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Jesuitas asesinados


Las noticias que llegaron el lunes 20 de junio desde la Tarahumara han sacudido de espanto y horror al país. Un grupo de 20 turistas fue secuestrado por agentes del crimen organizado en el hotel Misión Cerocahui. Pedro Eliodoro Palma, guía de turistas que logró escapar, aterrado buscó refugio en la iglesia del poblado mientras que era perseguido por sicarios. Dos sacerdotes jesuitas que escucharon detonaciones –los padres Javier Campos y Joaquín Mora–, salieron a darle ayuda pidiendo al sicario que no disparara, pero el desalmado abrió fuego contra el perseguido y los jesuitas. En una acción de maldad inexplicable los asesinos escaparon llevándose los cuerpos de sus víctimas. Hasta hoy estos son los datos conocidos.

La noticia ha causado una conmoción muy grande por lo que representan los sacrificados: un guía de turistas secuestrado y dos sacerdotes miembros de una de las órdenes religiosas más influyentes de la Iglesia, la Compañía de Jesús, fundada en el siglo XVI por san Ignacio de Loyola, a la cual pertenece el papa Francisco. Si no se tratara de dos sacerdotes asesinados, el caso hubiera pasado inadvertido en un mar de violencia normalizada. 

Los jesuitas han tenido presencia misionera en la Sierra Tarahumara desde el siglo XVII con la Misión Chínipas en 1621. Desde entonces estos hombres consagrados a Dios han entregado sus vidas a la evangelización de los tarahumaras y otras tribus indias en una de las regiones más pobres de México. La labor jesuita ha sido heroica y sigue siendo admirable.

Las misiones en la baja y alta Tarahumara han costado numerosas vidas a la orden de san Ignacio. Desde el martirio de los padres Jesús Pascual y Manuel Martínez en 1632, muchos jesuitas han sido asesinados por los mismos indígenas a través de emboscadas y de abiertas rebeliones en su resistencia a las exigencias del Evangelio. Morir en la evangelización, incluso llegar a formar parte de las Actas de los Mártires, es una posibilidad muy real para los misioneros de todo el mundo. La agencia Fides –órgano de información de las obras misionales pontificias– reporta que en 2021 fueron asesinados en el mundo 22 misioneros, entre sacerdotes, religiosos y laicos.

Las causas de los asesinatos se deben, generalmente, a intentos de robo perpetrados con mucha fiereza, a secuestros, o bien los misioneros se ven envueltos en tiroteos o en actos de violencia en los contextos en los que trabajan, marcados, sobre todo, por la pobreza económica y cultural, por la degradación del medio ambiente, por una atmósfera donde la violencia y el desprecio por la vida es el aire que se respira. Ninguno de los misioneros asesinados en el mundo suele realizar hazañas llamativas, sino que comparten la vida cotidiana de la mayoría de la población, dando testimonio del Evangelio. Así fue con los padres jesuitas víctimas del narcotráfico en la Tarahumara.

En México el ambiente de inseguridad se ha degradado tanto por la creciente presencia del crimen organizado y, al mismo tiempo, por la incapacidad de los tres niveles de gobierno para frenarlo, que hemos regresado a épocas de barbarie donde la saña y la crueldad son verdaderamente inauditas. El padre José Neumann –misionero belga jesuita en la Tarahumara en el siglo XVII– describía así a los indios tobosos, vecinos de los rarámuris:

"Viven como bestias salvajes. Van completamente desnudos, pintan su rostro de un modo horrible, de modo que parecen más demonios que hombres; sus únicas armas son arcos y flechas envenenadas. Comen carne humana y beben la sangre. No tienen lugar fijo para vivir; casi cada día cambian de residencia con el objeto de no ser descubiertos. Invaden los caminos, atacan a los viajeros y con sus gritos salvajes llegan a espantar a las mulas y a los caballos". No está lejos esta descripción del padre Neumann del modo en que actúan los narcos y sicarios de hoy en todo el territorio nacional.

Así estamos viviendo, entre tribus de salvajes que descuartizan y decapitan, entre seres más parecidos a demonios que personas humanas; en medio de hordas que siembran terror por todas partes y con un gobierno que les brinda un trato respetuoso, amistoso, caballeroso, más para damas que para criminales enemigos de la sociedad. Vivimos nuevamente en aquel antiguo barbarismo que resistía al Evangelio.

Los hechos trágicos ocurridos en la sierra Tarahumara de Chihuahua representan un triste capítulo esa lucha mortal entre el cielo y el infierno, entre barbarie y evangelización, entre decadencia y civilización, entre odio por la vida y amor por elevarla a su más alta dignidad. Dios conceda la gloria del cielo a los padres jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, héroes de las misiones, que pagaron con su vida el precio de vivir sembrando el amor de Cristo Jesús entre sus hermanos indígenas para darles vida digna. Que desde el cielo rueguen para que México, convertido hoy en un cementerio, se transforme en hogar de paz para todos.

Comentarios

  1. Es interesante, que el Chueco forma parte de un cartel protegido, Cartel de Sinaloa, desde los tiempos de Vicente Fox (2002-2006) y un dirigente de seguridad, García Luna quien está preso en EEUU y durante Calderón ascendió a Jefe de Seguridad de la nación y termino durante el sexenio de EPN cuando fue capturado por la DEA. Que fácil es encubrir a estos grupos delictivos por los estados del PRIANMCPRD dónde tienen propiedades, poder y siempre al servicio de los gobernadores corrupto y dónde el obispado, con excepción de algunos buenos sacerdotes, nunca se atrevió a criticarlos y defender la vida por los indígenas, maestros, y líderes comunales que se atrevían a levantar la voz contra los abusos. Los Jesuitas fueron considerados defensores y mártires del pueblo, y tachados de socialistas, pero hoy en día viven cómodamente de las dadivas de corruptos estados y ex presidentes.

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