martes, 19 de febrero de 2019

Nuestra Iglesia llora

Una de las escenas más conmovedoras del Evangelio es el llanto de Jesús sobre la ciudad santa de Jerusalén. Conmovido hasta lo más profundo del alma porque aquellos judíos no reconocieron la presencia del Mesías, el Señor lloró. En ese llanto divino también estábamos nosotros. El Señor lloraba por los hombres de todos los tiempos, por las heridas a su Cuerpo, la Iglesia, a lo largo de los siglos. Si nos jactamos de ser discípulos de Jesús, hemos de seguirlo en todo, aún en sus lágrimas, en su manera de llorar.

El Evangelio llama hoy felices a los que lloran y les promete la dicha (Lc 6, 21). Nuestra Iglesia hoy está llorando. Aquí y allá aparecen situaciones de mucho dolor que nos dejan desconcertados y confusos. La gran tentación es tratar de escapar de las realidades que nos hieren, y buscar cubrirlas o disimularlas. El espíritu mundano, con su máxima de buscar lo placentero y evitar todo dolor, nos enseña a mirar hacia otra parte cuando el sufrimiento aparece.  Sin embargo esta no puede ser la actitud de un cristiano. Jesús nos invita a ser valientes y a mirar las heridas de su Cuerpo para darles alivio.

Mirar las realidades más dolorosas de la Iglesia con los ojos del Señor es llorar en el corazón, pero esta es la condición para ser consolados por Dios. Admiro por ello al gran pueblo de Israel, que supo mirar de frente las heridas de su historia y escribirlas todas sin ocultarlas. Sólo así pudo recibir el consuelo del Mesías. Muchos quisiéramos vivir en una Iglesia triunfal, en donde no hubiera miserias; ello sería buscar el consuelo del mundo, pero no el de Jesucristo. Nuestro Señor nos invita, por el contrario, a sentir las heridas de los hermanos como heridas propias para llorar –enseña San Pablo– con los que lloran.

Aquellos a los que Jesús consuela con su dulzura son quienes no siguen el espíritu del mundo, y por eso no encuentran su lugar en él. Los consolados por Dios son los que al ver a las muchedumbres que se postran ante los ídolos, lloran contemplando esas escenas. Al ver el misterio de la iniquidad que inunda la tierra, lloran contemplando tantos vicios en el mundo. Y al verse envueltos ellos mismos en tantas luchas, en los asaltos de múltiples tentaciones y de penosas caídas... lloran.

El llanto es visto por la sociedad como signo de debilidad, pero en realidad sucede lo contrario. Aquellos que en el mundo encuentran su paz y su alivio, son los más frágiles de todos. Quienes, en cambio, lloran con Cristo sintiendo las heridas de su Cuerpo como propias, hallan en él su fortaleza porque la miseria hace posible el encuentro con la misericordia. Que nuestro llanto por nuestra Madre la Iglesia, y con la Iglesia, nos avive la esperanza de escuchar un día: "Entra en el gozo de tu Señor", y ser consolados eternamente.

3 comentarios:

  1. vivimos y sentimos el dolor de nuestra iglesia cuando ha sido traicionada en lo esencial, es una iglesi humana y por ello sus errores, con la misericordia de Dios hemos de acercarnos a lo divino

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  2. Sabias y hermosas palabras gracias porque llegaron justo cuando las necesitaba. Directo a mi razonamiento y sentimientos

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  3. Bien dicho, Padre Lalo, hoy tambien levantamos la cabez y decimos abiertamente que somos catolicos, que estamos agradecidos con la madre Iglesia por todo lo que nos ha dado. Y tambien lloramos. Gracias por su hermosa reflexion.

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