Padre Hayen: efectivamente, el mundo ha cambiado. Ya no es aquel mundo donde existía una brújula moral que guiaba a las personas. La brújula se ha desajustado y hoy, sobre todo muchos jóvenes, no saben dónde está el norte y el sur, es decir, han perdido el sentido del bien y del mal. En ese sentido el mundo ha cambiado. Lo que no cambia es la vocación a la que el hombre está llamado, y esa es el amor verdadero.
La pornografía está mal, y muy mal porque destruye la capacidad de amar de las personas. Cuando se exhibe la intimidad del cuerpo humano ante otros para provocar excitación y placer en ellos o en uno mismo, se utiliza a los demás convirtiéndolos en objetos de un placer egoísta, y muchas veces de ganancia económica ilícita. La pornografía introduce a las personas en un mundo irreal, ficticio y maquillado. Quienes ven pornografía se acostumbran a ver al sexo como algo que no tiene que ver con el amor de sacrificio, la intimidad verdadera y el sentido auténtico de una relación.
Decía Juan Pablo II que el problema de la porno no es que enseñe mucho, sino que no enseña nada. El papa se refería a que, aunque las personas aparecen sin ropa, en realidad no muestran nada de sus almas: ni sus nombres reales, ni su vida, sus luchas y sufrimientos, sus pensamientos más profundos, ni sus historias familiares o su vida espiritual. En la porno las personas quedan reducidas a cosas, a objetos sexuales, a cuerpos sin alma que sólo sirven para procurar placer.
Muchas personas que suelen ver pornografía se vuelven adictos a ella, como si fuera una droga, ni más ni menos. Se acostumbran a mantener niveles de excitación con una sustancia que genera el cerebro y que se llama dopamina. Por eso una persona adicta puede pasar años y años viendo porno. Es triste, en realidad, porque se trata de una esclavitud que hace miserable la vida de las personas.
Si tus hijos ven porno como un derecho de su juventud, no se dan cuenta de que están destruyendo la capacidad de verse a ellos mismos y a los demás, como expresiones únicas y hermosas de la creación de Dios. Sus ojos se oscurecen y se acostumbran a verse como objetos para ser utilizados y manipulados, por ellos mismos o por otras personas. De esa manera destruyen la vida de Cristo en sus almas y se quedan privados de la amistad con Dios.
La manera que te sugiero tratarlo con tus hijos (por lo que leí entiendo que son todos varones), es a través de tu marido. Él, como padre, debe ser el guía moral principal de la familia, y es la persona adecuada para tratar el tema con sus muchachos. Entre varones pueden entenderse mejor. Si tienes una hija mujer, es más adecuado que seas tú la que trates el tema con ella.
Mientras tanto, oraré para que ustedes, padres de familia, tengan la capacidad para dialogar con sus hijos y les brinden una formación moral adecuada en estos temas. Pongo también en mi oración a tantos adictos a la pornografía, para que puedan escapar de esta nueva droga mundial. Saludos afectuosos.
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