jueves, 2 de junio de 2016

El arte de discernir

Uno de los grandes legados de san Ignacio de Loyola son los Ejercicios Espirituales. Publicados en 1548, los ejercicios son un manual de instrucciones, lleno de consejos y técnicas, para hacer un retiro de un mes. El propósito del ejercitante es encontrar a Dios en su vida y tomar la decisión de vivir, en medio del trabajo en el mundo, en oración, en libertad y desapego de los bienes materiales. En una palabra, ser un contemplativo de Dios en la acción haciendo la voluntad de Dios.

Antes de la publicación de los Ejercicios, san Ignacio pasó 15 años de su vida orando, leyendo y reflexionando. Se forjó como un maestro del discernimiento de espíritus para enseñar a seguir las mociones del Espíritu Santo y rechazar lo que viene del demonio. Entendió que el mal espíritu puede disfrazarse de ‘ángel del luz’, bajo el aspecto del bien, dando sensaciones que parecen venir de Dios.

La vida espiritual del papa Francisco brota de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Como buen jesuita, el Santo Padre es un maestro en el arte del discernimiento, que no es otra cosa mas que aprender a orar y meditar para descubrir la presencia o la voluntad de Dios en la realidad cotidiana de la vida. Para ello es indispensable tener una conciencia bien formada y una capacidad de adultos para tomar decisiones con libertad y responsabilidad.

Francisco cree que no podemos mirar la realidad con ojos neutrales. Siempre tendremos una clave de lectura de la realidad, –lo que se llama hermenéutica– que puede ser, por ejemplo, el ídolo del dinero o del poder, la ideología de género, los derechos humanos, el socialismo, el capitalismo, el feminismo, la pseudo espiritualidad de la Nueva Era o cualquier otra cosa. Para el cristiano, la clave de lectura de la realidad no debe ser otra sino el Evangelio. Con Jesucristo como el centro de la historia, lo más importante es descubrir y vivir el plan de Dios en la propia vida.

Un método de discernimiento muy utilizado en la Iglesia consiste en ‘ver’ la realidad, conocer el momento actual. En el caso de la Exhortación Amoris laetitia, sobre el matrimonio y la familia, el papa aplica este método. Inicia observando la realidad en la que viven muchas familias del mundo, con sus luces y sombras. La segunda parte del método es ‘juzgar’ esa realidad a la luz del Evangelio, conocer el pensamiento de Dios revelado en la Biblia y la Tradición de la Iglesia. Y finalmente ‘actuar’ para ajustar la realidad a lo que Dios quiere dentro de su plan de salvación.

Sabemos que existen situaciones complejas en las que podemos vivir muchos cristianos y que están lejos de la voluntad de Dios. Me refiero a situaciones objetivas de pecado de las que no es fácil salir. Pensemos en vicios personales arraigados, situaciones familiares desordenadas o estructuras sociales de pecado que facilitan males como el aborto, la corrupción, la esterilización o la unión libre. Hay católicos que viven en estas situaciones y que quieren acercarse, sinceramente, a Dios.

Un error pastoral muy grave que los sacerdotes podemos cometer es querer ayudar a las personas que se encuentran en situaciones difíciles haciéndoles creer que la ley de Dios es gradual, es decir, que no es igual para todos y que depende de las circunstancias que viva cada uno. Quienes así procedemos en realidad tenemos poca estima por la ley de Dios, porque la consideramos que no es adecuada para cada persona, y entonces buscamos reemplazarla por otra ley humana. Cuando ajustamos a Dios a la voluntad de los fieles no estamos ayudándoles a formar su conciencia sino que pretendemos reemplazarla. En el fondo estamos faltando el respeto a Dios y a la dignidad del hombre. Esta actitud podría ser la del mal espíritu disfrazado de ángel de luz.
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Cosa muy distinta es la ley de la gradualidad, lo que significa que los sacerdotes debemos ayudar a los fieles a descubrir, en todos los aspectos, la enseñanza de Dios. En esto consiste el difícil arte del discernimiento: en ayudar a los fieles a vivir en la verdad y lejos del error; en distinguir entre lo que viene de Dios y lo que viene del pecado. Todo esto con el propósito de hacer un camino de conversión. Puede ser que, en un principio, la puerta sea estrecha y sea doloroso cruzar por ella, pero es el camino que conduce a la paz y a la alegría.

Esto, lejos de ser una falta de caridad es, por el contrario, el primer servicio de la caridad: ayudar a los fieles a vivir en la verdad: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).

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