiempo, fenómeno que conocemos como bilocación? Dios, sin duda, puede jugar con el tiempo y el espacio. Él es el Dueño absoluto de todo lo que existe.

No podemos remar hacia atrás en el río del tiempo para llegar a aquellos pecados vergonzosos e inconfesables y borrarlos de nuestra historia. Sin embargo Dios puede colocar su mano bendita sobre nuestro pasado y sanarlo todo con el vino de su consuelo y el aceite de su esperanza. Él es capaz de curarlo todo con su perdón. En el sacramento de la Confesión y en el silencio de la oración, el Señor me ha permitido sanar mi propia historia, tan llena de pecado, al grado que lo que quedó atrás ha dejado de ser un suplicio para mí. También me ha permitido ver las llagas purulentas de otros hermanos cuando ellos me han abierto su alma, implorando la misericordia divina. Como santa María Magdalena, que vio a sus demonios huir, yo también he sido testigo de la victoria de Dios sobre el tiempo pasado, en carne propia y en la de muchos hermanos.

Si hoy el Covid-19 pone turbaciones en nuestra mente sobre el futuro que nos espera como personas, familias, empresas y parroquias, si nos sobresalta pensar en la muerte, Dios nos invita a ponernos en manos de su Providencia divina y descansar confiados en ella. Estamos habituados a ser parte del engranaje de la gran maquinaria del mundo –producción, consumo y ocio–, mientras que Jesús nos dice que "el Hijo del hombre es Señor del sábado". Así nos recuerda que, más allá de la rueda en que se mueve la humanidad, hay un día de descanso último y definitivo hacia el cual la historia se dirige. Ese día es el encuentro glorioso con nuestro Padre Dios.

San Agustín no vivió intimidado por su pasado pecaminoso. San Maximiliano María Kolbe no se alteró por su futuro antes de entrar en aquel calabozo donde le esperaba una muerte lenta y atroz. Los santos participaron de la victoria de Dios sobre el pasado, el presente y el futuro. Descubramos a Dios como el Señor del tiempo y de nuestras vidas, y entremos, confiados, en su descanso.

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