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El católico y el miedo al Covid


La zona norte de Chihuahua está en semáforo rojo. Significa que la máxima "quédate en casa" nos obliga a resguardarnos por el riesgo de ser infectados de Covid-19. Ante esta situación muchas personas, sobre todo los empresarios, están exasperados con nuestros gobernantes, quienes no se deciden a cambiar el color del semáforo para dar apertura a mayores actividades económicas. El problema es que las personas ya no aguantan el confinamiento y menos lo soportan las empresas, muchas de ellas con serios problemas financieros o bancarrota. En este momento el riesgo de una gran pérdida de empleos es muy alto debido al cierre de tantos centros de trabajo. Parece que la disyuntiva fuera morir por Covid o morir de hambre.

Resuena tres veces en el Evangelio de este domingo la frase de Jesús "No tengan miedo". Es una frase que nos recuerda que Dios está con su pueblo para transmitir su fortaleza a aquellos que confían en Él. Es una invitación a no ser cobardes, principalmente ante los enemigos de la fe, pero también ante cualquier adversidad como la que hoy vive el mundo, asediado por un virus muy contagioso. El enemigo se llama Covid-19 y amenaza con afectar nuestra salud, llevar a algunos a la muerte y arruinar nuestra economía. Hemos de asumir que el coronavirus es un adversario que estará presente durante varios años a nuestro alrededor, y al que tendremos que aprender a derrotar con disciplina y fuerza de voluntad.

Se dice que "el mundo es de los audaces". Los audaces no son aquellas personas desordenadas que, desafiando a la pandemia, se reúnen hoy en fiestas y sin tapabocas para festejar los cumpleaños o el día del padre. Tampoco son aquellos trabajadores que, mientras están en su jornada laboral, utilizan guantes, mascarillas y anteojos que la empresa les ha proporcionado, pero que al terminar el día se despojan de todo ello y suben en un mismo coche para irse de parranda. Audaces no son quienes se reúnen por decenas para velar a sus muertos como si el coronavirus no existiera, ni los que pasean por el centro de la ciudad sin ninguna protección y sin guardar la sana distancia. Tampoco lo son las empresas que, por su afán de lucro, descuidan las medidas de seguridad para sus empleados.

Los verdaderos audaces son aquellos que, después de tres meses de cuarentena, han aprendido a cuidarse del contagio con todas las medidas dadas por las autoridades, pero que también están dispuestos a sacar adelante la economía de sus familias y la de la ciudad. Son los que rezan y cuidan su vida y la de los suyos con todas las precauciones, pero no por eso quieren seguir atrincherados en sus hogares sin salir para ganarse el pan. No tienen miedo de ir a la iglesia porque saben que necesitan a Dios para fortalecerse espiritualmente, y porque saben que su relación con el Señor es una actividad esencial, aunque el gobierno así no lo considere. Audaces son las empresas que cuidan la salud de sus trabajadores y la economía de todo el centro de trabajo. Los audaces son los hombres y mujeres que nuestro tiempo requiere, porque están habituados a moverse, con prudencia, entre dificultades y vencer a pesar de ellas.

Me alegra mucho que el señor obispo haya decidido abrir las iglesias para que los fieles encuentren su espacio de oración y, a partir del domingo 28, puedan celebrar la Eucaristía. Ha sido un gesto audaz de nuestro pastor. A las instituciones de gobierno, las empresas y centros de trabajo, las escuelas y universidades, a las iglesias y organizaciones de la sociedad civil nos corresponderá realizar una intensa labor educativa para continuar disciplinando a la ciudadanía y a los feligreses en el uso del tapabocas, del lavado frecuente de las manos y de la guarda de la sana distancia. Si muchos en la ciudad rehúsan poner en práctica estas medidas y, en su relajamiento, continúan viviendo como si el Covid-19 no existiera, entonces –duele decirlo– tendrán que enfermar quienes tengan que enfermar y morir quienes tengan que morir.

Sigamos cuidándonos y cuidemos principalmente a los que están cercanos a nosotros, sobre todo a los ancianos y los enfermos. Quienes estamos sanos no tengamos miedo de regresar a trabajar y, mucho menos, miedo de volver a la iglesia. Hagámoslo paulatinamente y con todas las medidas sanitarias que nos indiquen. Recordemos que no tomar estas precauciones es tentar a Dios y, además, es un pecado contra la caridad al prójimo, pero también no olvidemos que vivir paralizados por el miedo no es de cristianos intrépidos, sino de espíritus temerosos y rendidos.

Comentarios

  1. Palabras audaces llenas de valentía y esperanza.

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  2. Claro como el agua. El mensaje que el mundo debe escuchar y cumplir. Y rezar diariamente el Santo Rosario es de suma importancia.

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  3. Muchas gracias, padre. Compartiré este mensaje que Dios nos da y nos impulsa, fortalecidos, a ser activos en nuestra Esperanza y crecer en la confianza en su santa Voluntad.

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