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Trigo y cizaña

Escultura muy perra
“Yodi”, con ese nombre develaron la escultura de un perro callejero, esta semana, afuera del Hospital Veterinario de la UACJ. El propósito es invitar a la gente a tomar conciencia de que tener una mascota es una responsabilidad. Se calcula que por las calles de Ciudad Juárez deambulan 150 mil perros, muchos de los cuales son abandonados irresponsablemente por sus dueños. Yodi nos dice que los perros son un regalo de Dios para el hombre: brindan compañía para muchas personas que viven solas, sensibilizan a los niños a tener cariño y a cuidar de la creación, alertan a sus dueños de eventuales intrusos en los hogares y algunos ejemplares hasta sirven como rescatistas después de los terremotos.

Los animales son una bendición de Dios y debemos amarlos. Eso no significa que nuestra relación con ellos sea igual que con los seres humanos. En una visión cristiana de la vida, los animales, en la escala del ser, ocupan un grado inferior a los hombres. Aunque son criaturas sensibles, no son seres espirituales. Hoy existe la fuerte tendencia a humanizar a los animales, colocándolos al mismo nivel de dignidad que tenemos los seres humanos. Los grupos animalistas no distinguen jerarquías ni aceptan que los animales fueron creados para servir a la humanidad.

Una visión adecuada de los animales es la que nos lleva a amarlos a todos, pero asignándoles una función al servicio del hombre. Con algunos podemos jugar y sentir su cariño; a otros podemos montarlos y jugar carreras con ellos, o usarlos como bestias de carga; otros sirven para darnos el desayuno en las mañanas o los tacos de mediodía, y otros más para hacer espectáculos como el circo, la charrería e, incluso, la fiesta brava. Felicidades a los veterinarios haber colocado a Yodi en un pedestal.

Migración, nuestra riqueza
(Misa binacional en la frontera Ciudad Juárez-El Paso, 4 nov. 2017)
Un fuerte aplauso merecen los obispos norteamericanos. Ellos se han convertido en los principales defensores de los inmigrantes en Estados Unidos. Lo demostraron esta semana al redactar una carta dirigida al Gobierno federal, llamándoles urgentemente a implementar una reforma migratoria que conceda estatus legal a 11 millones de indocumentados. A muchas parroquias estadounidenses llegan los migrantes porque saben que la Iglesia no tiene fronteras y es la casa de Dios que los acoge. Con razón Mark Seitz, obispo de El Paso, ha señalado en su carta pastoral que los inmigrantes son ciudadanos del cielo, y que las iglesias de su diócesis siempre los recibirán y les brindarán protección.

El obispo Seitz ha mirado la angustia en la que viven los inmigrantes de su diócesis, a menudo por la separación de sus familias, y ha calificado las leyes migratorias actuales como una herida para nuestra frontera. Ha llamado ‘escribas y fariseos’ a quienes tratan de hacer cumplir los detalles de la ley mientras que ponen cargas insoportables sobre las familias y sus niños.

El área de Ciudad Juárez y El Paso lleva en sus genes la vocación a proteger a los migrantes. Por aquí pasó Juan de Oñate y su gran caravana en 1598, quienes fueron acogidos por los indios mansos. Vivimos en un cruce de caminos entre el norte y el sur, primero por el Camino Real que conectaba la Ciudad de México con Santa Fe, y después por la vía ferroviaria que enlazaba al Atlántico con el Pacífico. En la Misión de Guadalupe se refugiaron los que huyeron de la Misión de Senecú por la rebeldía de los apaches en 1680. El Paso brindó protección a los que huyeron de la violencia de la Revolución Mexicana, y más tarde a los sacerdotes y seminaristas que se sintieron amenazados por la persecución religiosa en México. Chinos e irlandeses llegaron a construir el ferrocarril para conectar los dos océanos. Miles de connacionales han llegado en las últimas décadas a nuestra frontera atraídos por la industria maquiladora. Nuestra historia nos define. Somos región binacional enriquecida por la migración y llamada a acoger a quienes vienen a nosotros.

Buen Fin para los pobres
La frontera México Estados Unidos está plagada de ofertas que anuncian el “Buen fin" y el “Viernes negro". Maquiladoras y negocios han iniciado la repartición de ahorros y aguinaldos para que los trabajadores puedan aprovechar los descuentos. Sólo me gusta el buen fin por un motivo: aprovechar las rebajas en algún producto que realmente necesito. Gastar por gastar sin realmente necesitar los artículos es derrochar el dinero, lo que contradice la vocación a la pobreza a la que todos los cristianos estamos llamados.

Quizá la expresión “vocación a la pobreza” asuste y sorprenda a muchos católicos. Sin embargo el papa Francisco nos ha recordado, en su mensaje de la Jornada Mundial de los Pobres, que en este domingo celebramos, que la pobreza debe ser ideal de todo cristiano. No se trata de amar vivir en la indigencia ni el hambre como estilo de vida, sino de seguir a Jesús pobre en nuestra manera de utilizar los bienes de la creación. Es aprender a relacionarnos con ellos con espíritu de sabiduría y desprendimiento. “La pobreza -dice el Santo Padre- significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de la omnipotencia... Es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de la vida y condición para la felicidad”. Es, por supuesto, desarrollar un sentido de responsabilidad hacia los que menos tienen y aprender a confiar en la Providencia de Dios.

Ojalá que este “Buen fin”, también lo sea para los más necesitados que esperan que alguien les dé una mano amiga, compartiéndoles un poco de lo que hay en su mesa.

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