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Morir en la raya (a la muerte del padre Daniel Payán)

Lo vimos entero de ánimo en diciembre del año pasado, cuando los sacerdotes de la diócesis nos reunimos para festejar el nacimiento del Redentor que estaba ya muy próximo. El padre José Daniel Payán tomó la palabra y, con gran optimismo, nos deseó una feliz Navidad y nos expresó su ánimo y su confianza en Dios ante la enfermedad que rápidamente avanzaba.

En los meses estivos del año pasado le habían diagnosticado cáncer de páncreas y el padre Daniel se sometió a un tratamiento de quimioterapia. A pesar de la gravedad del cuadro clínico y sabiendo que el cáncer en ese órgano vital equivale casi a una sentencia de muerte, el padre decidió mantener su vida sacerdotal cotidiana. Con un positivo estado de ánimo, que a muchos nos sorprendió, siguió acompañando a su comunidad parroquial de Cristo Redentor en la predicación de la Palabra y la celebración de los sacramentos, así como también a sus hermanos sacerdotes en las reuniones de presbiterio y de decanato. Lo hizo hasta pocos días antes de su muerte, cuando las fuerzas le fallaron y tuvo que ser trasladado de emergencia a un hospital donde, el lunes 27 de enero, murió para gloria del Señor.

Antes de entregar el espíritu, el padre Daniel manifestó a sus hermanos sacerdotes que se encontraba preparado para el gran encuentro con Dios. Su serenidad ante la proximidad de la muerte, su optimismo y su confianza en Jesucristo mostraron la calidad de su alma sacerdotal. Había respondido a un llamado que el Señor le hizo 40 años atrás, y hasta el último momento se mostró como discípulo fiel del Cordero inmolado y resucitado.

Muchos quizá, ante un diagnóstico de cáncer, nos hundiríamos en la depresión y hasta protestaríamos contra los designios de Dios; pero lo que ocurrió con el padre Payán fue, sencillamente, maravilloso. Vimos que la debilidad del sacerdote descansaba en las llagas del Salvador. ¿De dónde más podría venirle su optimismo y su confianza? Mientras su cuerpo se desmoronaba, su alma estaba unida a Cristo y se embellecía. Así como las llagas de Jesús, durante su pasión y muerte, dejaron ver los secretos de su corazón, así también el cáncer del padre Daniel nos mostró la fidelidad al gran amor de su vida. Al romperse el barro nos mostró el tesoro.

Si algún día somos diagnosticados con una enfermedad crónica, no desesperemos y aprendamos, mejor, de nuestros mayores que, gracias a su fe católica, tuvieron la fortaleza y la sabiduría para cargar su propia cruz. Aprendamos de aquellos que en su unión con el Señor nunca permitieron que la tribulación, la angustia, la preocupación o el hambre los separara del amor de Cristo. (Rom 8,35). Me atrevo a decir que el secreto de la serenidad, el optimismo y la confianza del padre Daniel radicaba en su oración frecuente y prolongada, en su plena disponibilidad a la voluntad del Padre y en la memoria de los beneficios de Dios.

Los sacerdotes hemos de aprender del padre Daniel Payán su alegría en la entrega a los fieles de su parroquia, la fidelidad a su vocación de padre y pastor de almas, la disponibilidad total al servicio del Reino de Dios hasta morir en la raya. Así iremos con confianza hacia el umbral de la muerte. Sólo así habrá valido la pena ser sacerdote.

Comentarios

  1. Gracias por compartir este testimonio de hombre de oración y fidelidad al cordero de Dios.... Hoy, en el sepelio, los feligreses cantaban alabanzas de gozo y de gratitud al Señor por haberles dado un pastor, padre, hermano y amigo. Muchos anecn paz descanse quien a todo noticia buena nos respondía " que chido, chavalón"

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  2. Dios lo tenga en su gloria descance en paz

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  3. Cuando parte alguien siempre nos embarga una nostalgia de no volver ha estar con la persona que se marcha.Y mostramos nuestro sentimientos de separación.Pero el Cristiano ha comprendido que disfruto cada momento con el ser estimado y que nuestro ser querido se quedó de una forma diferente con nosotros en el mundo espiritual por eso padre Daniel para mi no está muerto se quedó y vive con migo en mi oración, gracias por su amistad.

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