martes, 25 de junio de 2024

Discrepancias y excomuniones


En días pasados los hechos que han ocupado los titulares de la prensa católica son las excomuniones a 10 monjas clarisas del monasterio de Belorado en la Diócesis de Burgos, España; y más todavía el juicio penal por el delito de cisma al obispo Carlo María Viganó, quien fue nuncio apostólico en Estados Unidos durante el pontificado de Benedicto XVI. El ex nuncio también podría recibir la pena máxima de excomunión de la Iglesia.

Tanto Viganó como las hijas de santa Clara han tomado posturas abiertamente cismáticas en las que niegan la validez del Concilio Vaticano II y consecuentemente todo el magisterio posterior a él, incluido el de san Pablo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Pero además a este último lo consideran papa ilegítimo. Monjas y obispo han caído en lo que se conoce como "sedevacantismo", es decir, la creencia de que la Sede de Pedro ha estado vacante después de Pío XII. Es una postura absurda y descabellada.

Hay católicos que se preguntan si es válido disentir o no estar de acuerdo con todo lo que acontece durante los pontificados. Pienso que, hasta cierto punto, sí. Me explico. Yo recuerdo con inmenso cariño, admiración y gratitud a Dios por el pontificado de san Juan Pablo II. Mi fe católica y mi vocación sacerdotal se despertaron y consolidaron en aquellos años en que el papa polaco gobernó la Iglesia. Juan Pablo II fue para mí una absoluta inspiración en todos sentidos.

¿Eso significa que durante los 26 años de su pontificado cada decisión, cada palabra o frase, cada gesto, cada nombramiento que hizo, fueron perfectos y sin errores? Evidentemente que no.

Todo papa –así como todo obispo y sacerdote– tiene defectos y puede equivocarse. Darse cuenta de ciertos errores no es pecado, ni desobediencia ni causa de excomunión de la Iglesia. De hecho se hace un bien al sucesor de Pedro o a un obispo cuando se le señala, por las vías legítimas, lo que se considera un error. San Pablo corrigió a san Pedro en la controversia sobre las prácticas judías que se querían imponer a los gentiles conversos al cristianismo. Algo similar hicieron el cardenal congolés Fridolin Ambongo, en nombre de la Iglesia de África, y otros obispos al papa Francisco con motivo de la publicación de Fiducia Supplicans. Señalar las legítimas dudas o errores no es caer en cisma o en pecado de desobediencia.

Los católicos tenemos el deber de escuchar al papa, quien es el signo visible de la comunión de la Iglesia, y asentir a su magisterio en todo lo que pertenezca al Depósito de la fe. Pero puede haber cosas que digan los papas que no formen parte esencial de la fe católica y que pertenezcan, más bien, al terreno de la opinión. Un ejemplo de ello es la cuestión del cambio climático por causas humanas; sobre este tema hay numerosos científicos que presentan pruebas que niegan que los cambios actuales del clima se deban a las intervenciones del hombre.

Otro ejemplo son los fenómenos migratorios. El papa puede estar a favor de las migraciones con libre apertura de fronteras mientras que otros católicos afirmen que la migración deba ser ordenada. Por este tipo de discrepancias, que no son sobre el Magisterio de la Iglesia, no se desobedece, no se cae en pecado y seguimos siendo perfectamente católicos.

Las enseñanzas de los papas que exigen el asentimiento de todos los católicos son las enseñanzas de fe y moral que enriquecen la Tradición de la Iglesia. "Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él" (Lumen Gentium 25).

El desacuerdo de una enseñanza infalible del papa, impartido bajo la infalibilidad papal es, por supuesto, pecado grave. Estas enseñanzas no tienen posibilidad de error y son importantes para la salvación eterna. En esas enseñanzas tenemos el deber de escuchar siempre al papa, respetarlo y darle nuestro obsequio.

Cualquier católico puede tener una legítima oposición a lo que considera error, pero rechazar el Concilio Vaticano II, la legitimidad del papa Francisco y el magisterio de los últimos pontífices, tal como lo está haciendo el obispo Viganó y las monjas de Belorado, traspasa los límites. No sólo es pecado grave por el rechazo absoluto al Vicario de Cristo sino abierto cisma que pone en riesgo la salvación de los implicados y de sus seguidores.

Por ser medicina saludable para que la enfermedad no cunda por el Cuerpo Místico, a veces la excomunión es necesaria, como cuando se extirpa un órgano para que no se disperse la gangrena; y siempre será un fármaco de sabor amargo para que el excomulgado recapacite y vuelva a integrarse a la barca de la Iglesia. Más que nunca debemos orar por el papa, adherirnos a su enseñanza y suplicar al Señor por la unidad de la Iglesia.

miércoles, 19 de junio de 2024

Meditación sobre los tatuajes


Hace muchos años recibí la visita de un joven inquieto por un tatuaje en su piel. La figura de un dragón impreso en su pierna lo perturbaba. Se lo mandó hacer en momentos en que, por su inmadurez, no meditó las consecuencias. Mirar esa imagen le despertaba cierta inquietud por llevar en su cuerpo un símbolo del ángel caído, a quien representa el dragón, y además le provocaba deseos impuros. ¿Hay conexión entre un tatuaje con la acción del Maligno? En muchos casos, sí.

Desde el punto de vista bíblico existen dos pasajes que nos hablan de que se trata de una práctica contraria a la dignidad del cuerpo humano y de la creación de Dios: "No se harán incisiones en la carne a causa de los muertos, ni tampoco se harán tatuajes. Yo soy el Señor" (Lv 19,28). Entre muchas otras, estas fueron disposiciones de Dios para su pueblo Israel. Se trataba de costumbres prohibidas por su relación con el paganismo. Antiguos pueblos que no eran Israel creían honrar a sus dioses haciéndose incisiones y tatuajes en el cuerpo para expresar el duelo. Hay personas que hoy se tatúan el nombre de sus seres queridos, vivos o difuntos, como una expresión de amor por ellos.

Sin embargo el texto de la Sagrada Escritura que arroja más luz es el de san Pablo, cuando revela la grandeza del cuerpo humano: "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis a vosotros? Porque fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (1Cor 6,19-20). Aunque el texto se refiere directamente al pecado de impureza y fornicación, es aplicable a lo que, de alguna manera, profana el templo de Dios, entre otras cosas, los tatuajes y los piercings.

Cualquier tatuaje profana el cuerpo, creado a imagen de Dios, ya que es una burda imitación de la marca que Dios hace en el alma del hombre a través de sus sacramentos. El Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal imprimen una huella indeleble en la persona. Si el demonio no puede imprimir el alma humana, al menos lo quiere hacer sobre los cuerpos. Por estos motivos podemos afirmar que imprimirse libremente un tatuaje es un pecado, un acto inmoral que puede ser mortal o venial, según sea el objeto, el fin y las circunstancias.

No es lo mismo tatuarse una flor, el nombre de una persona o una imagen religiosa, que estamparse una imagen de la "santa muerte", de un dragón o un símbolo esotérico. Cualquier imagen, aunque sea religiosa, es contraria al respeto debido a la dignidad del cuerpo. Un bautizado no necesita pintarse su piel ya que lleva en el alma la huella indeleble de pertenencia a Cristo. Sin embargo las imágenes del mundo de lo oculto de alguna manera son signo de dominio de ese mundo sobre la persona, ya que las marcas indican pertenencia (Apoc 13,16-17), y también son una manera de invocar a quien se representa.

Ponerse un tatuaje puede traer consecuencias físicas ya que es una invasión a un tejido vivo del cuerpo –la piel–, lo que pudiera causar infecciones, alergias o enfermedades transmitidas por la sangre. También la mente puede sufrir afectación. Recuerdo a un peluquero que, arrepentido de haberse tatuado, sentía mucha vergüenza de su piel marcada y prefería utilizar camisas de manga larga para ocultarla. Leí que un padre de familia, para hacer recapacitar a su joven hijo que estaba aferrado con marcarse el cuerpo, le obligó a portar la misma camiseta con su símbolo favorito diariamente durante dos años, y sólo después se pondría el tatuaje. El muchacho terminó cansándose de la prenda y decidió no tatuarse. 

También los tatuajes pueden traer consecuencias preternaturales, es decir, que están más allá de la naturaleza. La persona tatuada puede ver su vida espiritual afectada al enfriarse fácilmente su relación con Dios y con las cosas de Dios. En el mundo del tatuaje los establecimientos son, generalmente, lugares que evocan la oscuridad. Podría de tratarse de sitios donde se hacen rituales ocultistas o satánicos; el material para tatuar podría estar ritualizado. Puede aplicarse, incluso, tinta mezclada con sangre de sacrificios. De esa manera muchas personas tatuadas podrían padecer la acción ordinaria del Maligno de una manera más fuerte, es decir, tentaciones más intensas; o sufrir la acción extraordinaria de demonios.

¿Qué hacer si alguien tiene un tatuaje? Lo primero y lo más importante es suscitar el arrepentimiento. Hay que examinar la conciencia para ver qué motivos llevaron a la persona a tatuarse. Quizá pudo ser para afirmar su identidad personal; tal vez por sentido de pertenencia a un grupo o ideal; vanidad o moda también pudiera ser. Lo más grave sería que fuera por un acto de entrega a un ente diabólico como la "santa muerte" o a una secta esotérica o satánica. La gravedad del pecado depende de los motivos, del tipo de tatuaje y de las circunstancias. No es lo mismo una moda que un pacto con Satanás.

En segundo lugar, aunque con el arrepentimiento y la confesión el pecado se borra ante Dios, el tatuaje permanece en el cuerpo. Si se trata de un signo que representa al Maligno o cuestiones de ocultismo, habrá que hacer una renuncia explícita al demonio para evitar toda sujeción a él. Recurrir al agua y la sal exorcizada como sacramentales para ponerse en la piel, pidiendo a Dios en oración que aleje toda influencia demoníaca de la persona, es de gran ayuda.

En tercer lugar, para quienes quieran borrar un tatuaje de su piel, y no quieran llevarlo como penitencia toda la vida, existen técnicas mediante láser que borra los tatuajes permanentes. Para el éxito del tratamiento es aconsejable ponerse en contacto con centros que tengan última tecnología. Estas técnicas fragmentan los pigmentos que luego son eliminados por células de la sangre que metabolizan las partículas.

Un cristiano no necesita alterar la estética natural de su cuerpo sino descubrir y cultivar la belleza interior, adornándola con virtudes cristianas. Lo único necesario es sentirse feliz por llevar la marca indeleble que dejaron el Bautismo y la Confirmación en su alma. Ese carácter sacramental es la huella más importante porque es el signo auténtico de ser hijos de Dios, soldados de Cristo, "alter Christus".

martes, 11 de junio de 2024

Tatuajes y teología del cuerpo


Cada vez es más común ver personas tatuadas en su piel. Lo veo en mis parroquianos, entre mis amigos y hasta en familiares. Hace años los tatuajes eran mal vistos y ciertas empresas no contrataban empleados con imágenes en sus cuerpos. Eso quedó atrás. Los ídolos del deporte y de la farándula han impuesto la moda del tatuaje y los piercings sobre las masas, y hoy los negocios de este tipo proliferan en nuestras ciudades. Pocos ven mal esta moda. Pero, ¿es correcto marcarse permanentemente la piel? 

En este primer artículo sobre tatuajes abordo el tema desde la teología del cuerpo; en la próxima entrega lo haré desde la exorcística.

En la creación todos los seres reflejan algo de las perfecciones de Dios. Con el salmista admiramos las obras del Señor: "¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! Quiero adorar tu majestad sobre el cielo" (Sal 8,1). Pero entre todos los seres que pueblan el universo, sólo el hombre ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1,27-28), no sólo por su alma racional e inmortal, sino también por su cuerpo.

En efecto, el cuerpo humano es el signo más grandioso de la presencia de Dios en el cosmos. Por el cuerpo nos introducimos en el misterio de Dios. San Juan Pablo II, en su teología del cuerpo, enseña que "sólo el cuerpo es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. El cuerpo fue hecho para traer a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad de Dios".

El cuerpo humano no es un simple caparazón donde habita un alma; tampoco es cualquier cuerpo. El cuerpo humano eres tú, y soy yo. El cuerpo hace visible en el mundo nuestra alma invisible. No es algo que poseemos, sino es lo que somos. Tú eres tu cuerpo; tu cuerpo eres tú. Y lo que hacemos con nuestros cuerpos lo hacemos a nosotros mismos. Un tatuaje, por ejemplo, no es algo que sólo afecta al cuerpo, sino también al alma, porque el alma es la forma substancial del cuerpo.

Hay cosas que consideramos preciosas o sagradas, por la relación que guardan con el misterio de Dios. Así, por ejemplo, nuestra familia y hogar; el templo de nuestra parroquia, los ornamentos y vasos sagrados, las escuelas, universidades y monumentos públicos. Todo esto eleva el espíritu humano, y lo cuidamos con delicadeza. Pero al cuerpo humano lo hemos dejado de ver como el gran signo que apunta hacia el misterio divino. Lo vemos como una "cosa" separada de su dimensión espiritual y trascendente que podemos profanar fácilmente.

El papa Benedicto XVI explicaba que "el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario" (Caritas in veritate, 48). A las cebras las admiramos y respetamos con sus rayas blancas y negras, y a los leones con sus melenas. Alterar sus cuerpos animales sería arbitrario por parte del hombre. ¿Entonces por qué al cuerpo humano le damos un trato que violenta su belleza natural?

Hoy al cuerpo se le trata arbitrariamente con tatuajes y piercings, rompiendo su gramática interna. Esta manera de tratar al cuerpo es análoga a la manera en que hoy la izquierda neomarxista ataca la gramática de muchos idiomas, inventando o haciendo un mal uso de pronombres. Al agredir la sabiduría y la belleza natural del cuerpo, la moda del tatuaje continúa el proceso de deconstrucción de todo lo humano.

Pero los tatuajes ¿son pecado? ¿atraen la acción de demonios? ¿Puede haber tatuajes inofensivos o todos son malos? ¿Hay esperanza para quienes están arrepentidos? La exorcística vendrá en nuestro auxilio para responder a estas inquietantes preguntas que rondan la mente de no pocos católicos.

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La construcción de un puente elevado en el centro histórico de Ciudad Juárez es una decisión que da mucha pena. El beneficio es para Ferrome...